Emprendimiento social en equipo en Cantabria. Con liderazgo femenino y principalmente rural. La nueva manera de hacer economía. Por Sandra Castañeda Elena.
La Pizpireta: frutos rojos con alma
Me planteo este espacio como un lugar en el que mirar los emprendimientos sociales desde una óptica económica, de empresa, como si fuera las páginas salmón de un diario. ¿Puedo, entonces, titular con la palabra “alma”? La Pizpireta o, lo que es lo mismo, Patricia y Luigi, es un ejemplo muy vivo de humanidad en la forma entender y gestionar un negocio. Algo que para ellos se funde con su modo de vida.
Ubicada al final de Vega de Pas, casi rozando la provincia de Burgos, La Pizpireta es una finca dedicada al cultivo ecológico de frutos rojos creada hace ya 17 años por Patricia Fernández Eguizábal, a la que se sumó pocos años más tarde su pareja, Luís (Luigi) González Martínez. “Nos asentamos aquí porque mi madre encontró este lugar en los años 90, se compró una casa y a nosotros nos enamoró”, cuenta Patricia nada más encontrarnos para la sesión de fotos.
La Pizpireta se transforma en estos meses, junio y julio, con la recogida de los arándanos, las grosellas y las moras. El equipo de verano, formado por unas seis personas, la pone guapa y la abre de par en par para quien quiera pasar a recoger su propia fruta. Se acercan paseantes ocasionales, pero también colectivos sociales o grupos de personas jubiladas que tienen como costumbre ir un par de veces cada temporada para disfrutar de un día en plena naturaleza, de buena compañía y, ya de paso, llevarse “gratis” su dosis de frutos rojos. “Por cada kilo recogido, el visitante se lleva un cuarto a coste cero. Y, si prefieres llevarte todo lo que cosechas, también puedes, a un precio inferior al habitual”.
El resto de los casi 1.000 kilos de fruta que salen cada año de la finca se comercializan a través de grupos de consumo y de venta directa bajo pedido. “Desde hace ya unos años tenemos la oferta y la demanda en equilibrio, pero al principio fue complicado”, reconoce Patricia. “Yo soy chef y venía de trabajar en hostelería. Sabía todo lo que se puede hacer con los frutos rojos, sobre todo por lo que había aprendido en Francia. En cuanto empezamos a tener producción, me dediqué a ir restaurante por restaurante. Las cocinas los querían para los platos de caza que se preparan en otoño e invierno, justo en la época en la que no hay fruta. Yo les sugería que lo utilizaran en postres y ensaladas de verano, pero la acogida fue muy débil. Hacía decenas de kilómetros para llevar una tarrina de 125 gramos aquí y otra allá”.
Así que lo siguiente fue darse a conocer en mercados, como el ecológico de Maliaño, en el que participaron varios años. De ahí empezaron a surgir clientes fijos. En esa época, sobre el año 2010, Luigi se involucró en la creación de Efecto Ecológico, un grupo de consumo hoy referente en Cantabria y en el que también se pueden encontrar sus productos. “Repartimos en un par de hospitales, colegios y hasta en una plaza de Torrelavega a la que acude un grupo de clientes todas las semanas”. Patricia nos cuenta que tienen un comprador en un pueblo al otro lado del Puerto de las Estacas de Trueba, ya en Burgos, y allí en el alto se juntan tres o cuatro veces por temporada para entregarle la fruta.
Para nosotros, el éxito es que nos compre los arándanos la peluquera de nuestro pueblo
“Para nosotros, el éxito es que nos compre los arándanos la peluquera de nuestro pueblo” sentencia Luigi. “No queremos vender lejos, a los mercados de Madrid o Barcelona, queremos que las personas de nuestro entorno puedan disfrutar de la fruta que se produce aquí”. Por eso son especialmente importante las redes, formales e informales, que se van tejiendo con los años entre profesionales del sector que trabajan en la misma zona, donde se reconocen, se apoyan y comercializan productos de unos y de otras.
Entre montañas suaves y con el arroyo Aján haciendo de linde, a La Pizpireta no le hace falta mucho adorno. Aunque quienes de verdad actúan como imanes son Patricia y Luis. En 2022 celebraron diez años del programa de voluntariado con el que cada temporada acuden una decena de personas de diferentes países a echar una mano con las tareas agrícolas, al tiempo que conviven y conocen Cantabria. Mientras preparábamos este reportaje allí, en Vega, pudimos conocer a Julien, un chico suizo que, junto a su pareja, pasó un día a recoger arándanos y al poco tiempo volvió para instalarse con su familia e iniciar su propio proyecto. “Hay personas extranjeras que vienen para quedarse. Nosotros les ayudamos a conseguir sus papeles de residencia, a gestionar trámites en la Seguridad Social o en Tráfico”, comenta Luigi mientras se acercan a saludarnos sus vecinos y amigos Mark y Gina. A todas luces, eso se llama repoblación rural.
No hay nada transaccional en este negocio, y el valor que se genera va mucho más allá de los ingresos por la venta de la fruta. “La finca en sí misma no da para cubrir todas nuestras necesidades, pero sirve para dinamizar un montón de cosas. Lo que se crea alrededor es lo importante y lo que hace economía: el intercambio de saberes con las personas voluntarias, ejercer de monitor de agricultura ecológica en diferentes centros, que a Patricia la llamen para dar cursos de cocina y conservas para mujeres rurales, etcétera. Gracias a La Pizpireta tenemos una casa que hemos ido arreglando nosotros mismos durante los meses del año en los que no se hace trabajo agrícola, hemos aprendido inglés, hemos conocido a personas extraordinarias y hemos recibido a amigos. Además, ¿cómo cuantificas el valor de vivir y trabajar donde queremos, como queremos y con quien queremos? Todo eso hace que sea rentable”, explica Luigi dando un significado contemporáneo a sus conocimientos de licenciado en Economía.
Semejante reflexión no quita para que, bajando a lo terrenal, los arándanos de La Pizpireta tengan un sabor que vuelve adicta a quién los prueba. “Nuestra fruta es deliciosa porque madura en la planta, no en la cámara frigorífica. Te los comes como muy tarde al día siguiente de ser recogidos”, presume Patricia.
Tras la visita, volvemos al coche con ganas de regresar en época de cosecha y cargadas con tarros de mermelada casera para repartir que, horas y días después, nos servirán de excusa para recordar (es decir, volver a pasar por el corazón) la historia de Patricia y Luigi junto a nuestras familias y amistades.
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