Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Castro, Franco y la realpolitik
Como el eco de un pedazo de infancia, resuenan estos días en mi mente algunas conversaciones en la mesa de comedor de mis mayores sobre Cuba. Con la escasa perspectiva de un niño, recuerdo que mi abuelo expresaba su inquietud por el cobro de unas facturas en la isla caribeña. Regentaba un almacén de rodamientos en Bilbao, así que nada de extraño tenía que hablase de las preocupaciones de su trabajo.
Yo era demasiado pequeño para entender nada de lo que se hablaba, pero la conversación se almacenó en mi mente como los trazos de un dibujo difuminado. Cuba era un imaginario frecuente en aquella época: la guerra nunca olvidada, las fortunas, los negritos, las plantaciones, el azúcar… eran los ingredientes de un exótico cóctel infantil que recortaba un paraíso lejano e inaccesible, fuente de sol, de mar azul, de piratas ingleses y fortalezas de piedra dominando la bahía.
Pero al cabo de unos años, recordando aquella conversación casi olvidada, mis primeras entendederas me hicieron ver que cuando mi abuelo explicaba aquel asunto de trabajo, resulta que en el contexto de sus negocios estaban a uno y otro lado del Atlántico nada menos que Castro y Franco manejando con mano de hierro sus respectivos asuntos nacionales.
¿Cómo era posible que mi abuelo hubiera tenido negocios con Cuba en una época en la que Castro era en España la representación del demonio comunista y Franco -supongo- su equivalente fascista en la isla? Pues resulta que, a pesar de todo, ambos miraban para otro lado cuando mi abuelo vendía rodamientos. No sé, el modesto negocio de mi abuelo me hace pensar que esta actividad comercial se extendía mucho más allá e imagino que a una escala mucho mayor con comerciantes mucho más poderosos. Por cierto, en aquella vieja conversación mi abuelo no estaba preocupado por el cobro de las cantidades adeudadas, sino por la incomodidad de lidiar con la burocracia cubana.
Este breve cuento infantil se enmarca, en realidad, en lo que ahora llamamos realpolitik, que consiste, así, entre ustedes y yo, en decir una cosa en público pero hacer exactamente la contraria en privado. Seguro que esto les suena muy actual.
Cuando pienso en Franco como esperanza del occidente católico y anticomunista, perseguidor de demonios rojos, con cola y todo, y castigador de ateos y herejes, me deja helado que mirase para otro lado y consintiese que comerciantes españoles hicieran negocios en la isla donde la revolución se hizo carne. Eso sí, sin dar mucho el cante para no molestar a los norteamericanos.
Pero es que en la misma imagen veo a Fidel Castro, habano en la boca, comentando la historia con el Che y firmando los permisos para culminar con satisfacción una transacción capitalista en el patio trasero del guardián del fascismo europeo.
Está claro, la realpolitik sirve para explicarlo todo. Como decía Maquiavelo, “utilizar el mal para lograr el bien”, con sus consecuencias y olvidos ideológicos temporales a todos los niveles.
No estoy seguro de cuál será el futuro inmediato de Cuba, pero intuyo que no habrá castrismo sin Castro, como se desmoronó el franquismo sin Franco. De momento será interesante ver las fotos de un rey -por muy emérito que sea- asistiendo a las exequias de un gobernante comunista o las de Alejandro Castro Espín, sobrino y aspirante a suceder a Fidel en el trono del comunismo caribeño.
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