Desde que los consumidores han empezado a dar importancia al 'bienestar' de los animales usados en la industria alimentaria, muchas empresas del sector han reaccionado para atender a esta preocupación de sus clientes. Así, cada vez es más frecuente encontrar mensajes publicitarios destinados a convencer del buen trato que reciben los animales en las explotaciones ganaderas.
En principio, la voluntad de dar un mayor cuidado a los animales de granja tendría que ser celebrada. Pero desde asociaciones animalistas hace tiempo que se critica este tipo de publicidad, a la cual se ha bautizado como humane washing. Este término alude a la actividad de transmitir la idea engañosa de que los animales utilizados para elaborar un producto determinado han sido tratados con “humanidad”: de manera “benigna” y “afable”. Los activistas argumentan que la propia naturaleza de las prácticas ganaderas y de los intereses de la industria son incompatibles con las expectativas de bienestar que trasladan estos anuncios. Ven esta práctica como una estrategia de marketing orientada a hacer un “lavado de cara” a sus productos, sin voluntad -o sin posibilidad- de ofrecer a esos animales un trato compasivo.
¿Cómo se lleva a cabo el “humane washing”?
Estos mensajes publicitarios suelen consistir en la exhibición de imágenes de animales saludables en entornos naturales idílicos, el uso de afirmaciones poco concretas como, por ejemplo, “vacas felices” o “producido humanamente”, y en certificados de 'bienestar animal' que pretenden garantizar unos estándares de bienestar superiores a los establecidos por la legislación. A su vez, se suelen evitar por completo imágenes de los interiores de las granjas, y pocas veces se ofrecen argumentos que demuestren el alcance de dichas proclamas.
Alguien podría estar pensando que toda publicidad conlleva cierto grado de exageración, y que esta es inofensiva porque los consumidores ya conocen las implicaciones de la producción de los alimentos de origen animal. Pero un estudio confeccionado por la Comisión Europea en 2015 desveló más bien todo lo contrario: el 71% de los españoles entrevistados manifestaron que les gustaría tener más información sobre las condiciones en las cuales se trata a los animales de granja en su país. Además, el mismo estudio puso de relieve lo que ya veníamos diciendo: que la ciudadanía se preocupa cada vez más por el bienestar de estos animales. En concreto, el 55% de los españoles participantes consideraron que la protección de los animales de granja era muy importante para ellos, y un 39% lo consideró bastante importante (en total, pues, un 94% otorgó una importancia significativa a este tema). Y eso no es todo, más de la mitad de la muestra respondió estar dispuesta a pagar más por productos procedentes de “sistemas respetuosos con el bienestar de los animales”.
Derechos del consumidor
Esto quiere decir que el fenómeno del humane washing supone un problema que no solo concierne a la ética, sino que en algunos casos podríamos estar delante de incumplimientos de la legislación española de defensa de la competencia: la Ley de Competencia Desleal, que es una de las que regula el correcto funcionamiento del mercado.
Es un derecho del consumidor poder ejercer de árbitro en el mercado a través de decisiones libres e informadas, siempre que tenga la voluntad de hacerlo. Pero si tenemos a un consumidor preocupado por el bienestar animal, que a su vez está desinformado respecto de los procesos de producción de la industria, y además expuesto a los mensajes publicitarios inexactos y exagerados de las empresas... ¿Dónde queda la decisión libre e informada? Además, si la decisión del consumidor no es libre, porque ha sido condicionada, tampoco se están salvaguardando los derechos de los demás competidores del mercado que promocionan sus productos con honestidad.
Para alegar una “alteración, real o potencial, del comportamiento económico del consumidor”, penada por la legislación, también habría que demostrar la disonancia entre los anuncios y la realidad. En la práctica, esta valoración se debe hacer caso por caso, pero aquí pondremos un par de ejemplos de empresas que, además, cuentan con certificados de 'bienestar animal'.
En el caso de una conocida marca de huevos, los vídeos grabados por activistas que entraron en las instalaciones muestran cadáveres de animales en los rincones, gallinas con falta de plumas debido al picoteo excesivo, y un espacio muy pequeño por la cantidad de aves que se encontraban allí. En cambio, en la imagen publicitaria se muestra una gallina con todas sus plumas, saludable y al aire libre. ¿No parece razonable concluir que las expectativas generadas por la publicidad no concuerdan con la realidad en las granjas?
Aunque existe la creencia de que las gallinas camperas “campan” libres todo el día, en realidad este no es un requisito para obtener tal calificación. Es más, en ocasiones, las gallinas que se crían sin jaulas pueden incluso presentar mayores niveles de estrés y gozar de peor salud, ya que al estar sueltas en espacios pequeños y calurosos tienden a pelearse entre ellas. Pero esto no es conocido por la mayoría de consumidores, menos aún cuando la industria presenta este tipo de mensajes deshonestos.
En el caso de las vacas de una granja proveedora de dos conocidas marcas de leche, las imágenes obtenidas desvelan bebés abandonados en pleno verano sin agua ni comida, mostrando severos síntomas de desnutrición y sin capacidad para moverse. Algunas de las vacas mayores se encontraban desatendidas, con aparentes signos de algunas enfermedades, y viviendo en espacios pequeños, amontonadas y sobre sus propias heces. Además de no cumplir con las expectativas de bienestar presentadas en los mensajes publicitarios, el hecho de no proveer de agua ni comida a los animales constituye una infracción de un código de conducta que libremente han adoptado y que están obligados a cumplir: el certificado de bienestar Animal Welfair.
Con lo que hemos visto hasta aquí, ¿no queda demostrado que los consumidores quizás actuarían de modo distinto si no fueran expuestos a este tipo de anuncios engañosos? Lo que pasa es que lo queremos todo, y nos han convencido de que podemos tenerlo todo: queremos bienestar animal pero también queremos nuestro queso, nuestras tortillas y nuestros chuletones. Nos encanta comer animales pero no queremos ver de dónde viene realmente nuestra comida. Por esto las empresas de la industria ganadera se ven tentadas a maquillar la realidad de las granjas, porque quieren evitar a toda costa que el consumidor se de cuenta que no hay manera humana de explotar a un animal.
Creo fervientemente que la mayoría de personas sienten compasión y empatía hacia las demás especies, pero para que puedan decidir libremente si quieren seguir comprando productos animales, o empezar a priorizar las alternativas vegetales, es indispensable que se garantice que las decisiones de compra de los ciudadanos estén basadas en información veraz.
*Artículo basado en un trabajo más completo, publicado en el Boletín de INTERcids: https://bit.ly/3tZkYmm
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