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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La helvética infantería

La infanta Cristina en una de sus visitas al juzgado de Palma de Mallorca. |

Jesús Ortiz

Hubo un rey cristiano que tenía a Almanzor por vecino. Temiendo su ataque, envió a su hermana para incrementar el harén del moro y congraciarse así con él. Parece que a la muchacha no le apetecía mucho el plan, y se lo reprochó amargamente a su hermano rey: «Los reinos deben defenderse con las lanzas de sus hombres, no con el coño de sus mujeres».

Esto lo cuenta el historiador Claudio Sánchez-Albornoz en su libro España: un enigma histórico, y ocurrió siete siglos antes de que se fundara la Real Academia Española (RAE), la institución que vela por nuestro idioma.

El trabajo de los académicos de la lengua se parece en cierto modo a levantar acta de cómo los hablantes la usamos, para ayudarnos a expresarnos de acuerdo con lo aceptado mayoritariamente. La institución no tiene competencias para prohibir u ordenar hablar de un modo u otro, a diferencia de, pongamos, la Dirección General de Tráfico que ordena y prohíbe maneras de circular.

Así que somos los hablantes los que damos forma al idioma, con la RAE detrás de nosotros y no delante. ¿Que los hablantes llamamos boles a los cuencos? Pues la Academia añade boles al diccionario, sin quitar cuencos, y tan amigos. ¿Que los periodistas dicen diseccionar a la operación de cortar, antes llamada disecar? Ídem de lienzo. Hace años le oí a Àngels Barceló hablar de un operativo policial, es decir, usando el adjetivo operativo como sustantivo, y me dije: «¡Ya está! se acabaron las operaciones policiales». Y no, no se han acabado del todo las operaciones, pero desde luego los operativos se han multiplicado. Consecuencia: la Academia registra el uso sustantivo como tercera acepción, y todos contentos.

Lo que muestra que la Academia es neutra. A sus miembros les gustarán unas palabras más o menos que otras, como nos pasa a todos, pero no vetan las que no les gustan. Así que las palabras de la princesa cristiana de la que nos habla Sánchez-Albornoz forman parte del Diccionario de la Real Academia desde el principio, no faltaría más. Ahí está reino, de noble origen latino, regnum. Defender, que viene del mismo idioma, defendere. Lanza, lo mismo, de lancea (aunque esta puede haberse originado en Hispania). Hombre, también latino, homine. Coño… coño, ¿qué pasa aquí? ¡No aparece!

Pues tiene el mismo noble origen latino que las demás: cunnus. Pero no entra en el diccionario. Ni la palabra en el diccionario, ni las propietarias de uno en la Academia: los señores académicos no tienen ninguna relación visible con coños, hablados o carnosos: son personas decentes.

Siglos siendo personas neutrales y decentes, desde 1713. Y de pronto pasa algo que rompe la placidez: se muere Franco. Y la gente quiere que las cosas cambien, y se pone a hacer ruido. Con tanto ruido es difícil discutir de sintaxis, de etimología, de prosodia… por muy decente que se sea. Y los ciudadanos hacen ruido sin descanso. Insisten, aunque se los mate por decenas («188 personas murieron por “violencia política de origen institucional”»). Y no queda más remedio que levantar andamios y repintar fachadas, para que todo cambie, por lo menos de aspecto, lo más posible.

A finales de 1978 la mayor parte de este cambio está completado. Se proclama una Constitución nueva, que entre otras muchas cosas establece que las mujeres son iguales en derechos a los hombres. La RAE también se pone al día: 1978 es el año en que la palabra coño entra en el Diccionario y Carmen Conde en la Academia. Ya no había marcha atrás.

Marcha atrás, no; pero mucho impulso, tampoco. A Carmen Conde la han seguido nueve mujeres hasta la Academia. Siete de ellas están hoy sentadas en sus sillones; los 39 restantes ocupados por hombres. Es una relación de seis a uno. A pesar de que todos sabemos que el número de mujeres con méritos en prácticamente cualquier actividad iguala al de hombres, cuando no lo supera.

Por ejemplo, ambas hermanas Koplowitz, o Ana Patricia, tienen muchísimos más méritos que Juan Luis Cebrián para ser miembros de la Academia, pero ellas no lo son y él sí. Y, ciñéndonos a méritos estrictamente literarios, Pérez Reverte no es nadie al lado de Corín Tellado, que vendió 400 millones de ejemplares y nunca sonó para académica.

Siete académicas en 46 sillones parecen pocas, la verdad. Pero, en fin, si miramos el lado bueno de las cosas, hay siete, que son muchas más que las ninguna que hubo durante siglos. Debe ser que el progreso va más despacio de lo que nos gustaría. Pero es progreso.

En otros órdenes de la vida pública la presencia de mujeres ha aumentado en mucho mayor grado. En la política, sin ir más lejos, desde el fin de la dictadura, ha habido suficientes ministras, directoras generales, presidentas de autonomías, ayuntamientos y comisiones, para demostrar que se desempeñan con la misma capacidad que sus colegas varones, ni más ni menos. Progreso.

Y en muchas otras cosas se advierten cambios más profundos que un simple encalado de la fachada. Por ejemplo, los coños de las hermanas de los reyes cristianos ya no defienden los reinos del ataque moro. Ahora protegen las cuentas corrientes suizas de la curiosidad de Hacienda. Eso debe ser progreso, también.

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