Trump dice que la paz en Ucrania está cada vez más cerca: cuánto hay de cierto y qué podemos esperar
Dice Donald Trump que “estamos más cerca de la paz que nunca”. El mismo que dijo que terminaría la guerra de Ucrania en 24 horas, el que asegura tener dudas sobre quién empezó dicha guerra y el que parece creer las palabras de Vladímir Putin cuando repite lo de que “Rusia desea lo mejor a Ucrania”, como si lo que hace cada día no mostrase lo contrario sobre un país que no existe para él.
Por eso, atendiendo más a los hechos que a las palabras, lo mínimo que cabe decir tras la última reunión que el inquilino de la Casa Blanca ha sostenido con Volodímir Zelenski en su finca privada es que la paz está hoy tan lejos como siempre, al menos desde 2014.
Así se deduce, en primer lugar, de la situación militar sobre el terreno. Del mismo modo que resulta obvio que Ucrania no está en condiciones de expulsar a las tropas invasoras rusas de su propio país, también lo es que Moscú no ha logrado ninguno de los objetivos planteados en su “operación especial militar” hace casi cuatro años.
De hecho, a costa de sufrir unas 400.000 bajas (entre muertos, heridos y desaparecidos) en el año que ahora termina, tan solo ha logrado controlar unos 6.000 kilómetros cuadrados adicionales, sin llegar ni siquiera a una superficie equivalente a lo que ya tuvo en sus manos al inicio de la invasión. Y nada indica –cuando ya se van haciendo evidentes los efectos de las sanciones internacionales y el impacto de la caída de los precios de los hidrocarburos en las cuentas nacionales– que 2026 vaya a resultar más propicio para los planes de Putin. Ni cabe esperar que la ayuda china y norcoreana vayan a aumentar mucho más allá del nivel actual, ni tampoco que el Kremlin sea capaz de reclutar más personal para enviar al matadero ucraniano, volcando definitivamente la balanza a su favor.
El terreno diplomático
Es más probable que lo que pueda haber de novedoso, por tanto, se produzca en el terreno diplomático. De hecho, mientras se suceden como una trágica rutina normalizada los bombardeos rusos de objetivos civiles y del sistema energético ucraniano y los ataques en profundidad por parte de Kiev contra el sistema ruso de producción, almacenamiento y distribución de hidrocarburos, es en este campo en el que se registra una mayor actividad. Una actividad que, en cualquier caso, no ha conseguido ni siquiera un mínimo acuerdo para establecer un alto el fuego, aunque sea temporal.
Zelenski está una situación nada envidiable de cara a lo que pueda deparar el nuevo año, sabiendo que no cuenta con efectivos humanos ni recursos económicos ni capacidades de inteligencia suficientes para hacer frente a un Putin y a un Trump que comparten una visión imperialista
Y si eso es así es, básicamente, porque Putin sigue creyendo que el simple paso del tiempo –contando con su ventaja demográfica, económica, industrial y militar, junto a la evidente presión ejercida por Trump sobre Zelenski– terminará por obligar a este último a aceptar los términos de una capitulación en toda regla.
Esa convicción, más la meliflua actitud estadounidense con Putin, es lo que explica que Moscú no se vea obligado a rebajar en algún punto sus exigencias, resumidas en la renuncia de Ucrania a buena parte de su territorio (actualmente ya controla el 22% del total del país y aspira a hacerse como mínimo con la parte de la región de Donetsk que todavía está en manos ucranianas), a integrarse en la OTAN y a reducir sustancialmente el volumen de sus efectivos militares. Una lista de demandas a las que, al hilo de cada nuevo contacto entre Kiev y Washington, se añaden otras más circunstanciales como el control de la central nuclear de Zaporiyia, la negativa a admitir el despliegue de tropas de la Alianza Atlántica en suelo ucraniano o la celebración inmediata de elecciones para sustituir a Zelenski.
Triquiñuelas rusas
La sensación dominante en la actualidad es la que determina que lo que Putin negocia con Trump no es lo mismo que lo que este último trata con Zelenski. De ese modo, cada vez que el mandatario ucraniano procura avanzar en algún punto que le permita firmar un documento que no suponga una rendición incondicional y vergonzosa para su propio país, Putin se encarga de inmediato de cerrar la puerta a todo entendimiento, echando mano de lo que sea necesario en cada caso. Y un ejemplo de ello es la amenaza transmitida este lunes por Moscú de tomar represalias y “revisar” su postura las negociaciones (paralizadas en cualquier caso) con la acusación de un ataque ucraniano con 91 drones contra la residencia presidencial en la región de Nóvgorod, que Zelenski ha negado.
Las triquiñuelas del Kremlin solo pueden convencer a quienes ya de partida no quieran ver su falta de voluntad para alcanzar una paz justa, global y duradera. Igualmente, los gestos de los aliados europeos de Kiev tampoco pueden ocultar su incapacidad para sustituir a Washington como sostén principal ante la visible renuncia estadounidense a mantener el pulso a Moscú.
Todo eso coloca a Zelenski en una situación nada envidiable de cara a lo que pueda deparar el nuevo año, sabiendo que no cuenta con efectivos humanos ni recursos económicos ni capacidades de inteligencia suficientes para hacer frente a un Putin y a un Trump que comparten una visión imperialista en la que Ucrania apenas es una piedra en el camino. De ahí que, aunque el presidente ucraniano insista en que prácticamente todo está ya cerrado con Trump –incluyendo una zona desmilitarizada o unas garantías de seguridad que Rusia rechaza–, sea muy difícil compartir su forzado optimismo.
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