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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La teoría del pegamento

Antonio Mantecón (Santander Sí Puede), Lydia Alegría (Podemos), Miguel Saro (IU) y Gabriel Moreno (EQUO). | R.A.

Susana Ruiz

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Hace tiempo un querido amigo me explicó algo muy obvio acerca de las relaciones humanas. Utilizando la metáfora, una sencilla herramienta retórica, abrió una compuerta que me he negado a cerrar. “Coge un plato. Ahora tíralo al suelo. ¿Se ha roto? Pídele perdón. ¿Se ha arreglado?”. Nosotras, como ese plato roto en el suelo, no podemos ser reparadas cuando nos dañan simplemente con pedir perdón.

El plato necesita que le recojan, que cuenten esos pedazos en los que se fracturó y los coloquen con mimo encima de una mesa. Con mucho tiento, paciencia y cariño, recompondremos el puzle de su fisonomía. Y con el mejor pegamento uniremos uno a uno esos trozos, a veces minúsculos, para que vuelva a estar completo. Después tendremos mucho cuidado con él. Deberemos tratarlo de forma diferente a otros platos, enteros y sin tacha, porque sabemos que en cualquier momento un mal golpe puede acabar con nuestro querido plato definitivamente roto.

Nuestras relaciones personales son idénticas a ese plato. Cuando nos dañamos, cuando nos rompemos, es fundamental la reparación. Un perdón que se nos cae de la comisura de los labios para calmar al otro no pega los trozos que se cayeron al suelo. Necesitamos paciencia, amor y una dosis extra de cuidados para que esa fractura no sea el punto de rotura definitivo.

Pero esto, que pudiera parecer simplista y aplicable solo en la esfera más íntima de nuestro universo cotidiano, encuentra reflejo en áreas tan dispares como la política. En ella encontramos, muchas veces exacerbadas y polarizadas, el más amplio espectro de las emociones humanas. Debates enconados, puñaladas traperas, traiciones novelescas, actos maquiavélicos, celos, envidias, egos desmesurados y a veces, solo a veces, enormes dosis de altruismo y dedicación.

¿Cómo arreglamos ese cóctel explosivo? ¿De qué manera podemos coser relaciones políticas basadas en la competencia electoral? ¿Cómo nos sentamos en la misma mesa con personas u organizaciones con las que nos hemos enfrentado en el pasado?

Nos complicamos demasiado elaborando manuales, documentos, reglamentos…textos que esgrimimos como si fueran Las Tablas de la Ley. Inamovibles, innegociables. Nos encerramos en nuestros pequeños espacios de debate, al calor de quienes opinan igual que nosotras. Queremos imponer al resto de la humanidad una visión única y a veces reduccionista de la sociedad, ignorando que somos muchas y diversas. Y se nos olvida el pegamento.

Teniendo claro qué es lo que sujeta la rotura del plato en el ámbito personal, sería profundamente naíf pretender que sea el amor lo que une a las organizaciones políticas. No estaría mal que todos esos abrazos y besos, esas palmaditas en la espalda que se ven en las fotos de los medios fueran sinceras, pero no quiero pecar de incauta.

Hay palabras que unen en política. Responsabilidad es una de ellas. La figura de un concejal es simplemente eso; alguien que ostenta una representación delegada de la ciudadanía, que le concede la portavocía de sus necesidades en las instituciones. Y es ese ejercicio de responsabilidad el que lleva a los y las ediles a realizar su trabajo de forma comprometida con quienes les eligieron. Algo que pudiera parecer obvio, no lo es tanto cuando observamos cómo se comportan algunos de esos representantes en el Ayuntamiento de Santander.

Es esa visión de la responsabilidad compartida lo que ha conseguido unir a formaciones de diversa índole bajo el paraguas común de la confluencia en esta ciudad. Una capital de provincias en decadencia que reclama un proyecto de ciudad, transformador y de unidad. Pero únicamente con responsabilidad, aunque es un buen comienzo, no se consigue crear ese espacio de debate político, complejo y plural, que necesitamos todas.

La receta de nuestro pegamento, lleva otros ingredientes igualmente importantes. Ilusión en dosis moderadas y realistas. Cambiar las dinámicas autoritarias que llevan gobernando Santander cuarenta años no es tarea sencilla. Como tampoco lo es devolver a la ciudadanía derechos tan importantes para su vida cotidiana. Reclamar unos servicios de calidad y enteramente públicos se ha revelado esta legislatura algo prioritario. La gestión municipal de dichos servicios se ha visto comprometida, y mucho, por esa furia privatizadora de las políticas neoliberales del Partido Popular. Revertir esa situación será tarea ardua, pero no imposible. Experiencias en ciudades mucho más grandes que la nuestra muestran que otra forma de gobernar, con y para la gente, es posible.

Pero en ese pegamento no podía faltar algo fundamental. La empatía. Ver a las otras como compañeras de viaje y no como bultos sospechosos nos hace caminar en la senda correcta. Todas, al fin y al cabo, somos piezas de ese plato un poquito mellado, con desconchones y arañazos. Y es curioso cómo, cuándo te sientas al lado y no enfrente, cuando la responsabilidad y la ilusión nos han juntado en la misma mesa de trabajo, la empatía comienza a funcionar como un catalizador, acelerando el proceso de pegado. Si tenemos los mismos objetivos, si somos capaces de reconocernos en las otras como iguales, si no tenemos miedo a compartir espacios políticos porque juntas somos más y mejores, esa unión deja de correr peligro de fractura.

La confluencia para 2019 está en construcción. Y la teoría del pegamento dice que si somos capaces de sujetar todas las piezas del plato con empatía, responsabilidad e ilusión, tendremos un proyecto fuerte, participativo, plural, horizontal y radicalmente democrático.

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