Liset M. de la Prida, neurocientífica: “La sobreestimulación tiene un precio, podemos forzar el límite del cerebro”
Liset Menéndez de la Prida no solo es una de las neurocientíficas más brillantes de su generación, sino una de las que trabaja con el material más escurridizo: la forma en que nuestro cerebro se sitúa en el espacio y el tiempo y la íntima relación que esto tiene con nuestra forma de almacenar los recuerdos. Durante décadas, estas estructuras fueron una caja negra para los neurocientíficos, pero mediante sofisticados experimentos estamos empezando a observar los hilos con los que el hipocampo teje y desteje cada día nuestras vivencias.
Nacida en 1971 en La Habana y física de formación, Menéndez de la Prida ha sido nombrada este verano directora del nuevo Centro de Neurociencias Cajal del CSIC, un nuevo buque insignia de la neurociencia española. El nombramiento coincide con la publicación de su libro Cerebro, espacio y tiempo (Guadalmazán, 2025), en el que desglosa algunos de los experimentos realizados con ratones y en los que han visto cómo organizan la información espacial en anillos concéntricos o consolidan los recuerdos rebobinando y acelerando hacia delante las secuencias vividas durante el día.
“Los ritmos cerebrales se desdoblan en una oleada perpetua de secuencias paralelas”, escribe Liset M. De la Prida en su libro. “Vivir es tejerlas, asociarlas, desdoblar la maraña mental, aumentando su complejidad”. Hablamos con la neurocientífica sobre ese “laberinto más sofisticado del universo” que llevamos “entre las orejas” y sobre los efectos en esas estructuras del mundo tecnológico que se nos ha echado encima.
Las mismas neuronas que marcan el espacio participan en la fijación de la memoria y el sentido del tiempo. ¿Cómo funciona este sistema integrado?
Vivimos atrapados en el espacio y nos encontramos con una sucesión de eventos que se van encadenando. La memoria tiene que ver con cómo esas relaciones, la actividad de las neuronas que tienen cierta representación espacial se va encadenando y eso va determinando un orden de activación que determina la forma en la que van estableciendo sinapsis y cadenas. Al quedar encadenadas de manera ordenada, también van generando esa sensación del tiempo.
Dice usted que “el cerebro es un sastre” que hila nuestras experiencias en secuencias. ¿Esto hace que cada recuerdo lleve una especie de código interno de lugar y tiempo?
Así es. La memoria episódica es extremadamente contextual. Los recuerdos se van hilando en el marco del espacio y el tiempo. Yo he venido aquí a hablar contigo y he recorrido la Gran Vía. Y ese recorrido me ha acercado a lugares donde he estado y eso genera un orden. Eso sucede en el tiempo y el espacio.
Hay un fenómeno universal que es olvidar lo que íbamos a hacer una vez que cambiamos de habitación, ¿tiene que ver con esto?
Sí, puede tener que ver. En el momento en que cambias de contexto, el cerebro pierde la representación mental y le cuesta recuperar algún elemento. Hay otro ejemplo que seguro que mucha gente ha experimentado. Es cuando tú ves a alguien fuera del contexto donde lo has conocido. Cuando te encuentras, por ejemplo, con el carnicero en el metro y dices: a esta persona la conozco, pero no eres capaz de recuperarla.
Si queremos usar la tecnología, la tenemos que hacer humana, porque si no la hacemos humana nos va a hacer daño
La clave sobre el hipocampo la dio el caso del paciente HM, ¿Se conocen casos donde se haya roto ese mecanismo de GPS interno por lesiones?
Bueno, nosotros mismos, sin necesidad de apelar a una patología, tenemos distintas percepciones del tiempo en momentos determinados, porque tiene mucho que ver con el estado atencional y con dónde estamos poniendo el foco de atención. En casos concretos de patología, sobre todo en casos de alzhéimer, se han reportado distintas impresiones con relación a la percepción del tiempo, a la sensación de rapidez, y también algunos trastornos psiquiátricos en los que puede haber unas alteraciones. También cuando, bajo el consumo de drogas o de alucinógenos, se producen cambios en la percepción temporal, que seguramente también apelan a los mismos mecanismos que determinan cómo tú sientes el tiempo.
Hace unas semanas, se publicó un estudio sobre las edades del cerebro y cómo evoluciona la conectividad, ¿ese tic-tac interno que marca el sentido del tiempo también va cambiando a medida que avanzamos en la vida?
Sí, nos hace cambiar, y eso lo hemos experimentado todos. Yo creo que todos recordamos cuánto sentíamos que era un año cuando éramos más jóvenes y cómo lo sentimos ahora. El gran problema es que los físicos han intentado definir el tiempo de una manera científica, cuantificable. Y el tiempo mental es todo lo contrario. Es muy difícil definirlo.
En su laboratorio han visto que la información respecto a la posición se va organizando de forma geométrica en una especie de espirales en el cerebro de los ratones. ¿Cómo es esto?
Bueno, esto es porque la representación de la información siempre refleja la estructura del mundo. Si yo le estoy pidiendo a los ratoncitos que hagan una tarea que se repite, la estructura de los estímulos que reciben y de las acciones que tienen que implementar, adquiere una circularidad. Lo interesante de todo esto es que se puede usar la actividad eléctrica para, sin ver lo que ha visto el ratón, inferir lo que ha pasado. Tú puedes matematizar esa actividad y, en función de la posición que ocupa la representación en ese anillo, en esa complejidad, decir dónde está el sujeto en el mundo real. Eso es leer la actividad cerebral y decodificarlo a partir de la geometría de la representación.
Se puede usar la actividad eléctrica para, sin ver lo que ha visto el ratón, inferir lo que ha pasado y en qué lugar del espacio está
También han visto que durante el sueño, nuestro cerebro consolida los recuerdos rebobinando y acelerando hacia delante las secuencias vividas durante el día… ¿Cómo es esta especie de replay de las vivencias?
Cuando tú estás viviendo la experiencia, el flujo de actividad se va desplegando y las neuronas van respondiendo a los estímulos y quedan hiladas y vinculadas a las otras neuronas. Cuando tú vas a dormir y sales de aquel recuerdo, esa reverberación se mantiene. Y como se ha establecido un vínculo relativamente frágil, en un momento en el que se activa una neurona se produce como un eco que tira de ella y reproduce la secuencia. Y cuando en el sueño tú rebobinas estas cosas, es como si las volvieras a repasar muchas veces. Y entonces, como las neuronas vuelven a disparar juntas, quedan fijadas. Estos mecanismos son los que hacen que en el sueño tú consolides la memoria. Y por esa razón el sueño es tan importante para la memoria y para también limpiar y olvidar, porque hay algunas de esas cosas que sucedieron que tampoco son tan importantes. Entonces seguramente tú ni las recuerdes ni se te queden.
¿Cuál es su primer recuerdo? Supongo que fue en La Habana, donde nació…
Claro. Viví allí hasta los 23 años. Mi primer recuerdo es un episodio familiar en el coche con mis padres. Me acuerdo que volvíamos con mi hermana recién nacida. Y recuerdo las tormentas de verano, porque ese olor no existe en otro sitio. El olor de cuando va a llover en la tarde en el Caribe es distinto.
Y habrá regresado en algún momento, supongo. ¿El hecho de volver a un sitio físicamente hace que el recuerdo se reactive?
Siempre, claro. Y tiene que ver mucho con estos mecanismos de los que hablábamos. Sabemos que hay estímulos que son especialmente potentes para recuperar recuerdos, como los olores, o canciones, sonidos que te devuelven a una atmósfera o a un tiempo, o a un contexto en el que pasaron las cosas.
Emociones y memoria también están profundamente imbricadas, ¿recordamos mejor lo que nos dio placer o lo que nos aterrorizó?
Las neuronas que se han activado en situaciones muy traumáticas generan recuerdos muy duraderos. Las memorias placenteras también tienen sus propios mecanismos, activan otras regiones cerebrales que liberan una serie de neurotransmisores y neuromoduladores que también ayudan a generar unos recuerdos con cierto grado de durabilidad. Pero es cierto que aquellos vinculados a la actividad de la amígdala, aquellos que son negativos, a veces son especialmente fuertes. Y en neurociencia lo que pensamos es que son mecanismos muy primitivos de supervivencia.
Vivimos rodeados de tecnologías que miden el espacio y el tiempo por nosotros. ¿Nos podrían estar provocando una relajación o desentrenamiento?
Evidentemente, eso tiene una consecuencia en el uso que haces de esos recursos cognitivos. No ha habido tiempo para que influya evolutivamente, pero sí para notarlo en uno mismo.
El mayor cambio es quizá la sobreestimulación. ¿Sabemos qué efecto puede tener la saturación, primero en la atención o en la capacidad de recordar cosas?
Es un tema interesante. Efectivamente, ahora vivimos a una velocidad tremenda. Ahora somos capaces de encapsular en un día cientos de miles de experiencias y eso tiene un precio: al final llega un momento que tú no te acuerdas exactamente del contenido de la última serie que has visto, por ejemplo. O confundes dónde sucedieron las cosas. Yo creo que estamos intentando seguir el paso como buenamente podemos y las nuevas generaciones se les va notando que tienen menos capacidad de prestar atención durante periodos más largos. Digamos que absorben la información a una velocidad demasiado frenética y ahí podemos empezar a topar con el límite de lo que nuestro cerebro puede asimilar. Yo creo que ese es un tema que seguramente empezará a verse.
Vivimos a una velocidad tremenda. Ahora somos capaces de encapsular en un día cientos de miles de experiencias y eso tiene un precio
La otra gran cuestión es la posibilidad de integrar la maquinaria externa en el propio cerebro. Y aumentar nuestra capacidad con neuroprótesis, por ejemplo, en el propio hipocampo. ¿Es pura fantasía?
Bueno, la primera máquina que inventamos para externalizar la memoria fue el papel y la escritura. El avance de las neurotecnologías va hacia eso, a que externalicemos mucho más y tengamos un apoyo externo enorme a la parte cognitiva. Pero, para que pueda ser útil, lo tenemos que integrar en nuestros mecanismos neuronales. Si mi cerebro va a dos por hora y ese aparato va a 200 por hora, no lo voy a poder procesar. Si queremos usar la tecnología, la tenemos que hacer humana, porque si no la hacemos humana nos va a hacer daño.
Es decir, que ponerte un chip de memoria como Neuralink con el que fantasea Elon Musk, ¿al final puede ser incluso contraproducente porque no puedes gestionar más de lo que la biología te permite?
Yo creo que ahora mismo estamos en un momento de imaginación colectiva de hacia dónde vamos a ir. Pero, a día de hoy, y lo digo literalmente, no se pueden colocar electrodos dentro del cerebro garantizando la biocompatibilidad permanente del invento. Es decir, esta tecnología no existe. Y, de conseguirlo, habrá que ver hasta qué punto me está dando un valor añadido o produce otros efectos.
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