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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Quién es el cliente?

La presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga (PP), visita las obras del centro logístico e industrial de La Pasiega.

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¿Quién es el cliente? Esta es una pregunta importante que cada vez me hago más a menudo. En el banco, en el supermercado, en el trabajo, ante los acontecimientos de la realidad, preguntarse, y responder, quién es el cliente, a quién nos dedicamos o, dicho de otro modo, qué trato recibimos de los demás o prestamos a los demás, es una formulación que, aunque no dé respuestas claras, sí que aclara muchas cosas. Lo que en apariencia es contradictorio allana y despeja muchas dudas.

¿Quién es el cliente cuando el banco mete mano en los depósitos con comisiones surrealistas, posiblemente para cuadrar los resultados del año de alguien o algo? ¿Quién es el cliente cuando el entrevistador espera untuoso que el entrevistado se dé por satisfecho con la entrevista y no el lector u oyente que es para quien trabaja? ¿Quién es el cliente cuando un Gobierno hurta información bajo las más peregrinas justificaciones para amarrar contratos con empresas a espaldas del cuerpo electoral?

Esto de la información, o de la opacidad de lo público-privado, es cada vez más sustancial. No es cosa nueva, pero no por eso deja de tener menos impacto. Hemos pasado de los millones que se conceden sin saber muy bien por qué a compañías aéreas que perfectamente pudieran enarbolar la bandera de la calavera y las tibias a sufragar con decenas de millones a hipotéticas empresas por supuestos megaproyectos que crearán potenciales miles de trabajos en polígonos industriales que, estos sí, son reales y cuestan mucho dinero.

Hemos pasado de la peregrina justificación de “la cláusula confidencial” al silencio sin ambages y arrogante del gestor político que se siente obligado a rendir cuentas a empresas y no a ciudadanos, que son los que les votan, pero que no, a la vista de los resultados, a quienes representan. Cuando un político justifica su negativa a ser transparente en virtud de cláusulas confidenciales que nadie le obligó a firmar, su ‘cliente’ entonces no es el ciudadano sino la otra parte contratante. Cuando un político hurta información y se niega a dar detalles de cambios sustanciales en proyectos millonarios o simplemente calla, su cliente ya no es el ciudadano que votó sino corporaciones a las que guarda la fidelidad de la omertá. Y da igual los motivos con los que se justifique. Lo único cierto es que el ciudadano ha dejado de ser sujeto político para convertirse en súbdito.

El Gobierno de Cantabria acaba de modificar de un plumazo las necesidades energéticas del polígono de La Pasiega, el cual, pese a la pompa y circunstancia, no viene ser hasta ahora más que un repositorio de lonjas para dar salida a la demanda de suelo industrial para almacenaje del Puerto de Santander o el País Vasco. De los aproximadamente 38 MW de demanda energética inicial que tenía previsto el polígono, y que fue aprobado así por las instancias de control, se ha pasado a una necesidad urgente y perentoria de cerca de 300 MW, unas 10 veces más, sin que en ningún momento se diga por qué ni para quién. Este es un caso claro de quién es el cliente. Si no hay respuesta, seguiremos sin saber quién es el cliente del Gobierno de Cantabria, pero lo que es seguro es que el cliente no somos nosotros.

Se van acercando las elecciones, esa época de pantomima electoral en la que el contrato político-social se cumple en la medida que una de las partes dice que se ha cumplido y, si no se cumple, nadie reclama su cumplimiento ni hay manera de exigirlo más que en la próxima votación. Algo parecido pasa con los presupuestos, se aprueben o se prorroguen. Si aquel es un “ya nos veremos dentro de cuatro años”, este es un “ya nos veremos el año que viene” y en el interín el gestor hace y deshace a su antojo sin rendir cuentas ni al Parlamento, el cual también debiera preguntarse de vez en cuando para quién trabaja, es decir, quién es su cliente, que me temo es mucha más gente que la que acude a participar en los fastos que organiza en el patio del Hemiciclo.

El consejero de Industria, Eduardo Arasti, tiene una oportunidad para retratarse y mostrar quién es el cliente de su departamento. Tanto si dice como si no, quedará claro quién es el cliente, en el sentido de quién lo es, si lo aclara, o quién no lo será nunca, si lo oculta. Y podrá excusar su silencio, que es lo más probable, en que los proyectos pueden perderse y quedarnos como estamos, pero nunca nos quedaríamos como estamos, porque sabremos algo más: no somos sus clientes.

Un Gobierno democráticamente elegido no puede aceptar exigencias de confidencialidad de corporaciones que solo han de rendir cuentas ante sus consejos de administración. Un gobierno democráticamente elegido a quien ha de rendir cuentas es a todos los ciudadanos, independientemente de su signo político y su poder adquisitivo. Tal vez por ello, una institución no tenga que abrir las puertas a todo el que llame a ella, sino solo a aquellos que asuman la transparencia que toda sociedad exige. Esta es una de las reglas del juego, tal vez la más importante. Entonces sí, sabremos que el cliente somos nosotros.

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