Si Sánchez está muerto, ¿por qué Feijóo lo sigue matando?
Alberto Núñez Feijóo ha sentenciado que este 2025 que termina ha sido el año del “colapso del sanchismo”. Ciertamente, ha sido un año turbulento para el presidente del Gobierno, sobre todo por los líos judiciales que tienen enredados a Cerdán y Ábalos, las causas interminables contra su esposa y su hermano y los escándalos de acoso sexual que han saltado en el seno del PSOE. A ello se suma una precariedad parlamentaria que le está impidiendo sacar adelante proyectos legislativos, comenzando por el de los presupuestos generales. Es tal su fragilidad en el Congreso que, según publica El País, ha instruido a cada uno de sus ministros a que le presente tres o cuatro proyectos sociales que se puedan ejecutar sin tener que pasar por las cámaras legislativas.
Sin duda, hay un olor penetrante a fin de ciclo. Los resultados de las recientes elecciones en Extremadura, donde el PSOE sufrió un descalabro histórico en su otrora bastión inexpugnable, parecería marcar el rumbo de lo que sucederá en próximas citas electorales autonómicas. Y, al final del camino, en los comicios generales de 2027, si Sánchez decide agotar su mandato. Esos tsunamis electorales se han producido en otros momentos de nuestra historia reciente y no es descartable que se repitan una vez más. La duda que me asalta es por qué Feijóo, si considera al presidente del Gobierno un cadáver ambulante, dedica tanto tiempo a dispararle con una saña creciente. Por qué arroja piedras a la fruta pretendidamente podrida en vez de esperar pacientemente a que caiga del árbol merced a la inexorable ley de la gravedad.
Creo que la respuesta es que el líder del PP no se fía del todo de que Sánchez sea un fiambre político. El presidente ha demostrado una habilidad extraordinaria para escapar, como el mago Houdini, de los trances más difíciles. Y quién sabe si lo logrará una vez más, incluso vendiendo su alma al diablo. Si Feijóo tuviera la certeza forense de que Sánchez está absolutamente acabado, se limitaría a seguir a rajatabla el antiguo proverbio chino que reza: “Siéntate pacientemente junto al río y verás pasar flotando el cadáver de tu enemigo”. Pero, ¿y si no pasa? ¿Y si al final eres tú quien acaba flotando en el río, como le sucedió a Edén Pastora, que siendo dirigente sandinista pronosticó que vería a la Iglesia desfilar sin vida por las corrientes fluviales de Nicaragua?
Feijóo, que de tonto no parece tener un pelo, sabe que con el correoso Sánchez no vale la paciencia oriental. Él prefiere recurrir a otro proverbio, que parece extraído de 'El arte de la guerra', de Sun Tzu, pero que en realidad es un grito bélico español:: “El que pueda hacer que haga”. No es suyo, sino de un maestro que fue timonel del partido, y cabe presumir que lo escucharemos con estridencia creciente hasta que se vaya Sánchez, si es que se va. De momento la pieza más valiosa que se ha cobrado es la cabeza del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. La idea era que cayera Sánchez por efecto dominó, pero no funcionó.
En su intervención de este lunes ante el Comité de Dirección del partido en que certificó el colapso del sanchismo, Feijóo no lo acompañó con su habitual monserga para que el presidente convoque elecciones anticipadas. Tampoco insinuó que vaya a recurrir, esta vez sí, a la herramienta que le brinda la Constitución para apartar al presidente de la Moncloa: la moción de censura. El problema es que, pese a tener la certeza de que Sánchez está acabado, le siguen sin cuadrar las cuentas para sacarla adelante. Y le sigue faltando el coraje político para presentarla a sabiendas de que la va a perder, pese a que le permitiría exponer a los españoles cuál es su alternativa en el caso de que Sánchez acepte la dolorosa realidad de que está muerto.
Es posible que, en este momento, el objetivo Feijóo no sea la caída inmediata de Sánchez. Quizá necesita algo más de tiempo, para ver qué le susurran los resultados de algunas elecciones autonómicas; no tanto sobre el PSOE como sobre Vox. El líder del PP es consciente de que su discurso de cara a las generales va a depender de lo que digan los votantes en Aragón, Castilla y León o Andalucía. Este lunes ha impartido la doctrina de establecer gobiernos “proporcionales” con el partido de extrema derecha allí donde el PP los necesite para tener mayoría, pero es obvio que prefiere que su partido obtenga mayorías absolutas en todos los comicios. Unas votaciones al alza del partido de Abascal le pueden, como se dice coloquialmente, dañar el caminado. Como en cierta medida ha ocurrido en Extremadura.
Sin pretender erigirme en oráculo político, el PP dejará en los próximos meses de insistir en que Sánchez dimita cuanto antes, y se dedicará a seguir minándolo sin tregua hasta que el panorama de la derecha y la ultraderecha se despeje un poco, de modo que Feijóo tenga un cuadro más claro de su equilibrio de fuerzas con un Vox cada vez más envalentonado y exigente.
En cualquier caso, el horizonte máximo para sacar conclusiones al respecto son las elecciones generales de 2027. Pero, ¿y si Sánchez finalmente se presenta para un tercer mandato, como ha anunciado? –casi no me atrevo a preguntarlo, por inverosímil, pero mi trabajo consiste en hacer preguntas–, ¿y si gana?
15