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Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

¿Hacia dónde va Europa?

Una mujer con un pañuelo palestino durante una manifestación en apoyo a Palestina, a 29 de octubre de 2023, en Madrid (España).

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Creo que, a pesar de que he pasado un tercio de mi vida bajo la dictadura de Franco, he tenido la suerte de vivir en una zona privilegiada del mundo. No es que esta zona del planeta sea Jauja, pero Europa es la cuna del Estado Social; ha sido, durante décadas, vanguardia en la lucha por las libertades, la democracia y la justicia social; se ha convertido en el segundo hogar de cientos de miles de represaliados políticos…  

Sin embargo, en los últimos años, algo está cambiando. Se está produciendo una involución en valores que aleja al Viejo Continente de ese ideal de sociedad con el que muchos soñamos y por el que tantos sacrificios han hecho millones de personas desde el final de la II Guerra Mundial.

Creo que la incapacidad de la izquierda, y de las fuerzas progresistas en general, por mantener los lazos con diferentes sectores sociales, de entender las demandas y aspiraciones de unas sociedades en permanente cambio, es uno de los factores más importantes en esta deriva. El caso es que la extrema derecha tiene un apoyo ciudadano desconocido desde 1945 y, aunque en algunos casos -España, Polonia, Brasil, de alguna forma Argentina…- han sufrido un retroceso en los últimos procesos electorales, buena parte de su política ha sido asumida por las derechas tradicionales.

La pobreza, las dictaduras y las guerras -en todos los casos las potencias occidentales, y las europeas en particular, han tenido buena parte de responsabilidad- han incrementado notablemente los flujos migratorios, están empujando a millones de personas a buscar la forma de sobrevivir lejos de su lugar de nacimiento. Ante este fenómeno, y con una Unión Europea incapaz de articular una estrategia común, la presión migratoria en algunos Estados está siendo caldo de cultivo para las campañas xenófobas de las derechas. La vinculación de la inmigración con la inseguridad nacional, hecha por Isabel Díaz Ayuso, auténtica portavoz de los valores de la extrema derecha, es un buen ejemplo. Europa ya no es un espacio de acogida.

Tampoco es un espacio ecuánime que defiende los derechos humanos sea quien sea el que los vulnere. La reacción de los gobiernos europeos ante las matanzas indiscriminadas que está llevando a cabo el gobierno israelí en la franja de Gaza es una vergüenza. Israel tiene derecho a defenderse, a intentar evitar otro episodio como el de los asesinatos y secuestros cometidos por Hamas el 7 de octubre, pero lo que está haciendo en Palestina -no solo en Gaza, también en Cisjordania- es indefendible. La doble vara de medir de la que hacen gala los gobiernos europeos -con alguna excepción, como el caso español- es bochornosa: si Rusia destruye instalaciones energéticas o almacenes de alimentos es genocidio, si lo hace Israel -que lleva años invadiendo Palestina-, si impide la entrada de alimentos, combustible -incluso para hospitales- o medicinas, es defensa propia.

¿Qué les pasa a los gobiernos europeos con Israel que son incapaces de ser consecuentes con lo que dicen defender? ¿Es la mala conciencia de las democracias occidentales por su pasividad o colaboración con el Holocausto? ¿Es que la dependencia de EE.UU. es tal que solo se atreven a hacer y decir lo que le gusta al “imperio”? ¿Cuántos miles de palestinos tienen que morir para obligar a Israel a que respete el derecho internacional y las resoluciones de la ONU? ¿Cómo explican los gobiernos que defienden la libertad de expresión, cuando se ridiculiza o critica la religión musulmana, la prohibición de manifestaciones contra la crueldad de Israel en Gaza o, simplemente, llevar la bandera palestina?

El apoyo incondicional a Israel criminaliza a los palestinos, más si, como en el caso del ayuntamiento de Madrid, se concede a Israel la medalla de honor de la ciudad a la vez que se rechaza condenar los bombardeos indiscriminados de Israel. Se está extendiendo la idea de que los crímenes de Hamas justifican cualquier decisión del gobierno de Netanyahu y quien no esté de acuerdo, es sospechoso de terrorismo. Si no, ¿qué sentido tiene que el sábado 28, agentes de la Policía Nacional vigilasen, fusil en mano, la concentración en el Puente de Santiago? ¿Qué peligro representábamos?  

Lo que está pasando en Palestina no es solo un problema local. En cualquier momento puede adquirir mayores dimensiones, más teniendo en cuenta quien gobierna en Israel, y podemos vernos afectados de diferentes maneras. Por justicia, por humanidad o por egoísmo es necesario detener la barbarie inicialmente y, a medio plazo, buscar un marco de convivencia para los diferentes actores bajo las premisas de las resoluciones de la ONU.

La Unión Europea puede y debe -cualquier conflicto en Oriente próximo es un peligro en potencia- jugar un importante papel en la resolución del conflicto, pero para ello tiene que actuar autónomamente, descartar la idea de que todavía perdura la deuda con el pueblo judío y esto le obliga a estar siempre del lado de Israel, retomar los valores que hacían ilusionante el proyecto europeo y jugar activamente el papel de mediador que busca una solución justa. 

La ciudadanía podemos “ayudar” a las instituciones europeas a hacer el tránsito: presionando a los gobiernos con nuestras movilizaciones y con nuestro voto en las elecciones europeas del próximo año. Y de forma inmediata, en Zaragoza, participando en la próxima manifestación del sábado día 4.

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