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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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La Europa del descontento

Miles de "chalecos amarillos" en una marcha en París con altercados. (Archivo)

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La ultraderecha suma y sigue. En la misma semana ha alcanzado un gobierno regional en España y le ha disputado la victoria a Macron en Francia, donde ha conseguido un 40%. Los ultranacionalistas gobiernan en Polonia y Hungría, avanzan en nuestro país y en Finlandia, Suiza, Suecia, Austria, Italia, Holanda, Estonia, Letonia, Eslovaquia, donde están en torno al 20%. ¿Qué más tiene que pasar para que Europa reaccione frente a la ideología que quiere destruir Europa por segunda vez? 

Francia es la enésima señal de alarma. De tanto sonar la sirena parece que ya ni la oímos, como los asediados por un bombardeo diario que  dejan de atender a las alarmas y se dejan ir, esperando que la suerte o la muerte resuelvan el problema. Europa igual. Europa ha muerto, como cantaban Ilegales, y no encuentra un proyecto de progreso común que defienda a los ciudadanos y a la democracia liberal de sus amenazas.

El auge de las ultraderechas, lo hemos repetido, es el resultado del turbocapitalismo y la globalización que, con sus crisis cíclicas y crónicas, generan una desigualdad y una inseguridad galopantes. Cada vez más gente tiene menos y menos gente tiene más. La clase política representa a las élites y abandona a las mayorías. El pueblo no confía en los gobernantes ni en la capacidad del gobierno para mejorar sus vidas. Los sueldos son más cortos, las casas más caras, los precios más altos. No hay futuro y el futuro que hay es el apocalipsis: cambio climático, migraciones masivas, guerras globales… Susto o muerte. 

Hace diez años, ciudadanos indignados tomaron las calles para pedir un cambio de sistema y el sistema se defendió con más sistema. En lugar de reformarse, como llegó a decir Sarkozy, se rearmó. Macron es el mejor ejemplo. Un neoliberal elitista y tecnócrata. Fiel servidor del capitalismo. Siervo del establishment. Este es el resultado. Los chalecos amarillos son el síntoma. Los camioneros españoles, lo mismo. Son la explosión de la Europa del descontento, el cabreo monumental de los olvidados y los golpeados, los jóvenes precarios y los invisibles de la ciudad y el campo que se expresa como antipolítica porque la política les ha fallado. En diez años, la indignación ha pasado de querer más democracia a querer su abolición porque la democracia no responde. El cabreo ha cambiado de bando.

Diez años después, el sistema ha profundizado las heridas y los ciudadanos han terminado agarrándose al único fusil que parece poder defenderles y hacerles sentir seguros, aunque signifique destruir los consensos democráticos: la nación. El mito nacional. La mitificación del pasado y del futuro como refugio frente a un presente y un horizonte desoladores. Los salvapatrias que ofrecen unidad y orden frente a los enemigos del viejo mundo: migrantes, feministas, la izquierda… A las élites no parece importarles porque se sienten protegidas. Ellas también impulsaron el fascismo hace un siglo. Pero las consecuencias no son controlables ni para los que tienen el control. No han aprendido nada.

Las oligarquías económicas, políticas y mediáticas han alimentado a la Bestia para acabar con el cambio progresista que surgió hace una década y la Bestia puede acabar devorándonos. El tertuliano que equipara a la extrema derecha con la extrema izquierda que, en realidad, es socialdemocracia, el que se escandaliza con Le Pen y Putin pero blanquea a Vox, y todos los que sustentan este sistema, nutren al monstruo. El único cordón sanitario contra la ultraderecha es eliminar las causas que la originan. Si eso no ocurre, veremos a nuestro mundo derrumbarse otra vez de formas que no podemos ni imaginar. España es la siguiente.

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