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El obispo de Huesca prohíbe discursos o música en los funerales “que no estén contemplados en el ritual de exequias”

Julián Ruiz Martorell, primero por la izquierda, en 2011 en su toma de posesión como obispo de las Diocesis de Huesca y Jaca

Óscar F. Civieta

Las exequias deben ahondar en “un mayor sentido litúrgico que muestre el anuncio gozoso y confiado de la vida eterna y de la esperanza en la resurrección propias de nuestra fe”. Ergo, se acabó en los funerales que se celebren en las parroquias y comunidades cristianas de la Diócesis de Huesca todo lo que se aparte de la pura celebración litúrgica de la Iglesia.

Y se acabó por decreto. El que ha firmado el obispo de Huesca, Julián Ruiz Martorell, y que prohíbe “leer cartas de despedida o escritos de agradecimiento, pronunciar discursos o alocuciones laudatorias o biográficas del difunto. Ni elogios, ni elegías; añadir oraciones o lecturas que no estén contempladas en el ritual de exequias e interpretar música o cantos que no sean los adecuados para las exequias”.

El decreto 034/2019, de 2 de septiembre, está colgado en la página web de la Diócesis de Huesca y explica que “las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, y hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarle la vida eterna (CEC, N. 1684)”.

El Concilio Vaticano II, continúa, “pidió que las exequias cristianas manifestaran claramente el sentido pascual de la muerte del cristiano y que el rito respondiera a las circunstancias y tradiciones de cada país (Cf. SC, n. 81). Este deseo expresaba el fuerte interés de la Iglesia en que la liturgia resplandezca en su ser más genuino y profundo y en que los fieles puedan vivir con una participación activa, consciente y fructuosa (Cf. SC, n. 11)”.

Afirma el obispado en el decreto que, “en lo que se refiere a las exequias, estas palabras recogen también el testimonio que nos ofrece la historia de la liturgia, por el que sabemos que a lo largo de los siglos la forma de dar sepultura a los cristianos ha ido variando y acomodándose a los distintos tiempos y lugares, si bien la fe en la resurrección de los muertos ha permanecido invariable”.

Prosigue señalando que “el ritual, publicado en su edición típica en el año 1969 y en su versión en español en el año 1971, vio la luz con la pretensión de mostrar al mundo de hoy que la fe cristiana confiere un profundo sentido a la muerte y que, lejos de una concepción desgarradora, vacía o nihilista, puede llegar a ser vivida como un anuncio gozoso y confiado de la vida eterna y de la esperanza en la resurrección propias de nuestra fe”.

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