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Estamos desnudos otra vez enfrente el uno del otro, nos cuesta hablar, al pudor se han unido nuestras sombras, ninguna arruga, ningún signo de vestimenta, dos cuerpos que han transformado el miedo en pudor, y es ese mismo pudor el que nos santifica, nos hace hablar muy bajito, casi susurrando en una habitación también desnuda con una ventana por donde entra la luz del día.
¿Me escuchas tú ahora? Hubo un tiempo en el que parecía que podíamos vestirnos con el cielo, telas azules que se rasgaban fácilmente, ahora hay demasiados aviones allí arriba, el cielo es un enjambre de satélites y aviones, y aquí abajo chocamos. Nadie quiere vivir donde vive, de alguna manera todos queremos huir, también hay una guerra, la gente se viste para la guerra, habla alto, grita porque hay una guerra, y dices tú mientras te acaricias el pie izquierdo: “¿Hubo algún tiempo de paz?”.
K.L. sigue sosteniendo a pesar de todo, frente a lo que siempre pensé, que Apocalypse Now es una obra maestra del cine; el fuego, la iluminación del fuego, y el viaje al corazón de las tinieblas del hombre, de ese lugar frondoso y perdido nadie regresa indemne.
Si todos se desnudaran, si todos viviéramos desnudos sería posible aún la belleza de un sol más frío. En otro tiempo por estas fechas habríamos ido al Sangrera a darnos el primer baño, llovió bien, el cielo de abril proveyó de agua este lugar del mundo, la ropa tirada junto a la orilla, tu camisa colgada del nudo de un fresno. Me gustaba sentir tu pudor cuando entrabas desnuda en el agua.
¿Son tan diferentes tu pudor del mío como creíamos? Hablemos de ello. En primer lugar, de nuestros cuerpos. Ya no nos reconocemos, nuestros cuerpos hablan como dos viejos. Después de muchos días sin escribir la mano se suelta, ha cambiado un poco la caligrafía, a veces tiende a subir, otras a bajar por la hoja, cuando escribo desnudo la letra se hace más grande, siento que me escondo en las palabras como un periodista que ha renunciado a la verdad. No temas, poco a poco tu caligrafía se restablece, vuelve a ser la tuya, vuelves a estar en ella como la luz del sol en la vertedera que voltea la tierra. ¿Qué saldrá de ahí? Para mí te has petrificado, tus palabras parecen salir de lo más duro. Señal de sabiduría. Mi ojo se ha quemado de mirar la guerra en este tiempo, lo lavo todos los días, se ha cerrado con una ciudad en llamas.
Se me desordenó el mundo muchas veces y lo volví a ordenar, había luces verdaderas y luces falsas, palabras que decían lo que soy y otras que escondía lo que son, el tiempo se burlaba de nosotros. La poesía ha enfermado - me escribiste en una carta el invierno pasado - todos nuestros poemas están enfermos de nosotros mismos, y nosotros, que los escribimos para curarnos no lo sabíamos, no sabíamos siquiera porque los escribíamos, la poesía nos arrastraba al fondo, el año pasado te envíe solo tres, más uno de Amós Luria que copié en papel cuché en la estación de tren de Montpellier camino a Italia. Como en las explotaciones de oro hay que destruir el terreno, disolverlo con grandes chorros de agua, lo que queda del amor hay que buscarlo así, destruyéndolo, disolviéndolo, la luz que ahora brilla en tu poema la has perdido.
Cada vez te fui enviando menos poemas, buscaba escribirte el último poema, ya no sentía nada, tenía miedo a dejar de sentir, escribía para sentirlo todo, es por eso que comencé a escribir desnudo, y sabiendo que escribir ya no era necesario, y menos encapsular la tierra, el agua, el aire; hasta las pequeñas deudas se solventan con palabras, ahora dame diez, cincuenta palabras, dame mis palabras. Solo quedaba hablar, desde un maldito teléfono y desnudo, con la ropa a los pies, hablar desnudos, no me di cuenta hasta ayer de lo difícil que resulta, y más cuando uno se ha desnudado frente a alguien que sigue vestido; incluso ante tu desnudez tengo el mismo pudor que tú, cuando por casualidad nos encontramos desnudos dentro de la casa. Frente a uno que está desnudo debemos también desnudarnos para equilibrar las fuerzas. Lo que hablan los que están desnudos siempre es más puro y verdadero que los que están vestidos. Vi perros vestidos en Orly, la llamada ciudad de los perros se había llenado de tiendas de vestidos y complementos para perros, ¡Quelle horreur!
Hace tiempo yo usaba tu ropa y tú la mía, ahora sería difícil desnudarnos mutuamente. Engordé bastante y la tuya ya no me cabe, la mía te quedaría ahora muy grande. Escribe esto pero de otra forma, ahonda en esta idea pero en menos espacio ¿Te acuerdas de los veranos antiguos? tenemos muchos veranos antiguos. Has escrito algo misterioso, doy gracias por tener que leerlo tantas veces, ya no se da las gracias a nada, y yo le doy las gracias a tu texto que se ha convertido en un camino hacia los veranos antiguos. No existe ya la reciprocidad entre lo que se te da y lo que se te quita, lo llamaste el desfiladero, se repliega, pero no vamos –no voy– de un lugar a otro de ti por ese texto escrito en un trozo de papel arrancado a una hoja grande, de no más de diez líneas, estoy condenado a leerlo todos los días.
Después en una carta a mano desde Mérida me decías que el poema se repliega sobre sí mismo: debería ser una implosión de lenguaje, lo mínimo, se intenta decir todo con lo mínimo, se repliega, al plegarse casi destruye todo el lenguaje que sobra, es el milagro de la poesía, por ejemplo, de un incendio lo que se salva, así era el mundo antes, así era yo, así era el bosque, es un plegarse, los pliegues es lo que leemos, en los pliegues es donde escribimos, y es lo que perdura después de cada lectura, el resto lo olvidamos rápido. De la tormenta solo el resplandor, el breve y extraño instante inesperado, el flasch con el que la luz te apresa a la vez que se aparece. Estamos ya cerca del verano decías, y me invitas a hacer un viaje en bicicleta por las Villuercas, como si este fuera un lugar de invernaderos abandonados en una tierra de ríos que rápidos se secan después de las lluvias. Copio tus frases bien halladas, te has negado a firmar un manifiesto contra la guerra, pero les has dicho a todos que irás desnuda a la guerra, vas a combatir desnuda llevando una quijada de asno en la mano, cualquier cosa sirve de arma, una piedra.
Tus frases me ayudan a seguir este camino, o más bien senda que a veces se pierde, o se corta, sigue una línea imaginaria entre dos países, pero me quedaba quieto en cuanto encontraba una encina venerable o un alcornoque recién descorchado, o un fresno de más de cien años a la orilla del Almonte, y allí desnudo esperaba la llegada de algo bueno. En ese paisaje nunca hubo guerra, es un paisaje cansado y envejecido, aunque cada año vuelva a renovarse, y por muy honda que esté la muerte la hierba vuelve a salir con fuerza. La dehesa es la máxima expresión de lo perdido, allí todo está desnudo, el cielo y la tierra. La guerra está en las ciudades, aunque veas a dos hombres pelear al amanecer al salir del metro, solo lo harán hasta que sus vestimentas queden desgarradas y aparezca su desnudez, después les sobrevendrá el pudor y la vergüenza, pero nunca desde ahí se llega al Sur decías, la Arcadia siempre está al Sur, y también allí había guerra.
A ellos les vi en un momento de gracia, desnudos alrededor de una larga mesa de caoba llena de vasos de agua, no hablaban porque sentían vergüenza de ellos mismos. Aún tenían cosas muy importantes que decirse, pero antes de hacerlo se cubrían con telas negras y rojas, se escondían en el ropaje. Yo nunca fui capaz de ver a mi madre desnuda, nunca pude imaginármela desnuda, su elegancia era excelsa, ella misma se hacía sus vestidos siguiendo los patrones de la revista Burda, cuanto más cercana es una persona más nos costará imaginárnosla desnuda. A mi padre si lo vi desnudo muchas veces, él y yo nos bañábamos así en el río, pero siempre callados, y de espaldas el uno al otro. Solo estaba cansado, pero igual que escribir me cansaba, incluso una carta para ti, pues debía darlo todo, a veces era la cantidad de palabras que pesaba y se sopesan, otras la brevedad, tan intensa que de alguna manera convertía las palabras en filamentos que brillaban de noche, y ciertos músculos se tensaban demasiado una vez que los secaba el verano hasta romperse como fibras de cuerdas muy gastadas, pero era también la escritura lo que restablecía el ánimo y la ligereza de estar en el mundo.
Nos desconocemos. Yo voy por la casa desnudo, y aunque no hay nadie, siento el pudor de verme a mí mismo así, incluso está prohibido nadar desnudo en la piscina, pero lo que más me asombró en los últimos tiempos, -quise decírtelo mucho antes- incluso más que las noticias que llegaban del Este, pues ahora le sacan brillo a las ojivas, y lo ojival tiende a clavarse en la tierra; la forma determina lo que contiene, y lo que mata y destruye debe volar de manera estúpida por los cielos dirigido hacia un lugar sin culpa- fue ver a C. W. desnudo mientras subía la Teógenes Díaz del Torreón de Galayos, él muchacho se adhería a las placas de piedra como una salamandra y ascendía por la piedra como un aire suave. Nuestras pulsiones se transforman en alma, ellas nos proporcionan la capacidad para adherirnos y ascender con ligereza y levedad por la infinita pared del mundo. El muchacho carecía de gravedad, mientras iba por la roca hacia ningún lugar volví a comprender lo que significa la belleza del mundo.
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