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Nepal bajo las aguas

Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Nepal cuenta con la mayor densidad de montañas por unidad de superficie de todo el planeta. Sus cumbres y laderas se extienden a lo largo y ancho de todo el país ocupando las dos terceras partes, el 64%, de su territorio. Su aspecto general se asemeja al de un ejército a punto de pasar revista o entrar en batalla. A la vanguardia, en orden de combate y desplegados a lo largo de un frente que se extiende de este a oeste, van los reclutas y novatos, las cimas menores, las que no superan los 4.000 metros de altitud. Tras ellos, los soldados veteranos, los que han participado en campañas anteriores, los picos de 5 y 6.000 metros. Y, finalmente, cerrando la formación, esperan los elegidos, una minoría integrada por los gigantes que superan los 7.000, una élite presidida por ocho de los catorce ochomiles con los que cuenta la Cordillera del Himalaya.

Así era o así nos imaginábamos este país hace unos años. En la actualidad, el paisaje y el territorio nepalí están siendo transformados a toda velocidad a causa de la planificación, construcción y puesta en marcha de embalses destinados a generar electricidad y regular las cuencas de los principales cauces fluviales de esta nación asiática. Unos embalses que, en palabras de Jawaharlal Nehru, primer ministro indio tras la independencia de este país, debían convertirse en “los nuevos templos de la India”.

Nepal, sin embargo, no es la única víctima de esta carrera por contener el flujo del agua y encementar los ríos que nacen en las faldas del Himalaya. La plaga también afecta al resto de países limítrofes. Tanto India como Bhután, Pakistán, Birmania o China hace tiempo que decidieron sumarse a este tipo de iniciativas con el beneplácito, por cierto, del Banco Mundial y de las empresas internacionales que operan en los sectores de la ingeniería y la construcción. Para que nos hagamos una idea de las proporciones que ha adquirido este fenómeno basta mencionar un dato. Según Sunil S. Amrith, autor de un artículo publicado en diciembre de 2018 en el New York Times y titulado: The race to dam the Himalayas, en esas fechas existían un total de 500 proyectos hidroeléctricos en ejecución o en estudio que afectaban tanto a la vertiente sino-tibetana (100) como a la indo-gangética (400).

Así las cosas, y aunque no venga mucho a cuento, resulta un tanto extraño que esta problemática haya suscitado tan poco interés o merecido tan poca atención entre los ecologistas occidentales o los alpinistas que visitan con asiduidad esta región del mundo. Será que la sensibilidad ecológica de los primeros es un tanto selectiva o que los objetivos deportivos de los segundos son tan importantes y prioritarios que les impiden ver lo que ocurre a su alrededor.

Pero volviendo a Nepal, el estado más vulnerable junto con Bhután, de cuantos hemos mencionado más arriba, hay que destacar que desde hace algo más de una década está sufriendo la misma fiebre del kilowatio que padeció España en la década de los 60 y 70 del siglo pasado cuando se planificaron y construyeron buena parte de los embalses que salpican la Península. En nuestro caso, en algo menos de diez años, desde finales de los 60 a finales de la década siguiente, la potencia instalada se multiplicó por tres, pasando de 6.567 a 17.924 megawatios (MW). Si hacemos caso a los informes de las O.N.G. que, además de trabajar en este país, han comenzado a denunciar los abusos que se están produciendo, los riesgos que entrañan estas costosísimas infraestructuras y la velocidad suicida del proceso, Nepal lleva el mismo camino. Para probarlo basta señalar que en 2015 había un total de 43 centrales funcionando, 83 en ejecución y más de 100 en proyecto.

Si partimos de que cerca del 40% de los habitantes de este antiguo reino carecen de suministro eléctrico, que la potencia instalada en 2018 era de 1.000 MW, o que el consumo per capita es de 100 kilowatios/hora por persona y año (frente a 500 de los indios, 5.000 de los españoles y 12.000 de los estadounidenses), no tiene nada de extraño que la explotación de este recurso – 80.000 MW según las estimaciones de los expertos– sea uno de los objetivos estratégicos de la Administración nepalí. No obstante, la falta de controles, la rapidez con la que se aprueban las obras, la voracidad empresarial y la corrupción endémica que asola al país arrojan sombras sobre la viabilidad o idoneidad de unos proyectos que se cuentan por decenas y se extienden de este a oeste por las cuencas de los ríos Koshi, Gandaki, Karnali y Mahakali, los más caudalosos del país.

Estas actuaciones no solamente amenazan con socavar el frágil equilibrio geo-político existente entre Nepal y sus poderosos vecinos, China e India, por un “quítame allá esas aguas” sino que, además, van a expulsar a decenas de miles de campesinos de sus tierras y diezmar su riquísima biodiversidad. Esta última factura que, sin duda se verá agravada en el futuro por el inminente cambio climático, entraña la potencial extinción de todo tipo de especies animales y vegetales, el incremento de los corrimientos de tierras y la sismicidad, la destrucción del paisaje y la exposición de sus ciudadanos a riesgos inéditos como son la rotura de diques o la alteración del régimen local de lluvias. Y es que ya lo dice el refrán: “agua estancada, agua envenenada”

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