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“Hay que meter bastante más caña en la calle para que las cosas cambien”

Isabel Tejerina en la Librería La Vorágine de Santander. |

Laro García

Isabel Tejerina (Mieres, 1949) lleva toda una vida de militancia y reivindicación en los movimientos sociales y políticos de Cantabria. Esta licenciada en Filología Románica, profesora de Educación Infantil y catedrática de la Universidad de Cantabria encabezó en las primeras elecciones municipales de 1979 la candidatura del Partido del Trabajo de España (PTE) en el Ayuntamiento de Santander, siendo elegida concejala, hasta que el año 1982 y tras participar en la ocupación una vivienda social vacía fue expulsada del Consistorio por el alcalde Juan Hormaechea, con el que mantuvo duros enfrentamientos durante toda una legislatura.

Ahora jubilada después de una amplia trayectoria universitaria, esta luchadora infatigable permanece activa participando en el grupo teatral 'Unos Cuantos' o en organizaciones como la Plataforma contra la Exclusión Sanitaria, una de sus últimas batallas en defensa de los derechos humanos. Su compromiso antifascista y revolucionario -“nosotros no militábamos, éramos soldados, combatíamos para que hubiera una caída del régimen y no un cambio pactado”, recalca- ha sido protagonista del ciclo Militancias que promueve el colectivo Desmemoriados en la Librería La Vorágine de Santander con el foco puesto en el papel de las mujeres. En su relato habla de clandestinidad, de momentos históricos en los que se desaprovechó la oportunidad de construir una democracia mejor. Asegura que ha perdido un poco de entusiasmo pero mantiene intactos sus ideales: “Muchas derrotas de hoy son victorias de mañana”, señala.

¿Su militancia tuvo mayores dificultades por el hecho de ser mujer?

Dificultad, ninguna. Al menos, entre mis compañeros de partido. En mi caso, el hecho de ser mujer fue un gran acicate. Pertenezco a una familia tradicional, de clase modesta. Las chicas sufríamos tremendamente en esa educación de pensamiento muy conservador. Todo eran cortapisas, censuras, prohibiciones. Había que dar cuenta de todo. El ambiente familiar era muy opresivo y a eso se unía el ambiente social, que en el franquismo era de una asfixia total en todos los terrenos. Yo fui muy rebelde contra aquella situación.

Es más, creo que el hecho de ser mujer me acabó beneficiando. Yo daba la cara por el Partido del Trabajo en la ilegalidad. Iba a un cine, a un teatro, a un mercado, a un autobús, y allí hacía una proclama en defensa de las libertades y de la amnistía. Esto, en un momento en el que el régimen se tambaleaba y buscaba una alternativa de cambio para que siguiera todo igual, me amparó. Esa notoriedad pública me sirvió de protección, aunque me detuvieron muchísimas veces, aunque sufrí muchísima represión, aunque me procesaron dos veces. A mí, por ejemplo, no me torturaron, ni me pegaron, cosas que sí tuvieron que pasar mis camaradas. Murieron cien personas en la transición del régimen a la democracia pactada. Murieron cien personas, fueron encarceladas muchas más. Y lo fueron por hacer pintadas, por reivindicar nuestros derechos. En definitiva, mi osadía y mi atrevimiento no me perjudicaron. Mi papel de mujer pública, no en el sentido bíblico, en cierto modo favoreció una cierta defensa frente a la inquina y la represión feroz del régimen.

Echando la vista atrás y repasando su trayectoria política, ¿hace autocrítica o tiene claro que su estrategia de lucha fue la correcta?

Nosotros dimos el todo por el todo. Nos la jugábamos sin red y creo que hicimos todo lo posible y lo imposible para acabar con el fascismo y para que hubiera un cambio profundo. Hay que tener en cuenta que nosotros buscábamos la revolución socialista, con un ideario de comunismo puro. Buscábamos un estado de no explotación, de justicia, de igualdad para todos. La utopía socialista, en definitiva. En nuestro radicalismo, fuimos vencidos, está claro. O fuimos derrotados, más que vencidos. Yo me considero una persona muy lastimada, pero no vencida del todo. Nos derrotaron como alternativa política porque hubo un pacto de la izquierda tradicional, del PSOE y del PCE, para hacer una democracia pactada.

Por ejemplo, la Ley de Amnistía fue escandalosa y no condenó ni procesó a ninguno de los criminales de la dictadura, a ninguno de los que maltrató, a ninguno de los que torturó, a ninguno de los que mató. Hubo una ley de olvido histórico, de manera que 40 años después todavía se están buscando los cuerpos de las víctimas de la represión. También hubo un pacto económico y social mediante el cual se desmovilizó todo lo que entonces estaba en efervescencia, desde la vanguardia obrera al movimiento estudiantil. Empezó el consenso y la paz social. Algunos estuvieron muy contentos con esa transición durante demasiado tiempo. Pienso que se podía haber conseguido una democracia más profunda, que se podía haber hecho más justicia y haber conseguido mejores condiciones para las clases trabajadoras, sociales y económicas.

Fue candidata a la Alcaldía de Santander en las primeras elecciones municipales tras el fin de la dictadura. ¿Cómo fue ese primer contacto con la política de forma legal y no clandestina?

Yo fui la primera mujer elegida democráticamente, aunque había habido alguna otra mujer en el Ayuntamiento por los tercios familiares durante el franquismo. Nosotros vivimos aquellos resultados como una auténtica victoria, teniendo en cuenta que Santander era una ciudad tan conservadora, tan de derechas, donde hay tanto arraigo de la opción tradicional. Yo salí elegida y casi conseguimos dos concejales, así que fue un reconocimiento del apoyo popular que teníamos. La gente nos dio ese respaldo y fue muy positivo.

¿Cómo vivió sus años en primera línea política?

Lo viví como una gran decepción. [Ríe]. No es lo mismo estar en el poder que en la oposición, pero a mí me decepcionó muchísimo primero que Juan Hormaechea fuera elegido alcalde. Fue gracias a que el PRC rompió el pacto que teníamos para que lo fuera el cabeza de lista del PSOE. El PRC votó a su candidato en la sesión de investidura y propició que saliera Hormaechea. Esa es una deuda que está ahí y que hubiera cambiado la política municipal de Santander. La segunda gran decepción fue que no hubo ningún frente de izquierdas ni ninguna política unitaria por parte de los partidos de la izquierda tradicional de acuerdo con nosotros. El Partido Socialista y el Partido Comunista se dedicaron a la gestión, a lo que se han dedicado durante todos estos años, y no a la presión, no a ofrecer políticas realmente distintas a las que hacía Hormaechea, que como sabe mucha gente, era una persona muy autoritaria, tremendamente despótica. Su personalismo y sus planes salían adelante una vez tras otra y la Corporación prácticamente se enteraba por la prensa.

Yo estuve muy sola, más allá del trabajo y del apoyo de mis camaradas. Hacíamos un trabajo cara a cara con el ciudadano, estábamos allí donde nos demandaban, buscábamos alternativas y algunos logros conseguimos. Por ejemplo, en el terreno de Las Casucas de La Albericia, que las demolieron y no querían dar ninguna solución a los vecinos que vivían allí desde el incendio de Santander, conseguimos que se les alojara en otro sitio. También que algunas viviendas municipales que permanecían vacías fueran destinadas a familias que estaban en unas situaciones deplorables de miseria, de abandono, de olvido absoluto.

En definitiva, hicimos mucho trabajo pero, a la vez, estuvimos muy aislados. Yo buscaba documentación, porque nunca presentaba una iniciativa sin respaldo, y los técnicos municipales me negaban la información. Me costaba muchísimo conseguir cualquier documento. Fuimos capaces de presentar una denuncia contra el alcalde, que adjudicaba a dedo obras que costaban millones. Tuvo que explicarlo y, con el tiempo, Hormaechea fue condenado por prevaricación y malversación de fondos en tres ocasiones. Era una lucha de David contra Goliat. Estoy orgullosa del trabajo que se hizo y no me arrepiento en absoluto.

¿Cómo se produjo su cese como concejala?

Hicimos mucha labor en los barrios, que entonces estaban en unas condiciones deplorables, sin los mínimos servicios básicos, y uno de nuestros grandes frentes de batalla estuvo siempre en la lucha por la vivienda digna. Había más de 2.000 familias en demanda de alojamiento y en condiciones muy apretadas económicamente, así que hicimos un Plan de Vivienda con muchas alternativas y organizamos una asociación de afectados, donde se apuntaron cientos de familias. Se hizo una labor de denuncia, de protesta y de exigencia de medidas.

En el año 1979, una familia con tres hijos muy pequeños ocupó, a través de esta asociación, una vivienda municipal en el bloque de los Santos Mártires, en la llamada Plaza de la Leña. Esa era una vivienda social de promoción directa, que quería decir que la había construido el Estado íntegramente con fondos públicos para familias necesitadas. Y llevaba diez años vacía. Aquello era ilegal. Tenían la obligación de cederla y no lo hacían. Aquella familia la ocupó unos meses hasta que hubo una orden de desalojo judicial. Nosotros, tanto la asociación, como el partido, yo como concejala, apoyábamos a aquella familia para que se les diera una solución a su problema. Lo que nos encontramos es que entró la Policía a saco y nos bajó a palos por la escalera a todos. Encarcelaron a cuatro personas y nos procesaron a once. A mí me liberaron aquella noche porque mi niña era un bebé de dos meses y el comisario, con mucho boato, con un tono muy paternalista y muy facha, me dejó marchar.

A los dos años de aquel procesamiento, salió una condena leve, de tres meses de cárcel, que no se ejecutó. La sentencia quedó en suspenso. También incluía una inhabilitación para cargo público. Quedaron aplazadas todas las penas, pero Hormaechea, por iniciativa propia, hizo público mi cese como concejal por causa de esa sentencia. Toda la oposición estaba en contra de aquella medida. Había un planteamiento jurídico muy arbitrario. Lo que pasó es que no se llegó a votar por la Corporación, porque en el propio pleno había mucha gente apoyándome y cargó la Policía. Todos los concejales del PSOE, del PCE, y yo misma, salimos del pleno. Esa fue la razón. ¿Por qué esa decisión y esas ganas de echarme? Yo era una voz en el desierto, pero una voz al final y al cabo, que estaba metiendo el dedo en el ojo del alcalde, pidiendo explicaciones, exigiendo medidas. Si se podía quitar a esa mosca cojonera de en medio, pues mejor. Ese fue mi final como concejala.

¿No trató de impedirlo?

Faltaban tres meses para que terminara la legislatura, mi partido se había disuelto y yo seguía allí por mi compromiso con los ciudadanos. Mi alternativa política había sido derrotada y no iba a tener una continuidad. Tampoco yo tenía intención de revalidar lo que podría haber sido mi capital político en otra opción. No la había entonces y no la hay ahora como opción política.

Abandonó la militancia en un partido político, pero no dejó la política. ¿Se pueden conseguir resultados desde fuera?

Ya no soy militante. Al menos, no como lo era entonces. En mi partido, los intereses colectivos estaban por encima de los intereses individuales y la causa estaba por encima de todo. No había carrera política. Queríamos asaltar los cielos, como se dice ahora. Dedicábamos mañana, tarde y noche a intentar cambiar las cosas. No había vacaciones, no había sábados ni domingos. Sigo interesada en la política y sigo comprometida con diversas causas, pero de forma más relajada. Menos entusiasta, también hay que decirlo. Y con menos energía, porque voy cumpliendo años.

¿Merece la pena seguir en la brecha?

Pienso que la utopía siempre es necesaria. Me acuerdo del famoso verso de Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Siempre hay que tener un horizonte utópico. Eso es importantísimo. El compromiso te da también felicidad. Ser generoso es muy agradecido: quieres más a la gente y la gente te quiere más a ti. ¿Qué hay más importante que que te quieran? Sigo con mi compromiso, aunque de otra forma. Lo que llamo es a la gente a que se comprometa, porque si no, no hay nada que hacer.

¿Uno se jubila de la militancia, entonces?

Es que la marea histórica te echa. Cambian las cosas, cambian los tiempos. Estás en la lucha de otra manera.

Ha sido muchos años profesora universitaria y ha tenido contacto siempre con los jóvenes. ¿Cómo vio un movimiento como el 15M, que ha servido como revulsivo para los grandes cambios que estamos viviendo ahora?

Positivamente. Hasta que apareció el 15M, esto era un desierto, parecía un cementerio. No había ninguna respuesta visible y de cierta entidad. El 15M es una explosión de indignación. Los tiempos son diferentes. Ahora la protesta se articula a través de internet, va mucho al 'Me gusta'. Eso es un compromiso liviano. Hay que meter bastante más caña en la calle para que las cosas cambien. ¡Pero ya es algo! Que la gente se interese, que la gente opine, que se informe, es un cambio muy interesante, muy positivo. A mí, desde luego, me ha dado mucha alegría.

La lucha contra los desahucios ha sido quizás el resultado más evidente de ese movimiento, donde más logros se han conseguido. ¿Qué le parece el papel de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, que ha trasladado al debate público un problema que estaba en un segundo plano de la agenda mediática y política?

Me parece interesantísimo. Están haciendo un trabajo fantástico y están consiguiendo avances. Creo que es muy revelador también de la absoluta inoperancia y de falta real de incidencia de los partidos. La PAH sale de la sociedad organizada, no de los partidos. La Plataforma contra la Exclusión Sanitaria sale de la ciudadanía, no de los partidos. Luego, algunos se lo apropian o llegan después para incorporar sus propuestas. La inoperancia de los partidos políticos ha sido absoluta durante estos 40 años. Ahora se están empezando a poner las pilas porque el descrédito es brutal. Lo mismo que de los sindicatos, que han estado haciendo un sindicalismo de gestión, un sindicalismo pactista, de no movilización. Han hecho una dejación de los intereses de la clase obrera. Tienen que repensarse, tienen que reorganizarse, tienen que cambiar para responder a los intereses de la gente. Es importantísimo que la ciudadanía se mueva y que los partidos evolucionen. Algunos podrían incluso desaparecer, porque no sirven al pueblo. Va a costar muchísimo. La derecha es muy pertinaz y hay un sector de la población española que quiere que las cosas se solucionen, pero sin que les cueste nada, sin mover un dedo.

Una persona como Ada Colau, que ha pasado del activismo a la política y que ahora tiene responsabilidades de gestión, reconocía hace poco una cierta frustración, como decía que le pasó a usted cuando llegó al Ayuntamiento de Santander. ¿Ese salto de la utopía a la realidad puede frustrar muchas expectativas?

Sí, claro. Los aparatos institucionales son muy complejos. El tejido está tan prieto, tan engarzado, que es difícil abrir fisuras. La gestión no es fácil. Hay que plantear alternativas coherentes, fundamentadas, técnicas… Necesitas mucho aparato técnico y profesional detrás. Al mismo tiempo, la opinión pública es muy manipulable. Vemos cómo estamos en manos de una prensa muy amarilla, muy oficialista, muy del poder. Engañan mucho. Además, la gente no se compromete lo suficiente. Es como una marea. Cuando ven próximo el cambio, luchan. Y luego se retiran. El respaldo a la hora de poner en marcha un movimiento como el que ha liderado Ada Colau falla enseguida. Los ciudadanos tienen que darse cuenta de que tienen que poner más de su parte si quieren que las cosas cambien. Los políticos solos no lo van a cambiar, por buenos que sean. Tienen que tener respaldo para evitar la reacción. La derecha se defiende con todo el aparato judicial, represivo, mediático… Manuela Carmena tiene otras características. Ada Colau es mucho más radical y yo estoy más cerca de Ada Colau en este sentido. Pero ambas van a necesitar mucho a la ciudadanía. Cada uno de nosotros somos importantes.

Esas brechas en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza o Cádiz, por ejemplo, ¿serán suficientes para propiciar los cambios que impulsan?

Sí, sí. Una cosa es el horizonte político y revolucionario. Yo luchaba por el socialismo real. Hasta hace poco no me creía los crímenes de Stalin. Mis camaradas y yo decíamos: “Eso es cosa del enemigo”. Éramos muy idealistas y muy ingenuos. Ahora, hay planteamientos que no pasan de ser muy reformistas. Se quedan muy cortos, creo. Se piden cambios contra las lacras más sangrantes. Está muy bien, pero hay que ir más allá. Me refiero, por ejemplo, a que hay un movimiento de jóvenes indignados porque están parados. Si solo piden empleo, piden poco. Tienen que pedir un cambio de sistema para que no se reproduzca este drama, para que no se precarice el trabajo, para que no se abuse de ellos como se está abusando. Hay que luchar contra el sistema económico que genera el paro y no da satisfacción a las necesidades más acuciantes.

Decía que está muy contenta con que los jóvenes se hayan incorporado de nuevo a la lucha y a la reivindicación. ¿No hay cierto riesgo de desconexión o de brecha generacional si no están acompañados o si no se apoyan en aquellos que tienen mayor experiencia?

Sí, tienes razón. El movimiento tiene que ser más global, nos implica a todos. Lo que es nuevo ahora es la incorporación de los jóvenes, que tienen otras fórmulas, que tienen otras herramientas, que tienen otros planteamientos que a mí me parecen válidos pero insuficientes. En la calle sigue habiendo pocos jóvenes y es necesario que haya un relevo. No vamos a estar ahí siempre. Pero confío en que sí habrá relevo, porque siempre se empieza por algo. Están empezando por sus problemas, que son muy acuciantes, y acabarán incorporándose a una lucha más global y más hermanada con todos aquellos que llevamos toda una vida peleando.

¿Es optimista en ese sentido?

Moderadamente. He perdido mucho entusiasmo si lo comparamos con mis primeros pasos de militancia. He tenido experiencias amargas, muchas derrotas. Pierdes la confianza y ganas el conocimiento que te permite saber lo difícil que son las cosas. Pero tengo esperanza. Sin esperanza no se puede vivir. Y creo que, además, muchas derrotas de hoy son victorias de mañana. Una sola persona que levante una bandera en un momento determinado tiene una fuerza, tiene un significado, tiene un valor. Cada pequeño gesto tiene su importancia. Hay que mantenerse en esa lucha.

En su etapa en la política hablaba de falta de transparencia en las instituciones y reivindicaba algunas luchas, como la vivienda digna, que siguen ocupando la agenda en nuestros días. ¿Cree que han cambiado poco las cosas en estos 40 años?

[Ríe] ¡Qué barbaridad! Sí que han pasado muchos años… La reforma que se produjo tras la dictadura, que no ruptura, ha tenido un coste social. Se ha hecho poco. Se avanzó en un primer momento como consecuencia de la lucha del pueblo, que no se lo arrogue ningún partido, pero esa gran desmovilización social y política, todos estos años de consenso y paz social, estos años de muy poca conciencia crítica, de muy poca participación democrática, han tenido este resultado. Creo que ahora hay un movimiento esperanzador. Ha despertado la juventud. Toda la política de la crisis en beneficio de la banca y en beneficio de los poderosos, contra las masas, ha agudizado muchos problemas. Uno, efectivamente, el de la vivienda. En este momento hay un despertar. Yo veo con esperanza esa mayor participación de los jóvenes. En ese sentido, lo considero un avance. Yo lo saludo con alegría y no soy nada reticente. No me interesa si Podemos representa a la izquierda pura o la deja de representar. Me parece que tienen ideas interesantes y hay que seguir en el camino de la unidad hasta conseguir los cambios que se necesitan.

Planteaba como parte fundamental de su proyecto político el respeto por los ideales. ¿Ve una cierta renuncia a esos principios en la nueva política por puro pragmatismo, en busca de un mejor resultado electoral?

Yo creo que las renuncias en el discurso no son buenas. Luego viene el olvido y el acriticismo. Creo que hay que mantener el ideal de hacia dónde caminas y de las causas reales de los problemas.

¿Lo considera una cierta traición?

[Se lo piensa]. Yo no voy a juzgar a nadie. Yo sigo luchando en defensa de los derechos humanos y participo en la Plataforma contra la Exclusión Sanitaria. Hemos conseguido cosas, pero no nos podemos conformar. Debemos investigar y denunciar las causas. Hay que ir siempre a las raíces. Los refugiados son víctimas porque hay guerras, porque hay empresas armamentísticas, porque hay grandes emporios que hacen negocio con la venta de armas. Hay potencias que están propiciando y alimentando esas guerras. Hay que denunciar las causas además de proteger a las víctimas. En España, tenemos que denunciar al capitalismo, a la banca, tenemos que denunciar la corrupción que ha provocado el robo del que hemos sido objeto. El pragmatismo político no lo sé juzgar, no conozco el fondo. Hay cosas que se pueden hacer mejor, pero creo que se está intentando cambiar las cosas. Lo que me parece una farsa es el papel del PSOE, que firma un pacto con Ciudadanos y trata de criminalizar a Podemos. Si no hay una política económica destinada a paliar las situaciones perentorias, no se puede pactar.

En estos momentos se celebra el debate de investidura de Pedro Sánchez. ¿Cómo ve el escenario político después de las elecciones del 20D?

Iba a decir que es puro teatro, pero adoro el teatro, así que diré que es un engaño a los ciudadanos. Lo veo así. El PSOE tendría que haberse sentado para propiciar un Gobierno progresista y no lo ha hecho. Creo que les interesa más ir hacia unas nuevas elecciones. Es más, me atrevería a decir que están dispuestos a aceptar un Gobierno de coalición con el PP y con Ciudadanos. Vamos hacia un Gobierno de centro-derecha.

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