- Un buen día, la alta gastronomía se acercó a la calle y no para preparar bocados gourmet, sino para implicarse en la vida de jóvenes que, a priori, no tenían un lugar reservado en la sociedad. La iniciativa tiene un nombre: Cocina Conciencia.Cocina Conciencia.
Alexandra Sumasi escribe también en ¡Viva la Vida!¡Viva la Vida!
Es una bella historia. Hace unos años, la periodista Cristina Jolonch se encontraba realizando un reportaje para el Magazine de La Vanguardia sobre menores inmigrantes no acompañados. La primera parada le llevó a San Sebastián donde conoció un chico al que los papeles estaban a punto de caducarle. Si no encontraba un trabajo, le iban a expulsar del país. «Pensé que en el mundo de la gastronomía, donde yo tengo y tenía entonces muchos contactos gracias a mi trabajo, tal vez podría tener una oportunidad. Llamé a Andoni Luis Aduriz, chef y propietario de Mugaritz, y allí le acogieron con los brazos abiertos. Sin dudarlo le ofrecieron un trabajo y, lo que es más importante, formarle como camarero», rememora la periodista. Esta buena acción fue el germen de un proyecto que, con el tiempo, se transformaría en una iniciativa con cara y ojos que ayuda a jóvenes inmigrantes tutelados por las distintas comunidades autónomas que, tras cumplir la mayoría de edad, las autoridades ponen de patitas en la calle. Cristina Jolonch le contó la acción llevada a cabo con Mugaritz a Lourdes Reyzábal y a Nacho de la Mata, un matrimonio que dirigía la Fundación Raíces con otros programas enfocados a estos jóvenes, y así nació 'Cocina Conciencia'. Lamentablemente, Nacho de la Mata falleció poco después de ponerse en marcha el proyecto pero su mujer siguió al frente de esta iniciativa. «Nos hemos topado con un colectivo muy generoso», y añade, «pocos han sido los cocineros que se hayan negado a colaborar. Y no es fácil, ya que si admites a un joven inmigrante en tu cocina, también lo admites en tu vida. Son jóvenes sin familia en España y que necesitan echar raíces». Reyzábal esto lo sabe muy bien. Con Nacho admitieron en su hogar a más de uno de estos chicos cuando no tenían adónde ir.
En Madrid, Ramón Freixa acogió a Mamadou. Procedente de Guinea Conakry llegó a España en patera, tras un largo periplo a través de África. Y todo ello siendo menor. También Carlos Valentí, chef ejecutivo de Rubaiyat, que hizo lo propio con Alí. Ambos chefs tienen clara una cosa: «Se es mucho más feliz dando que recibiendo». Los chicos son amigos, aunque de carácter diferente. Según cuenta Freixa, entre risas, «al principio, Mamadou estaba obsesionado con el fútbol, pero logré mostrarle que a través de la cocina también se puede conseguir el éxito». Por su parte, Alí es un enamorado de su trabajo. Siente mucha admiración por Carlos a quien tilda de «muy buen jefe». La admiración es mutua: «Alí me sorprende todos los días, viene feliz, sonríe, bromea… ¡Nos da lecciones a todos!»
El caso de Paco Pérez (restaurante Miramar, en Llançà) y Montse, su mujer, con Mamadi no difiere mucho de las experiencias de otros cocineros como los nombrados, o la de otros muchos que ya se encuentran inmersos en Cocina Conciencia.
Enrique Valentí (hermano de Carlos Valentí), que dirige dos restaurantes de éxito en la Ciudad Condal, Casa Paloma y Chez Cocó, tiene empleados a dos jóvenes bajo el paraguas del programa: Hicham y Oussama. Le pregunto si no es mucha responsabilidad. « Sí, lo es, pero se acepta con gusto con sólo mirarles a la cara cada día. En el equipo todos somos conscientes de la situación por la cual han llegado, pero intentamos que la palabra normalidad entre en sus vidas. Pensamos que ese es el mejor legado que les podemos dejar».
Hay una circunstancia que hay que dejar bien clara. Unas de las premisas para que un chef se involucre es que al joven inmigrante se le tiene que emplear con un contrato laboral, no de prácticas, y con el sueldo completo. Aquí no se trata de ‘aprovecharse’ de mano de obra barata, en absoluto. La iniciativa va más de dar que de recibir. Tanto desde la Fundación Raíces como Cristina Jolonch en Catalunya, hacen seguimiento de todos los chicos. «No ha habido ninguna experiencia negativa. Son chavales con muchísimas ganas de aprender y de aprovechar una oportunidad», matiza Jolonch, y pone un ejemplo: «Recuerdo la noche en que Bilal, que ahora trabaja con Albert Adrià, llegó a Barcelona de madrugada. Durmió en casa y antes de acostarse, con una inmensa sonrisa, me dijo: ‘Yo necesito una única oportunidad en la vida porque la voy a aprovechar a tope’».