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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Todos somos (potenciales) discapacitados

Raúl Gay

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La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. Forrest Gump.

Esta frase de uno de los discapacitados más famosos del cine es una gran verdad. Yo suelo decir que la vida es una lotería; viene a ser lo mismo. Solemos pensar que la discapacidad es algo que les sucede a otros, que a nosotros nunca nos va a afectar. Pero resulta que sí.

Nadie está a salvo de un accidente de tráfico, de un ictus, de tener un bebé con una enfermedad rara… La discapacidad es algo que afecta potencialmente a todas las personas y, sin embargo, está en el cajón de Servicios Sociales, donde se realizan políticas para ayudar a quienes menos recursos económicos tienen. ¿Acaso los ricos están protegidos? Me temo que no. Suelo recordar que el ex fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, quedó parapléjico en un accidente de coche que sufrió cuando celebraba haber aprobado una asignatura de Derecho. O el mismo actor que encarnaba a Superman tuvo que respirar por un tubo después de caerse del caballo.

La discapacidad en el siglo XXI no debe tener un sentido asistencial; ya no es “pobres discapacitados, vamos a darles ayudas”. Prefiero pensar que hoy somos ciudadanos de segunda y que es hora de subir de categoría. Es necesario cambiar el enfoque y, como la igualdad, que sea una política transversal.

Tampoco podemos seguir manteniendo un enfoque puramente médico. La discapacidad no es una enfermedad: las enfermedades se curan y las discapacidades, no. Hay que entender de una vez por todas que la discapacidad es una situación que limita o impide a la persona y su familia llevar una vida normal y que requiere de más cuidados; estos han de venir de diferentes puntos: salud, educación, trabajo, fiscalidad…

Por último, hay que ser realistas. No es posible la accesibilidad universal, el pleno empleo entre las personas, la superación de todas las barreras… Siempre habrá discapacidades demasiado severas, siempre habrá barreras invisibles y siempre habrá problemas por resolver. Es imposible solucionar los problemas de todas las personas con discapacidad debido a la característica misma de la discapacidad: que cada una es diferente. Las necesidades de una persona con síndrome de Down, un ciego o un tetrapléjico son muy diferentes, y dentro de cada discapacidad hay grados. Pero hay aspectos en común: la necesidad de una educación inclusiva, de un trabajo, de decidir sobre la propia vida.

Por todo lo anterior, consideramos que en la situación actual es más efectivo y es necesario aplicar el decálogo de propuestas que hemos lanzado al resto de grupos políticos. Propuestas originales, en el mejor sentido de la palabra; propuestas escogidas para mejorar aspectos concretos e importantes de la vida; propuestas factibles y a un coste muy inferior al de otras políticas que no mejoran la vida de las personas; políticas que, con voluntad, pueden ponerse en marcha antes de Navidad.

1. Poner en marcha una Dirección General de Discapacidad

2. Crear la figura de Mediador Laboral

3. Establecer baremos diferentes en el acceso a plazas públicas

4. Lograr la presencia de personas con discapacidad en las listas electorales

5. Potenciar la accesibilidad con rampas de aluminio

6. Apostar por la inclusión educativa real y efectiva del alumnado con necesidades educativas especiales

7. Hacer que la Universidad cuente con Auxiliares de alumnos con necesidades especiales

8. Aplicar de forma efectiva la asistencia personal

9. Incrementar el apoyo a asociaciones rurales

10. Aumentar a 16 años la atención temprana

Estas propuestas van al corazón de una verdadera política de discapacidad: autonomía personal, empleo, igualdad de oportunidades. Cambiando párrafos de leyes en vigor o redactando decretos concretos se puede mejorar y mucho la vida de las personas.

Es cuestión de voluntad política. ¿La tiene, señor Lambán?

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