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La mayor parte de los medios han contado que, detrás de las protestas que ha vivido Ecuador durante las dos últimas semanas, se encontraba el descontento social por la importante subida del precio de los carburantes.
La gasolina pasó de 0,50 a 0,60 dólares/litro, mientras el diésel lo hizo desde 0,27 a 0,60 dólares/litro. El motivo fue la retirada del subsidio gubernamental que mantenía los precios por debajo de los de referencia internacional.
Además, aunque esto ha transcendido menos, para hacer frente a la deuda pública del Estado también se han aumentado impuestos, se han flexibilizado las leyes laborales y se ha recortado gasto público. Tanto estas medidas como la subida de los carburantes se han llevado a cabo por indicación del Fondo Monetario Internacional (FMI), como condición para obtener un préstamo de emergencia de más de 4.000 millones de dólares de este organismo.
La lucha tenaz del movimiento indígena, junto a otros colectivos sociales, ha sido clave para forzar la marcha atrás de un gobierno alineado con las políticas neoliberales exigidas por el FMI. Sólo por eso veo con simpatía y esperanza este octubre quiteño. Hoy día, los pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes de Nuestra América, y otros lugares “subdesarrollados” del planeta, todavía guardan las esencias culturales para hacer realidad las alternativas a este capitalismo global que conduce a la humanidad, sin remedio, al colapso ecosocial.
Creo que ésta va a ser una constante a multitud de conflictos en las próximas décadas. La combustión de las energías fósiles agrava el mencionado colapso y hace más difícil la obligada transición a otros sistemas que pongan la vida en el centro. No obstante, no se atisban políticas públicas que definan un escenario futuro basado en la autogestión, la diversidad cultural, el territorio y la ayuda mutua. Pareciera, en el mejor de los casos, que nos conformamos con un neoextractivismo “más amable”, y seguimos otorgando a los Estados Nación, con gobiernos neoliberales o socialdemócratas, da igual, un papel protagonista en el apuntalamiento de un capitalismo en quiebra.
Si hay que quemar todo el petróleo que albergan las entrañas de la Tierra, en el transporte, la industria, los negocios agroganaderos, que sirva por lo menos para que las clases populares se den un pequeño festín preapocalíptico. Lo de construir comunidades nuevas de fraternidad con todas las formas de vida o cuidar las que ya existen, si eso, para más adelante.
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