Espacio de opinión de Canarias Ahora
El eco de un silencio insoportable: ya medio año sin respuestas por la muerte de Abdoulie Bah
Han pasado más de seis meses desde aquel día en el aeropuerto de Gran Canaria en el que la vida de Abdoulie Bah, un joven de solo 19 años, quedó truncada por cinco disparos, uno de ellos en el cuello, durante una actuación policial que aún sigue bajo investigación. Medio año de preguntas sin respuesta, de versiones contradictorias, de un proceso que avanza con la lentitud que a veces acompaña a la burocracia cuando el dolor lo atraviesa todo.
Pero, sobre todo, han pasado más de seis meses de un duelo que no ha encontrado paz.
El entierro del joven no pudo celebrarse de inmediato. Durante semanas, su familia quedó atrapada en un laberinto de trámites, informes y autorizaciones. El cuerpo de Abdoulie Bah permanecía lejos de su tierra, lejos de los suyos, mientras se completaban las gestiones para la repatriación y mientras la investigación trataba de reconstruir las horas finales de un joven que había venido a Gran Canaria buscando un futuro distinto.
Cuando por fin el féretro llegó a manos de su familia, cuando por fin pudieron despedirse, cuando sonó el último tambor en su honor, nadie imaginaba que el dolor aún guardaba un golpe más.
Pocos días después del entierro, el padre de Abdoulie falleció, consumido por una tristeza que no encontraba alivio, por la impotencia de haber perdido a un hijo en circunstancias que todavía hoy siguen envueltas en sombras. Dicen quienes lo conocían que murió de lo único que la medicina no puede curar, de pena.
La investigación judicial continúa abierta, pero la distancia entre el tiempo de los tribunales y el tiempo del duelo es abismal. Para la familia, cada día sin respuestas es un recordatorio de lo que ya no podrán recuperar, la risa del joven Abdoulie, sus sueños por estrenar, la vida que apenas comenzaba a desplegarse.
En Canarias, el caso abrió un debate necesario sobre el uso de la fuerza, la gestión de las crisis en aeropuertos y la atención a personas que, como Abdoulie, se encuentran desorientadas o en situaciones de vulnerabilidad. Pero también puso en evidencia algo más profundo, la fragilidad con la que algunas vidas son tratadas, como si valieran menos, como si fueran prescindibles.
Abdoulie Bah no puede ser solo una cifra en un expediente ni un titular que se esfuma con el paso de las semanas. Era un hijo, un hermano, un amigo, un joven que acababa de comenzar la vida adulta con la esperanza de construir un futuro digno. Su muerte, y la de su padre, dejan un vacío imposible de llenar.
Su historia nos interpela porque habla de humanidad, de cómo se ejerce la autoridad, de cómo se trata a quienes se encuentran solos, lejos de casa, sin redes ni apoyos. Y porque, por encima de todo, nos recuerda que ninguna sociedad puede permitirse mirar hacia otro lado cuando una familia entera queda rota.
El tambor que acompañó su despedida sigue resonando hoy, no como un sonido ceremonial, sino como un latido que exige verdad, justicia y memoria. Mientras la investigación avance, mientras se determinen responsabilidades, mientras la familia busca reconstruirse en medio de la pérdida, ese tambor nos pide algo sencillo pero urgente, que no olvidemos.
Porque el silencio que rodea la muerte de Abdoulie Bah no es un silencio normal. Es un silencio que pesa, que duele, que reclama con la fuerza de quienes ya no pueden hablar.
Y mientras ese silencio no se rompa, su historia seguirá viva en nosotros y en la necesidad profunda de que nunca vuelva a repetirse.
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