Espacio de opinión de La Palma Ahora
Gateando sobre una peluda piel
El cachorro llegó a casa poco tiempo después de mi arribada a este mundo. Así que crecimos juntos, él a una velocidad siete veces superior a la mía, como corresponde a las cronologías de nuestras respectivas especies. Mi padre lo puso Drake y todos lo pronunciábamos en castellano. Era un perro lobo grajo, lo que nosotros llamamos ahora un Pastor Garafiano melánico, si es que somos capaces de encontrar alguno con esta capa, porque escasean notablemente.
Pocos días después de destetarlo, la perra que lo había parido se encontró con mi padre por la calle. Tras oler a este, lo siguió hasta nuestra casa, buscó al cachorro, se tendió en el suelo y empezó a amamantarlo. Más tarde se fue y no vino hasta el siguiente día, para repetir la operación. Varias jornadas después, apareció con un hueso a medio roer para que el perrito rematara la faena. Por fin, cuando ella decidió que su hijo estaba en condiciones de buscarse la vida, hizo mutis por el foro definitivamente.
A mi camarada le daban el aceite de hígado de bacalao que yo rechazaba, por lo que adquirió un tamaño mayor que sus congéneres de la misma raza a los cuales, en aquella época, no se les proporcionaba ningún suplemento alimenticio. Según me contaron, yo gateaba sobre su peluda piel sin que, a juzgar por la fotografía, pareciera haberme transmitido alguna parasitosis.
El perro estaba amarrado en el patio trasero y se soltaba una o dos veces al día para que hiciera sus necesidades en aquellas calles empedradas y de escasa circulación. En otras ocasiones, mi padre se lo llevaba de paseo por la Calle Real, donde los jóvenes se aproximaban tímidamente a los humanos del otro sexo. Eso estaba tolerado, pero mal visto, por lo que el olfato del animal y su adelantamiento a mi padre, permitía a mi hermana alejar a cualquier pretendiente, cosa que probablemente intuía y toleraba mi progenitor, quien se ahorraba situaciones incómodas.
Que yo recuerde Drake solo fue educado en tres cosas: acudir a la llamada, echarse y tirarse desde el muelle para salir nadando por la orilla, después de dejar liquidada a una más que previsible población de parásitos externos. Sin embargo, estos perros, como todos los pastores, siempre se han considerado inteligentes y esta fama, por suerte, la conservan en nuestros días. El trabajo que tienen que hacer con el ganado es complejo y muchas generaciones de cabreros han estado seleccionando animales para este menester.
El caso es que, teniendo ambos entre ocho y nueve años, mi padre, después de cenar, me dio instrucciones para que me escondiera en el otro extremo de la casa. Esta era antigua y entrañable, con un patio central que me parecía enorme, probablemente debido a mi edad y a que estaba lleno de plantas tropicales. El comedor se encontraba en el piso superior y, por tanto, yo bajé la escalera y me fui al otro lado de la edificación, junto al zaguán de entrada. Entonces mi padre se volvió hacía el perro, que deambulaba por allí a ver si le caía algo, y le dijo: ¿dónde está Juan Francisco? Se lo repitió otra vez y Drake, sin rodeos ni prisas, caminó hacia donde yo me encontraba, hallándome sin ninguna dificultad. Entonces, ante mi asombro y satisfacción, me agarró por la muñeca, con la mínima presión posible, para arrastrarme hasta donde estaba mi progenitor.