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Corría este mismo mes de noviembre, en 1989. Un año que parecerá muy lejano a esta nueva generación nacida en el siglo XXI, pero con una historia apasionante. Muchas cosas estaban cambiando a nivel mundial, pero cuando en los primeros días de aquel noviembre caía el Muro de Berlín un soplo de aire fresco recorrió nuestros corazones: una nueva ilusión, la esperanza de hermanarse y de cerrar un capítulo oscuro en la vieja Europa, caminando juntos hacia un futuro común.
Fue el comienzo de una nueva era, llena de grandes interrogantes y también de una gran dosis de ilusión por un tiempo nuevo. Y en ese marco mundial, pocos días después, tuvo lugar otro de los grandes acuerdos mundiales del siglo XX: la aprobación de la Convención de los Derechos de la Infancia
Hoy, 20 de noviembre, Día Universal de la Infancia, se conmemora ese gran logro. En este momento, en todo el planeta, millones de niños y niñas, muchos de ellos ajenos a esta celebración, a este “su día”, ríen, lloran, están tristes o felices; en definitiva, viven millones de vidas diferentes y únicas. Y todos ellos son y serán los protagonistas de sus vidas, pero también serán quienes continúen construyendo y reparando este hogar común con las piezas y herramientas que les hayamos legado.
Defender el derecho a su individualidad, poner el objetivo en cada uno de esos millones de vidas, en su pequeña gran historia, tan importante, tan trascendente, defender su derecho a crecer y a vivir con dignidad, a disfrutar de su familia, a estudiar, a jugar, a ser respetado, a que se le permita en definitiva vivir su infancia como tal, es nuestro deber moral, y debería ser nuestro compromiso formal en todos los ámbitos. Un compromiso en el cual debemos poner todo nuestro empeño, toda nuestra fuerza.
De cómo seamos capaces de cambiar la realidad en torno a la infancia depende el futuro de la Humanidad y, ya es una certeza, del planeta. Pero no debemos caer en la suficiencia del adulto. Resulta sorprendente lo mucho que podemos aprender de los niños y niñas; por eso es tan importante su participación, aspecto en el que la Convención pone el acento. Es un día, pues, para dirigirnos directamente a los grandes protagonistas, y decirles que “vosotros, niños y niñas, sois agentes activos en la construcción del futuro común”.
Paulo Coelho, en una de las pequeñas historias que han volcado diversos escritores y escritoras, a iniciativa de Unicef, con motivo de la celebración que nos ocupa, explica, de la misma manera que un lápiz siempre deja una marca cuando escribe, todo lo que hagáis en vuestra vida siempre dejará una huella. El relato apela a esa individualidad, a lo importantes que sois, cada uno de vosotros y vosotras, pero también a la importancia y trascendencia de vuestros actos sobre los demás.
Y es que, al igual que un mar se compone de incontables gotas de agua, igualmente valiosas todas ellas en sí mismas pero que juntas se transforman en mucho más que la suma de todas, cada uno de vosotros y vosotras, unidos, formaréis el mar del mañana. De cómo resulte ese mar seréis y seremos responsables todos y todas. Cuidemos de esas gotas: cuanto más limpia y cristalina sea cada una de ellas, más azul y lleno de vida será ese mar. Un mar que pueda derribar muchos muros.
Los Derechos de la Infancia no son una formulación retórica. Son un cuerpo moral necesario y útil para construir un mundo mejor.