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La nueva capital de Indonesia, contra los cocodrilos

En el siglo XIX los cocodrilos causaban cada año en Indonesia cientos de muertes, pero en el siglo XX fueron diezmados por la urbanización de la isla de Java y el comercio de su piel.

Sebastian Castelier

Indonesia —

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La nueva ciudad de Nusantara, el proyecto estrella del expresidente de Indonesia, Joko Widodo, que será la capital de Indonesia a partir de 2028, es un caballo de Troya. Presentada oficialmente como una “ciudad-bosque”, en realidad es el golpe de gracia a los ecosistemas de Kalimantán, una de las provincias de la isla de Borneo donde se encuentra una de las selvas tropicales más antiguas del mundo.

“Kalimantán tiene un potencial económico enorme, e instalar aquí nuestra capital lo acelerará. Esta es una de las ideas que nos han transmitido”, concede sin revelar su nombre un inversor de Yakarta contactado por las autoridades del Gobierno para implicarse en el proyecto. “La deforestación me rompe el corazón, pero nuestros dirigentes solo se preocupan por el dinero que generará”, lamenta Hairudin Rudi, ilustrador en el jardín botánico de Balikpapan, la ciudad que es puerta de entrada hacia Nusantara. “Nuestro objetivo es recoger semillas de todas las especies vegetales para salvarlas antes de que la selva desaparezca”, incide. Es un hecho que la selva primaria indonesia agoniza, su superficie se ha reducido de 148 millones de hectáreas a 46 millones entre 1950 y 2020.

A poca distancia de las obras de Nusantara, la bahía de Balikpapan es la cara más visible de las externalidades negativas del proyecto. Este brazo de mar rodeado de manglares que se adentra en la tierra hasta 40 kilómetros, se va cubriendo poco a poco de puertos de importación de materiales de construcción y de exportación de troncos de árboles, aceite de palma y carbón que produce la región. “Mis ancestros eran pescadores, pero esta herencia podría extinguirse”, lamenta Rahman, de 46 años, un pescador que, como muchos indonesios, no tiene apellidos.

Desde su pueblo, Pantai Lango, observa una refinería de aceite de palma que opera la empresa Apical, una gran empresa del sector de Singapur: “Quiero que mis cinco hijos trabajen para empresas, no quiero que sean atacados”. Una tarde de julio de 2025, mientras se disponía a retirar una red, Rahman iluminó con su lámpara un cocodrilo. Segundos después, este saltó del agua hacia él. “Su mandíbula patinó y le falló, pero si hubiera estado en otra posición yo estaría muerto”, recuerda. En 2024, Indonesia registró el mayor número de ataques de cocodrilos del mundo, 179, de los cuales la mitad fue mortal.

La selva primaria indonesia agoniza, su superficie ha caído de 148 a 46 millones de hectáreas entre 1950 y 2020. La Bahía de Balikpapan (en la imagen) se cubre poco a poco de puertos de importación de materiales de construcción, y de exportación de madera, aceite de palma y carbón.

“Cuando los hombres salen a pescar, lloro, esperando que regresen sin heridas”, cuenta Sariah, madre de familia. “Kalimantán oriental ha sido la zona más tocada este año”, analiza Brandon Sideleau, fundador de Croc Attack, una base de datos mundial de ataques conocidos desde el siglo XVIII. Según su opinión, la desaparición de hábitat naturales por la expansión industrial y el crecimiento de la población han creado “la tormenta perfecta” de factores que causan los ataques. Antes los riesgos, algunos abandonan. “El número de pescadores se ha reducido mucho, de 300 hace unos años a 200 en la actualidad”, apunta Sadar, jefe de la asociación de pescadores de Pantai Lango.

Sin embargo, visto desde un contexto histórico, la alarma por estos accidentes refleja una pérdida de costumbre de la realidad de los ecosistemas tropicales. Si bien en el siglo XIX los cocodrilos causaban cada año en Indonesia cientos de muertes, las poblaciones de estos animales ya no son ni la sombra de lo que representaban, tras haber sido diezmados en el siglo XX por la urbanización de la isla de Java y el comercio de su piel, como precisa Brandon Sideleau. Hoy, las poblaciones que quedan, acorraladas por la reducción de su hábitat, se refugian en los últimos rincones de naturaleza que quedan, al igual que la pesca artesanal.

El proyecto de la nueva capital de Nusantara también socava en silencio una frágil relación amor-odio ancestral entre humanos y cocodrilos. “Creemos que los cocodrilos y nuestros ancestros estaban unidos por la sangre. Por ello celebramos un ritual cada año, una ofrenda que depositamos en el mar como regalo a la naturaleza y a los cocodrilos, para pedir seguridad”, explica Saparuddin, un pescador de 55 años.

Ante los crecientes riesgos, estas viejas dinámicas de varios siglos dejan espacio a la tentación de exterminarlos. “A veces vemos los cocodrilos como algo perjudicial de lo que hay que deshacerse”, admite Rahman. “Más nos valdría encerrar a los cocodrilos”, afirma sin dudar Hayati Nur Idris, habitante de Borneo de visita en el museo zoológico de Yakarta.

Este deseo ya se ha hecho realidad en una granja de cocodrilos a las afueras de Balikpapan, donde se amontonan decenas de reptiles arrancados de su hábitat para proteger a los habitantes de los nuevos barrios construidos. “Sería preferible dejarlos en la naturaleza, pero es peligroso”, analiza Edy Petri, empleado en este lugar desde hace varias décadas.

Los cocodrilos son tan antiguos como los dinosaurios, sus ancestros se remontan a hace unos 240 millones de años. “La gente joven ha olvidado cómo vivir con los cocodrilos, algo se ha perdido en esta convivencia”, estima Brandon Sideleau. En Indonesia están protegidas desde 1999 las tres especies de cocodrilos establecidas en Borneo (cocodrilo marino, cocodrilo siamés y falso gavial), pero no hay ningún límite a la destrucción de su hábitat. “En las próximas décadas quizá ya no haya cocodrilos en la bahía de Balikpapan”, augura Rustam Fahmy, director de la facultad de Forestales de la Universidad de Mulawarman, en la capital de Kalimantán oriental.

Los cocodrilos no son las únicas reliquias que se sacrifican. “Cada vez más personas lloran por la pérdida de su modo de vida”, explica Mapaselle, director de la ONG Pokja Pesisir, que trabaja por las comunidades de la bahía de Balikpapan. La sensación de euforia durante el anuncio del proyecto de la nueva capital, y del orgullo de ser el centro de atención de todo el país, se ha transformado en remordimiento. “La gente se dejó seducir por una publicidad engañosa difundida por los medios convencionales, y los influencers por los mensajes de marketing de las autoridades”, resume Mapaselle.

Más al norte, las palmas aceiteras asfixian el hábitat de los últimos ejemplares de cocodrilos de Siam y de falsos gaviales de Malasia, dos especies amenazadas. La zona húmeda de Mesangat, que fue cedida entera a empresas de aceite de palma en 2010, está en vilo. Aunque las empresas se han comprometido a no clarear más selva por ahora, practican la política de la asfixia. La vegetación flotante, que obstruye la luz y perturba el ecosistema, se ha extendido por todas partes, lamenta Iwan, uno de los representantes de los pescadores. Esto se debe a los residuos de fertilizantes presentes en el agua por los derrames de las plantaciones. “Es inquietante, si la gente ya no pesca, siempre podrán decir que Mesangat ya no vale para nada”, analiza Brian Martin, director de Yayasan Ulin, una ONG que trabaja para proteger la zona. Ante la voluntad de la élite política y económica de monetizar cada kilómetro cuadrado de este territorio, Rustam Fahmy concluye: “El colonialismo holandés ya es el pasado, ahora estamos en la era de las concesiones”.

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