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Han corrido, y correrán, ríos de tinta sobre el acuerdo de investidura Ciudadanos-Psoe que firmaban la semana pasada los líderes de estas formaciones. No voy a seguir resaltando lo que otros ya han visto y comentado mejor que yo, que por mucha rosa que lleves en el logo no puedes pactar con liberales, aplicar medidas de austeridad, incumplir todo tu programa (antes incluso de llegar a gobernar, así vas adelantando faena) y enarbolar con orgullo el adjetivo de “socialista”. Algunos pecan de tener la boca grande en campaña y la letra pequeña en el acuerdo.
Yo hoy quiero recordar lo pequeño que es este acuerdo. Se trata de un pacto minoritario cameral y geográficamente, es decir, no sólo no cuenta con apoyos suficientes dentro del Congreso sino que además sólo refiere a una pequeña parte de España, dejando de lado el vasto mundo rural. Sólo una vez aparece la palabra rural en las sesenta y seis páginas del acuerdo, y es en el apartado que han llamado “Personas con discapacidad”. Decepcionante.
Pero sí hay algo que ha encendido la mecha de muchos políticos “de pueblo”: la amenaza de la desaparición de las diputaciones. Ésta ha supuesto para más de uno ese microinfarto que te da cuando te retiran la silla y crees que te precipitas al abismo para descubrir que el suelo no estaba tan lejos y que nadie ha resultado herido.
En Aragón, PP, PAR y PSOE (sí, el PSOE también) no se ven muy cómodos perdiendo las sillas de las diputaciones pese a que nuestra comunidad es una de las que sí cuentan con otras maneras de organización más cercanas a los tiempos de la democracia. En Aragón están las comarcas. La cuestión es delimitar cuáles son las competencias propias e impropias de éstas. Eliminar la duplicación de cargos, puestos, funciones entre las diputaciones y comarcas y convertir a estas segundas en prestadoras de servicios más allá de entidades para la colocación de gente de los partidos. En Podemos defendemos que las comarcas son una de las mejores maneras de ejercer la política local desde la ciudadanía y sin incurrir en “titulitis” ni puestos innecesarios. Este modo de hacer política no implica cargos, sino responsabilidades.
Seré demasiado optimista, pero en la futura reforma territorial de la Constitución, en el verdadero gran pacto que nos espera a la ciudadanía española -que parece todos los partidos han asumido ya como inevitable- habrá de haber un espacio para hablar de la desigualdad territorial, de los abandonados del mundo rural, de unas organizaciones territoriales que no sean un negociete para pequeños políticos y, qué vergüenza que tenga que señalarlo, de la igualdad en el acceso a servicios, vivas en la capital más urbanita o en el Villarperdido. En Podemos también clamamos por un acuerdo de país que incluya el 90% de su territorio, el llamado mundo rural, que en 38 años de democracia no se ha visto reflejado realmente en la política. Y ese es el gran pacto que nos está esperando.
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