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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Marx, Mayo del 68, el 15M

Una pancarta compara el Mayo de 68 con las protestas actuales en la facultad parisina de Tolbiac. |

Patricia Manrique

En el 200 aniversario de su nacimiento, es necesario reconocer que la demanda que impulsara toda la obra de Marx, continúa hoy vigente, por no decir que clama dramáticamente por ser atendida: la exigencia de justicia para lo común, para los comunes y corrientes que somos casi todos. Y lo mismo ocurre con Mayo del 68 o el 15M, también conmemorados ahora, y que, antes que hechos históricos, fueron balbuceos de nuevas disposiciones, aperturas aún vigentes, “espíritus que no han dejado de soplar” —Jean-Luc Nancy sobre Mayo del 68 y la verdad de la democracia—. Ese espíritu es el aliento de lo común, el comun-ismo o lo común sin ismo, como se prefiera.  

La vigencia de tal demanda de justicia para lo común es un hecho difícilmente discutible, independientemente de los juicios que se tengan acerca de las realizaciones más o menos acertadas, a veces dolorosamente fallidas, de las tres aperturas del problema, y esto, a pesar de los cantos de cisne de los apresurados y las desencantadas y de la propaganda, siempre interesada, del individualismo. Comun-ismo, la ontología, como realidad interna del mundo, no comun-ismo, como ideología que, hoy por hoy, aparece en el imaginario colectivo copada por el socialismo científico o marxismo en sus numerosas —no tanto diversas— interpretaciones. Me perdonarán los y las marxistas que les niegue el derecho a arrogarse el “comunismo”, la palabra.

Paro, precariedad, pobreza, rapiña y desfachatez política, corrupción, racismo, xenofobia, crecimiento irresponsable, cosificación de las personas nivel distopía, desprecio de los Derechos Humanos —¿se acuerdan de los refugiados? Ahí siguen, y están peor—, avance del fascismo… y movilización permanente. Vivimos en una suerte de totalitarismo disfrazado de democracia representativa que, lejos de tener que ver con lo común, es la entronización del individualismo, sometida la sociedad toda a una creciente homogeneización que trata de construir un macroindividuo en el que, quepamos o no, estemos encerradas todas. Puede ser un Estado o una red social global: da lo mismo, es un estado físico y mental. Porque el credo neoliberal se fascistiza a pasos agigantados sin más lógica que la reducción a lo uno de la pluralidad y la conversión del valor en precio. La negación del común en el triunfo del “Sálvese quien pueda” que beneficia solo a los que no necesitan salvarse. 

En las antípodas de este neoliberalismo individualista por esencia, el comun-ismo o, si se prefiere, el pensamiento y la praxis de lo común —eliminando el potencialmente reductor “-ismo”— apunta, ante todo, a una verdad existencial: que somos en común, que vivimos en común, y que somos, por cierto, tan singulares como comunes. Pese a la abundante propaganda individualista de los últimos 250 años, ya viniera de liberalismos de izquierda o derecha, la realidad radical de nuestras vidas es lo común, con todo su valor existencial antes que político. Así, a pesar de que lo común se plantea como algo “añadido” al individuo, es, en realidad, pensémoslo bien, nuestro punto de partida: todos somos lo que somos porque formamos parte de un tejido, un lecho humano, una red… llámese familia, amigos, sociedad, convecinos, o simples viandantes que cruzan juntos una acera. Somos en común.  

Así, en el aniversario de Marx, digamos que la superestructura (los pensamientos) y la infraestructura (la economía) individualistas dominantes —el capitalismo— nos mantienen ciegos a la realidad íntima de nuestra existencia, tratando de desalojar lo común que nos constituye como los seres vulnerables y volcados al afuera que somos y, de su mano, van negando la democracia en un intento de reducción al uno individualista. Pero, por esencia, necesitamos a los otros y otras, personas, animales o cosas, para nutrirnos y realizarnos… para sobrevivir.

Lo que tienen el común Marx, Mayo del 68 o el 15M no es, por tanto, una idea cerrada de lo común, atado en constructos cerrados ni identitarios, que corran el peligro de ser excluyentes, sino lo común desnudo, sin adjetivos, sin etiquetas, ese común cada vez más exiliado de los imaginarios: tanto lo «en-común», la coexistencia, como lo «banal», lo que llamamos “común y corriente”… En ambas acepciones lo común es minusvalorado en el imaginario colectivo, y es justo esto lo que debería cambiar, aunque no solo. Porque, siendo más un espíritu comunitario y democrático que un corpus unitario lo que necesitamos, ese aliento ha de ser material, e impregnarnos desde el cuerpo hasta la economía, empapando nuestro modo de habitar, de ser, de existir. Una cuestión ética o metafísica —ontológica para las especialistas—, más que política.   

Lo común, como condición de posibilidad de cada una de nosotras, de nosotros, debiera convertirse, si queremos sobrevivir, en la idea rectora de nuestro tiempo. Un común que es la consciencia de ir a la par de personas, cosas, animales, plantas, más que la idea de que formemos un colectivo, una comunidad de interés, pues para que lo segundo resulte sostenible ha de haberse entendido lo primero. Y ser conscientes de la importancia de la mera coexistencia sería ya un gran paso.

En un reciente artículo, Amador Fernández Savater explica muy bien cómo Mayo del 68 supuso el declive de la hipótesis de la revolución a través de la toma del poder. No voy a repetir aquí algo que él desarrolla allí a la perfección, pero me basta con una pincelada de su tesis para acompañar el propósito de este breve artículo: no se cambia la sociedad con una mera apropiación del poder, ni siquiera de los medios de producción, ya que no hay modo de producción que no esté sostenido en una posición de deseo, por actitudes, motivaciones y disposiciones ante los demás, el mundo y la vida: necesitamos cambiar nuestro modo de habitar, no solo el de producir. Necesitamos, así, alimentar la pasión por lo común, una pasión que alimente nuestras acciones colectivas para defenderlo. 

En el séptimo aniversario del 15 de mayo de 2011, se escuchan por aquí y por allá diversas valoraciones: desde quien considera que fue un acontecimiento de esos que exigen fidelidad —que diría Alain Badiou, un gran defensor actual del comun-ismo en sentido amplio— hasta quienes, decepcionadas, juzgan la apertura que fue por sus resultados actuales y deciden que pareció más de lo que fue. Pero, soplando para que la llama se mantenga, destacaría del 15M la centralidad de lo común, que se hizo verbo y carne deseables… El mero hecho de comparecer juntas tenía valor, y lo común existencial empezaba a desbaratar una política carente de la verdad de la democracia — el espíritu de apertura de lo común, el habitar de la coexistencia— tan a menudo confundida con una figura, la representación, cuando no con el mero Estado de Derecho.  

Al contemplar el espectáculo dantesco de egoísmo, corrupción, rapiña, pobreza, precariedad, infelicidad e incluso muerte que nos rodea siento que la mera conciencia de la coexistencia con los otros —personas, animales, cosas… ¡planeta!— podría ser semilla del cambio que necesitamos, uno que derroque la falsa soberanía del individuo, esa que niega nuestra realidad existencial. Lo común es una realidad cargada de promesa. 

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