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José Corredor y Carlos Morales, nuestros

Carlos Morales, segundo por la derecha, en la reciente edición del Festival de Poesía para Náufragos en Cuenca

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José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929) es un escritor con gran suerte. Con gran y merecida suerte. Su obra está editada en importantes editoriales como Plaza y Janés, Espasa Calpe, Cátedra o Tusquets (esta última reunió su poesía en 2011). Además de la espléndida difusión de su obra, ha cosechado prestigiosos galardones: Premio Nacional de Traducción, Nacional de Poesía, Ciudad de Barcelona, Boscán, D’Arts Plàstiques de la Generalidad de Cataluña. Fue un destacado crítico de arte, traductor al español de la poesía en lengua catalana, ajustado memorialista, antólogo. Pese al destacado rol sobrevenido en su trayectoria literaria, Corredor tiene la ventaja de no ser famoso, de no ser reconocido por la calle, lo que traería, aparte del codiciado anhelo vanidoso, contundentes inconvenientes en la honesta privacidad.

José Corredor-Matheos es hijo predilecto de Castilla-La Mancha y de su pueblo, Alcázar de San Juan. Aquí sí es muy conocido por una buena parte del público infantil. Resulta que hace años se abrió un nuevo colegio en Alcázar. Se quiso inaugurarlo con el nombre del poeta, pero él precisó que prefería que se llamase como uno de sus libros, ‘Jardín de Arena’. Y así fue. Todos los años Pepe Corredor se traslada desde su Barcelona residencial y visita las animadas aulas de la escuela. Para los niños, la frecuente presencia del poeta es grata simpatía.

En un principio, Corredor asumió esa corriente poética rehumanizadora, testimonial y contestataria que abarcó casi todo el período franquista. Habiendo cumplido perfectamente su papel en el neorromanticismo poético que convivió con la última era dictatorial en España, supo continuar, solucionando para sí el dilema de superar esta tendencia que periclitaba, al escribir su libro ‘Carta a Li-Po’, concluido y publicado en 1975.

Desarrolló así una nueva etapa de su poesía que no habrá ya nunca de abandonar, asentando su poética en un discurso económico, de corte zen, exhibido como un resuelto y genuino realismo. Al adoptar, desde entonces, esta nueva práctica, en lo sucesivo fue depurando y mejorando su obra así conformada. En su reciente libro, ‘Al borde’, publicado este año por Tusquets, su palabra, aliada en su dicción al silencio, se torna, cada vez con un tono más acusado, poderosamente esencial.

Ya el poema inicial de este libro lo delata sin ambages: “Qué fácil escribir / entrada ya la noche, / cuando estás agotado / y a la mano le cuesta / trazar en el papel / una letra tras otra. / Cómo vibra la noche, / expectante, / como si fuera a abrirse / y se hiciera la luz / dentro de ti. / Tú deseas entonces / que el alba tarde aún / o que no llegue nunca.” Resulta asombroso comprobar el transcurrir del anochecer en el poema, siempre cargado de elementos, de sensaciones, con una justa y encomiable economía verbal que refuerza la esencia de lo contado, abocando admirablemente el texto, en su final, al factor sorpresa, siempre muy digno broche. El momento del pasado confinamiento por el “dichoso” virus no se puede contar mejor en un poema: “Confinado / en tu casa / vas viendo /que no hay nada / que sea más igual / que un día / y otro día, / que una vida / y otra, / en el agudo filo / que separa / la vida / de / la / muerte.”

* * *

Jueves, 3 de noviembre de 2022. Se inaugura en Cuenca la décima edición del Festival de Poesía para Náufragos; un encuentro que ya lleva más de diez años -alguno falló por la maldita pandemia del coronavirus- reuniendo a poetas y temas poéticos desde que lo fundaron los ocurrentes creadores Miguel Ángel Curiel y Ángel Luis Luján. Se presenta un consistente volumen de más de medio millar de páginas, ‘In nomine Auschwitz’, antología de la poesía del Holocausto. Presentes en la mesa su coordinador, Carlos Morales del Coso, taranconense, y la poeta y editora catalana Rosa Lentini. Rosa Lentini introdujo el acto con unos modos espléndidos, demostrando el cabal e inmenso campo intelectual que la autora domina. Algo que pudimos perfectamente ratificar al día siguiente, al ofrecernos una muy sugestiva lectura de algunos de sus poemas, abriendo el turno junto a los asimismo afianzados poetas Jesús Maroto y José Antonio Llera.

El proyecto ‘In nomine Auschwitz’ viene de lejos, iniciándose hace 25 años nada menos. Carlos Morales es albacea de Carlos de la Rica (Pravia, 1929-Cuenca, 1997), poeta, dramaturgo, narrador y fundador de la muy decana editorial ‘El Toro de Barro’. Esta encomiable labor fue continuada por Carlos Morales. De la Rica le dijo, prácticamente agonizando, a Morales que tenía que abordar una completa antología poética en torno a la tragedia de Auschwitz, enriquecerla al máximo y llevarla a buen término. El trabajo se ha demorado mucho, ha cumplido notables avances pero a la vez también ha sucumbido en contradictorios reveses saldados en indeseables retrasos. Por fin, ahora la obra aparece en la editorial malagueña Última Línea, auspiciada por el Centro de Investigación sobre Totalitarismos y Movimientos Autoritarios.

La portada del libro reproduce una foto, tomada en el gueto lituano de Kovno, en la que se ven dos niños de dos y cinco años luciendo la estrella amarilla. Con acerba ironía, Carlos Morales comenta: “A no ser que se acepte que eran peligrosos espías a sueldo de la Unión Soviética y de las perversas democracias de Occidente, o que se diga que fueron apresados armados hasta los dientes en alguna trinchera de combate, uno no puede explicarse qué utilidad militar pudo haber tenido para los nazis la ejecución de más de un millón y medio de niños judíos.” La raza judía, claro, en opinión de aquellos alemanes, “constituía un ‘cáncer’ para el que no había cura que no fuera esa ‘Solución Final’ que abogaba por el exterminio.”

Esta oportuna compilación, realizada con la ayuda de Jaime Vándor y los múltiples traductores –entre ellos Pablo Neruda-, guarda también la condición de texto enciclopédico, ya que la mitad de su contenido se dedica a desarrollar la información de por qué el Holocausto tardó tiempo en llegar a conocerse totalmente. Comunica igualmente cómo tal desastre hizo su entrada en el cine, en la novela, en el teatro, en la poesía.

Pródigamente explicada, la estructura antológica acierta en distribuirse en tres partes sumamente aclaratorias y sustanciosas: 1) Poemas de los poetas que no pudieron sobrevivir a la catástrofe, 2) De los que sí lograron sobrevivir y 3) De los que no vivieron la Soah. El primer apartado es estremecedor. De David Vogel, nacido en la región de Podolia, actual Ucrania, y muerto en 1944 en Auschwitz, es esta consoladora estrofa escrita en el campo: “Ahora descanso feliz / en la cuna negra de la noche, / salpicado de plata / bajo la lona del cielo…” En la segunda lista se incluye un poema de Primo Levi, que estuvo prisionero en el campo de Monowice y que posiblemente se suicidó (no se sabe seguro) en su Turín natal en 1987: “Considerad si es un hombre / Quien trabaja en el fango / Quien no conoce la paz / Quien lucha por la mitad de un panecillo / Quien muere por un sí o por un no.”

En la agrupación postrera, poemas de los que no padecieron pero homenajean la catástrofe, hay textos de, entre muchos otros muy valiosos, célebres autores, como Salvatore Quasimodo, Sylvia Plath, Yevgueni Yevtushenko o Joan Margarit. La aportación de León Felipe se titula precisamente “Auschwitz” y contiene versos tan expresivos, directos, socarrones, como éstos: “Dante… tú bajaste a los infiernos / con Virgilio de la mano / (Virgilio, ‘gran cicerone’) / y aquello vuestro de la Divina Comedia / fue una aventura divertida / de música y turismo. / Esto es otra cosa… otra cosa… / ¿Cómo te explicaré?”

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