A FONDO: Santa Sofía de Constantinopla

Cúpula de Santa Sofía de Constantinopla, la joya del arte bizantino. VIAJAR AHORA

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Ayasofía, iglesia de la Santa Sabiduría, mezquita, magnífica, “la maravilla entre las maravillas”. La Basílica de Santa Sofía, obra cumbre de la arquitectura bizantina, es uno de los símbolos inequívocos de la ciudad de Estambul (ver guía completa de la ciudad). Un icono rodeado, a su vez, de multitud de grandes monumentos que nos hablan del pasado glorioso de esta ciudad milenaria. La primera Santa Sofía se construyó en el año 360 por orden de Constantino, aunque un incendio la destruyó en el año 404. Teodosio II fue el responsable de la segunda basílica, que se inauguró en el año 415 para sucumbir consumida por el fuego durante la Revuelta de Nika en el año 532. Cinco años después, el emperador Justiniano contrató los servicios de los arquitectos Artemio de Tralles e Isidoro de Mileto y les encargó levantar una de las grandes obras maestras de la arquitectura universal. Poco después de su reapertura, sufrió un nuevo percance, esta vez, en forma de terremoto.

El encargado de devolver el esplendor al edificio fue Isidoro el joven, sobrino del viejo Mileto quien alzó aún más la enorme cúpula central utilizando, para ello, un macizo sistema de contrafuertes exteriores que marcan la fachada de este templo convertido hoy en uno de los monumentos más visitados del mundo. Dice la leyenda que Justiniano, al ver terminadas las obras, exclamo: -Salomón, yo te he vencido. Modesto no era el chico.

Como le sucediera al propio templo de Jerusalén, no se escapó el edificio a los avatares posteriores de la propia ciudad. La noche del 28 de mayo de 1453 el emperador Constantino se ciñó la armadura y salió de su palacio sin apenas compañía para cruzar los escasos centenares de metros que separaban el área palaciega de Santa Sofía. Allí permaneció toda la noche para intentar hacer las paces con Dios y consigo mismo ante la inminencia de la muerte. Poco después de la salida del sol perdía la vida en las murallas de la ciudad. La tarde del 29 de mayo de 1453, el sultán otomano Mehmet II entraba en la basílica para agradecer a Dios su victoria convirtiendo a Santa Sofía, con el mero hecho de postrarse en dirección a La Meca, en mezquita.

El uso del edificio como templo musulmán no mutiló la grandeza de Santa Sofía salvo con el encalado de los mosaicos bizantinos que se recuperaron en la segunda mitad del siglo XIX. El presidente Ataturk, padre de la actual Turquía, decidió acometer una restauración a fondo de la basílica en 1935, lo que supuso la recuperación del aspecto original del templo bizantino y la conversión del mismo en un museo. Santa Sofía de Constantinopla es el cuarto edificio religioso más grande de Europa después de San Pedro (Roma) y las catedrales de Sevilla y Milán.

Qué hay que ver:

EL EXTERIOR.-La primera impresión que se tiene al plantar los pies frente a la Basílica es la de un edificio pesado. Los arquitectos que construyeron el templo tuvieron que ingeniar un sistema de grandes contrafuertes y muros para soportar el peso de la cúpula. Los cuatro enormes refuerzos que ‘afean’ las fachadas occidental y oriental, tuvieron que construirse a toda prisa mientras se asentaba la cúpula para poder ajustar los cálculos de resistencia de de los muros. A parte de la cúpula, razón de todos los alardes arquitectónicos que se muestran a la visa, los elementos que definen el exterior del templo son los minaretes. Los que flanquean la entrada se deben a Murat II y fueron construidos en el siglo XV. Los traseros (dan a la calle de acceso al Palacio de Topkapi) son posteriores y fueron construidos por Mehmet II y Selim II. Antes de entrar al templo merece la pena rodearlo para poder determinar con exactitud sus enormes dimensiones.

EL NARTEX.- El vestíbulo está formado por una doble arcada de nueve bóvedas (la primera tiene la mitad de anchura que la interior (exo nártex) separadas por arcos y columnas y adornadas, en su mayoría por mosaicos de la etapa iconoclasta esto es con total ausencia de representaciones humanas). El nártex tiene una longitud de sesenta metros y una anchura de once. De las cinco puertas de acceso al interior destaca la llamada Puerta Real, que cuenta con un mosaico de gran calidad en el que se muestra a Cristo portando un evangelio (en el que se lee ‘Yo soy la luz y la paz para vosotros’) y bendiciendo al emperador León IV. Este motivo central está flanqueado por el Arcángel Gabriel, a la izquierda, y la Virgen María, a la derecha. Los visitantes suelen abandonar la Basílica a través del vestíbulo, antaño entrada reservada al emperador. De este acceso cabe destacar el precioso mosaico del siglo XI en el que dos de los grandes soberanos bizantinos hacen ofrendas simbólicas a la virgen y al niño. Justiniano ofrece la propia Santa Sofía, mientras que Constantino entrega la ciudad. También destacan los mosaicos geométricos que decoran la bóveda y la impresionante puerta de bronce que data del siglo IX.

LA NAVE.- El interior de Santa Sofía está dominado por la enorme cúpula de 31 metros de diámetro y de 55 metros de altura en su punto máximo. Esta enorme semiesfera, única por sus dimensiones hasta el siglo XV, se une a los paramentos verticales del edificio mediante cuerpos triangulares llamados pechinas (las más antiguas del mundo). En época bizantina éstas estaban decoradas con ángeles de seis alas elaborados con mosaicos. Sólo los orientales son originales (elaborados en el siglo X), mientras que los que ocupan las pechinas occidentales son recreaciones del siglo XIX. Originalmente, la cúpula estaba decorada con una representación del cielo, pero tras la conquista islámica, los mosaicos se sustituyeron por citas coránicas. Los enormes medallones con caligrafía cúfica, añadidos en el siglo XV, recuerdan a Alá, Mahoma y los cuatro primeros califas.

El interior de la Basílica, que divide sus espacios por un total de 107 columnas (número simbólico), se completa con dos pequeñas naves laterales que soportan las galerías superiores. La mayoría de los capiteles, que cuentan con la intrincada decoración de inspiración vegetal bizantina, incluyen en su iconografía las iniciales del emperador Justiniano y su mujer Teodora. A los pies de la nave izquierda se encuentra la llamada Columna de San Gregorio, famosa por curar dolencias tan dispares como la ceguera, la invalidez o la infertilidad. Para ello basta introducir un dedo en un angosto agujero y esperar el milagro. Las colas suelen ser de impresión.

La reutilización de la basílica como mezquita ha dejado rastros visibles tales como los preciosos pabellones de mármol utilizados por los lectores del Corán o las enormes cisternas de alabastro que servían para que los fieles pudieran cumplir con la obligación ritual de las abluciones. Estas grandes cantimploras blancas fueron donadas por el sultán Murat III en el siglo XVI. Pero la más notable es el mihrab (hueco destinado al Corán orientado hacia La Meca) que se sitúa en el ábside del templo o el precioso Minbar desde el que se dirigía la oración de los viernes. Esta zona del interior también cuenta con un soberbio mosaico que representa a la Virgen María con el niño.

LAS GALERÍAS SUPERIORES.- Más allá de las impresionantes vistas sobre la enorme nave central y la cúpula, uno de los grandes alicientes de subir las duras rampas (y resbaladizas) de Aya Sofía es poder ver de cerca alguno de los mejores mosaicos que existen en el mundo. El primer punto de interés se encuentra en la galería occidental (justo en frente del ábside). Un círculo de mármol verde de Tesalia marca el lugar en el que se encontraba la silla desde la que la emperatriz asistía a los oficios religiosos. Su marido se sentaba en la nave central en un gran cuadrado del mismo color. Siguiendo hacia derecha, y tras doblar hacia el ábside, se traspasa las llamadas Puertas del Cielo y del Infierno, elaboradas con mármol blanco. Para los curiosos, destacar que en las barandillas que se asoman a la nave central justo después de las puertas hay grafitis rúnicos grabados, a modo de gamberrada histórica, por los vikingos que atacaron la ciudad en el siglo X. Los temibles guerreros del norte, después, formaron parte de la famosa Guardia Varenga al servicio del emperador.

El Mosaico de la Deesis es el primero que se encuentra el visitante tras atravesar las puertas. Aunque sólo se han conservado los rostros de Cristo, San Juan Bautista y la Virgen María, es uno de los mejores ejemplos de este tipo de arte en la ciudad. Junto al ábside se encuentran otros dos ‘cuadros’. El primero representa al emperador Juan II y su mujer Irene (una eslava de enormes trenzas rubias) rindiendo homenaje a la virgen. El segundo resalta las efigies de Constantino IX y la emperatriz Zoe junto a Cristo.

LOS SANTUARIOS ISLÁMICOS.- Varios sultanes escogieron los jardines de la basílica (convertida ya en mezquita) para erigir sus fastuosos mausoleos familiares. La entrada al camposanto real se hace desde la calle que da acceso al palacio de Topkapi y es gratuita. Alguno de los santuarios, un resumen perfecto de la evolución de la arquitectur otomana, son obra del genial Sinan ibn Adülmennan, autor de alguna de las obras maestras que se desparraman por las calles de Estambul. Hay que destacar los ‘türbe’ (mausoleos) de Mehmet III, Selim II y Murat III. Una curiosidad de este espacio fue la reutilización del antiguo Baptisterio cristiano (aún más antiguo que la propia Santa Sofía) como mausoleo de dos sultanes peculiares: Mustafa I y el llamado Ibrahim el loco, famoso por sus borracheras y orgías.

GUÍA PRÁCTICA

Localización: Plaza de Santa Sofía (Estambul)

Tranvía: Sultanahmet

TEL: (+0212) 522 17 50

Horario: M-D 9.00-16.30

Gratis el primer lunes de cada mes.

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