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“La intervención más frecuente en cirugía íntima, la labioplastia, es comparable a la mutilación genital femenina”

Isabel Ortega

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

La antropóloga afincada en Zaragoza Isabel Ortega (Málaga, 1973) se ha especializado en estudiar las modificaciones que se producen en los cuerpos de las mujeres para proyectar los ideales de belleza de cada cultura. Esas modificaciones se han producido en épocas pasadas, en culturas lejanas… pero también en la cultura occidental de nuestros días. Ortega es profesora del Máster en Relaciones de Género de la Universidad de Zaragoza.

¿Cómo han evolucionado los cánones de belleza femeninos?

La belleza no ha sido un imperativo que se haya exigido siempre a las mujeres a lo largo de la historia. En principio, en la época de las venus de la antigüedad, como la Venus de Willendorf, se valoraba más la fecundidad, los rasgos más gruesos, el poder de dar vida. En Grecia se ensalza ya la belleza femenina, aunque no de manera especial: es más importante la belleza masculina, con los muchachos jóvenes, esa belleza viril. El cristianismo medieval estigmatiza la belleza. Considera a las mujeres bellas un mal, con un poder de atracción como el del demonio. Había muchos refranes sobre que no era positivo que una mujer fuese bella, que era mejor que fuese trabajadora. Va a ser en el Renacimiento, en los siglos XV y XVI, cuando surja la idea de la mujer como “el bello sexo”, esa idea de que es el objeto más hermoso del mundo, la encarnación de la hermosura; en el arte, se representa con las majas. Actualmente, tenemos una belleza asociada a la feminidad: cuanto más bella es una mujer, más femenina. Sin embargo, no ocurre con los hombres: cuanto más bello es un hombre, no se le considera más viril. 

¿También ha habido cambios en qué se entendía por belleza? ¿Siempre se han valorado las mismas características físicas?

No, claro, también ha cambiado. La belleza siempre se asocia al estatus. Entonces, en culturas, épocas, áreas… donde tener un buen estatus se representaba corporalmente a través de estar más generosa en las formas, la belleza también se ha asociado con esa generosidad en el volumen, en el contorno corporal. En otras culturas, se valoran características como los pliegues en el cuello que muestran cuerpos más rotundos y, por tanto, más hermosos porque también tienen esa asociación con el estatus. Sin embargo, ahora estamos en una época de valoración de la extrema delgadez, que supone un control del cuerpo. Ahora, que vivimos en una sociedad de consumo, con un acceso a alimentos en demasía, muchos de ellos grasos, se ha asociado la salud con ese control del cuerpo y con mantenerse delgada. Es verdad que el exceso de peso no es sano. Pero el exceso de delgadez tampoco es sano. Sin embargo, debido a la gordofobia actual, es más fácil asociar a falta de salud un cuerpo que tenga una mínima desviación hacia el sobrepeso que uno que tiene una desviación hacia el bajo peso.

De hecho, esa delgadez tan extrema llega a poner en riesgo la salud... ¿Otros cánones de belleza en otras épocas o culturas también ponían en riesgo la salud de las mujeres?

Sí, el cuerpo funciona como marcador étnico, de género o de estatus. Las culturas han modificado los cuerpos a lo largo de toda la historia y en todos los lugares para diferenciar una población de otra. Por ejemplo, tenemos deformaciones craneanas, tabulares o erectas; los pies de loto en China; las mujeres Kayan que se ponen las espirales en el cuello, las llamadas mujeres jirafa… estas modificaciones han servido a veces para marcar la pertenencia a una comunidad: por ejemplo, para diferenciar a las mujeres Kayan del resto de la sociedad birmana, al ser una minoría étnica. Otras veces, han servido como un marcador de género: es el caso de los pies de loto o también de las espirales del cuello, porque solamente se realiza en las mujeres. Y muchas veces, las modificaciones corporales se relacionan con la sexualidad. Es el caso de los pies de loto en China, que tenían una relación muy fuerte con la castidad, con la fertilidad y con un plus de sexualidad. 

¿Qué prácticas de búsqueda de los ideales de belleza están relacionadas con la sexualidad?

La práctica de los pies de loto en China se consideraba que producía un plus de sexualidad porque desestabiliza la manera de andar, reduciendo el pie, partiendo el empeine y limitando mucho la superficie de apoyo. Sería equivalente a andar con zancos de madera, con lo que tenemos que estar pasando el peso continuamente de un zanco a otro; no podemos mantener el equilibrio si estamos quietos porque no tenemos una planta del pie suficientemente estable. En el caso de los pies de loto, se pensaba que ese modo de andar, cambiando todo el rato el peso de un pie a otro, tonificaba los muslos y vaginas y producían textualmente “vaginas prietas, musculosas y llenas de pliegues maravillosos”. Existía todo un fetichismo en torno a los pies de loto: cuanto más pequeños eran los pies, mayor plus de sexualidad.

Pero también era un sistema de control de los cuerpos de las mujeres, que iban a quedar recluidas en el ámbito doméstico porque no iban a poder salir. Iban a ser buenas esposas, en un doble sentido: con un control de su sexualidad dentro de casa y con un plus de sexualidad para su esposo. Es curioso cómo en páginas web occidentales, incluso en algún artículo académico, recomiendan andar con tacones porque el andar inestable favorece tonificar la vagina al modo de los ejercicios de Kegel o las bolas chinas, para evitar el prolapso de útero y tener vaginas prietas. Tenemos más prácticas que estigmatizan la vagina holgada, como el estrechamiento vaginal láser, que se ha puesto de moda dentro de la gineco estética.

¿Qué otras intervenciones se ofrecen actualmente en ese ámbito de la gineco estética?

Este tipo de cirugías íntimas no son las que más se hacen, pero sí las que más han aumentado en los últimos años. La intervención que más se hace es la labioplastia, que es la reducción de labios menores; en mi tesis la comparo con la escisión de labios menores en África, que es una de las prácticas incluidas dentro de la mutilación genital femenina. También se puede reducir el clítoris, el capuchón del clítoris... todo, con valores estéticos basados en una estigmatización de la vulva que se está denunciando en otros países, pero que aquí no se está trabajando. Estas cirugías las demandan chicas muy jóvenes. Hace falta más formación sobre la diversidad de la morfología de la vulva. Sin embargo, nos venden un canon, un esquema en los libros de texto, para conseguir aumentar la demanda de la labioplastia y también del estrechamiento vaginal; en este último caso, con el discurso de que, tras los partos, la vagina es disfuncional para el coito. Cuando esta práctica la hacen las africanas, mediante unos cortes en el orificio de la vagina, un raspado, para crear tejido cicatricial que no tenga elasticidad, la Organización Mundial de la Salud la incluye dentro del concepto de mutilación genital femenina. Cuando lo hacemos aquí en el quirófano, en entornos medicalizados y tras un discurso médico que habla de vagina disfuncional después del parto o por edad, se hace lo mismo, aunque con láser y mucha asepsia; entonces, está dentro de la llamada cirugía íntima vaginal. Hay una mercantilización muy fuerte por parte de la cirugía estética y, de nuevo, está modificando los cuerpos y diciendo qué cuerpos son normativos.

¿Los ideales de belleza han sido siempre irreales, difíciles de alcanzar para las mujeres?

Sí, han supuesto un esfuerzo porque han significado a menudo modificar el contorno corporal; muchas veces, para favorecer que las mujeres quedasen recluidas dentro de un ámbito controlado o un espacio doméstico. Por ejemplo, los pies de loto en China impedían la movilidad de las mujeres, dificultaban que saliesen al espacio público. Los collares Kayan suponen más de diez kilos de peso sobre el cuello y van acompañados de otras espirales en las muñecas y en los tobillos que también hacen que la movilidad de las mujeres esté más circunscrita a los alrededores del poblado. 

Aquí, en Occidente, hemos tenido también el corsé, los miriñaques... todas esas capas de ropa de la vestimenta victoriana que creaban la fragilidad femenina. Siempre pregunto en las clases quién ha visto a una mujer desmayarse continuamente, a la manera que nos cuenta la literatura victoriana. El corsé generaba una presión de hasta cuarenta kilos sobre el pecho, el torso y el estómago. Provocaba indigestiones, prolapso de útero, dificultad respiratoria... desplazaba los órganos hacia arriba y hacia abajo. La propia prenda del corsé, junto a los dieciséis kilos de ropa que podían llevar las mujeres en invierno, producía esa fragilidad femenina y modificaba el contorno corporal. 

¿En cánones de belleza masculinos también han aparecido ideales que han perjudicado la salud de los hombres?

Hay culturas que ensalzan más la belleza masculina. Margaret Mead señalaba, por ejemplo, en Oceanía, los Tchambuli. Otro caso son los hombres bellos de Wodaabe, de Níger, que hacen un concurso anual, se pintan y se maquillan, se ponen unas plumas... para enfatizar los rasgos que consideran bellos, como el globo ocular o los dientes muy blancos. Por eso, se perfilan los ojos, la boca, los labios... Como se valora la altura, también se ponen una pluma hacia arriba o se pintan una raya amarilla desde la frente, bajando hasta la nariz, para afinar el rostro. Es decir, los Wodaabe tienen una serie de prácticas cosméticas que tratan de enfatizar esa belleza idealizada.

También encontramos algunas prácticas de modificación de los cuerpos en hombres en otras culturas. Hay una, por ejemplo, que es la subincisión peneana, que es abrir el pene en dos, emulando una serpiente. Sin embargo, de forma generalizada, en hombres no hay tantos ejemplos de modificación de cuerpos como en mujeres. Predominan más culturas patriarcales, con formas de organización basadas en la dominación masculina, con lo que encontramos más culturas que tratan de controlar los cuerpos de las mujeres y que aplican modificaciones corporales para conseguir físicamente esa idealización cultural. Por otra parte, hay algunas prácticas que pueden tener justificaciones paralelas. Por ejemplo, las consecuencias no son las mismas, pero el pensamiento mítico que hay detrás de la ablación, escisión o infibulación, las prácticas que se incluyen en el concepto de mutilación genital femenina, tiene su paralelo en la circuncisión masculina: la idea de que el prepucio del pene se asociaría a lo femenino y que el clítoris en las mujeres se asocia a lo masculino y que, para reconducir los cuerpos hacia la masculinidad y la feminidad, hay que eliminar esas partes consideradas contaminantes. La idea es paralela, pero los efectos, claro, no son los mismos.

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