Conviene a los gobernantes de cualquier especie y condición servirse de aquella extraña técnica que utilizaban los indios en las películas del Oeste: oreja en el suelo para apreciar qué tan cerca o tan lejos venía la manada de búfalos, un suponer, o el séptimo de caballería, ya puestos en lo peor. A Pedro Sánchez, sin ir más lejos, el sonido que pueda captar podría ayudarle a rematar los planes que tenga a medias –alguno habrá, aunque sigan en el baúl de los misterios- para las elecciones que se nos vienen encima. ¿Le dice algo esa manifestación de la plaza de Cibeles, orgía de banderas rojigualdas, incluso franquistas, orgullosos de serlo, miles de voces clamando por su dimisión, los más suaves, o simplemente su desaparición del mundo, los más recios?
Podíamos extendernos –pero no lo haremos- en las distintas capas que conformaban ese estruendoso sancocho, desde falangistas de camisa azul a finísimos filósofos y otros intelectuales que abominan del Gobierno, esa peste, pero contentos de compartir mesa y mantel con los fantoches y raros especímenes que les acompañaban, presididos por ese gran caudillo que es Santiago Abascal. ¿Se sienten cómodos en la misma sala de baile que los nostálgicos de la dictadura, de los más exaltados de la ultraderecha y sus insultos feroces, de los homófobos, de los antivacunas, de los antiabortistas, de los xenófobos? Déjennos entonces decir que estamos en nuestro derecho de creer que son esos sus compañeros de afanes y, por tanto, que son ellos los políticos que quieren ver en el gobierno de España. O sea, la extrema derecha. Tomamos nota para cuando vuelvan a presumir, desvergüenza no les falta, de representar a la verdadera izquierda. Mentira. Si andan como un pato, parpan de la misma manera que los patos y van alegremente acompañados de miles de patos, ni lo duden: o ya eran patos o han transmutado en pato.
Es interesante, eso sí, contemplar cómo Vox sabe perfectamente dónde va, es lo que tiene el fanatismo, mientras sus aliados de la derecha nadan en el mar de la inanidad, con un líder que naufragó desde el mismo día que se subió al barco, tras empujar por la borda de muy mala manera al inenarrable pimpollo Casado. Esa batalla va a durar hasta las elecciones, y el variopinto equipo de Núñez Feijóo, incluido él mismo, van a sudar tinta de calamar, yendo y viniendo al ritmo que les marque Abascal. Ven p’acá, vete p’allá. Saben perfectamente en el PP que solo podrán gobernar si pactan con Vox, porque el sueño de alcanzar los 150 diputados, el mínimo para intentar emprender el camino en solitario es eso, un sueño. Y aun con esa cifra, debería contar con los votos, por ejemplo, del PNV y algunos catalanes, reeditando la fórmula de aquel Aznar que hablaba en la intimidad la lengua de Espriu, meta que ahora mismo parece una fantasía enloquecida tras una mala noche de peyote. De ahí esa pamema de la lista más votada, táctica previsible para los nostálgicos del bipartidismo y de alguien a quien no le salen las cuentas. La solemne propuesta de Núñez, a la basura.
Decíamos que la oreja en el suelo debería transmitirle algunas sensaciones a Pedro Sánchez, o quizá a Bolaños, que se supone que es el rastreador encargado de tirarse por los suelos, escuchar con atención y luego comentárselo al gran jefe. Seguro que en el PSOE oyen la sintonía, perfectamente detectable, que se desprendía de esa manifestación, fiel retrato de la estrategia manifiesta de la derecha y que constituye, como se puede comprobar cada día, la cantinela mil veces repetida de la prensa de la caverna. Será, y no hay que ser un politólogo doctorado en Harvard para detectarlo, el gran eje sobre el que se desarrollará la parte más dura de la campaña de la derecha: las cesiones a los socios de gobierno, por un lado a Podemos, la ley del sí es sí y sus rebajas de condena a los agresores, y a Esquerra, los indultos, las sediciones y la malversación.
Ha tenido que dejar la derecha fuera del circuito de la propaganda habitual el tema económico ante la realidad palpable de que Sánchez y Calviño han armado un dúo de una notable potencia y eficacia, que ha logrado salvar crisis tras crisis, como han reconocido en Europa y en todos los organismos internacionales. Han rebuscado, y hallado, otros terrenos de confrontación, otros campos de batalla como el aborto o la unidad de la patria, eslogan tan querido por la derecha. Una, grande y libre, ya saben, tan libre como la de Franco, cárceles, cunetas y fusilamientos. Es verdad que son temas que apuntan más al corazón que al cerebro, y por tanto más fáciles de llevar al terreno de los meros sentimientos, pero no es menos cierto que exige manejar demasiados conceptos abstractos, y la repetición de tanta grandilocuencia puede llegar a hacerse cansina y aburrida.
Tiene el Gobierno, en cualquier caso, que armarse muy bien ante esa guerra que va a ser sin cuartel. Y lo primero debería ser no cometer errores y lo segundo, que de cometerlos, alguien salga al minuto siguiente a reconocer los fallos y ponerse, inmediatamente, a subsanarlos. Son un desastre y una vergüenza los daños colaterales causados por la ley del sí es sí, pero es aún peor que aparezca en público la ministra de Justicia para reconocer que sí, que es cierto que se han producido esos efectos indeseados, y no mover un dedo para solucionarlos. Confiemos en que la reforma de la malversación no se convierta en el mismo esperpento y la ley no se utilice por abogados de escasa moralidad y jueces justicieros para mitigar penas a los corruptos. Ojalá sea así.
Por lo demás, nuestro mantra: ya hablaremos de Sumar y Podemos. Si se mueven.
Adenda: La autoridad de la cosa nos ha contado que en 2021 hubo 221 empleados de banca en España que cobraron más de un millón de euros, un 73% más que en 2020. Ante semejante injusticia, esta sociedad adormecida debe rebelarse de una vez por todas. Concentrémonos en Cibeles para reclamar enérgicamente un Ingreso Mínimo Vital para los banqueros y exigir que todos ellos, y no unos cuantos, cobren ese millón de euros. Es lo mínimo que debemos pedir para recompensar su abnegación en ayudar a los demás y en sacrificarse para que los más necesitados tengan cubiertas las necesidades básicas. Que su extraordinaria y sacrificada labor no se quede sin el premio que sin duda se merece: el millón. Qué menos. Amén.
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