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Imaginemos que todas las semanas del año, sin faltar una, nos despertáramos con la noticia del asesinato de un futbolista a manos de su entrenador, del asesinato de un alcalde a manos de uno de sus concejales, de un maestro a manos del jefe de estudios, de un médico a manos del enfermero con el que pasa consulta habitualmente. Personas asesinadas sistemáticamente por aquellos que tienen una relación habitual, cercana e incluso de máxima confianza con su víctima.
Ciertamente consideraríamos estos sucesos como una tragedia escandalosa, alarmante e incomprensible. Sin ninguna duda el gobierno de turno y la oposición se apresurarían a establecer medidas y legislar para que las relaciones basadas en la confianza de las partes no acabaran con tanta frecuencia en el asesinato.
Con total seguridad se proyectarían y dotarían de personal y económicamente, estudios a todos los niveles para poder detectar factores de riesgo, analizar causas de tanta vulnerabilidad y agresión e implementar a la mayor urgencia medidas conducentes a acabar con tanta tragedia y violencia, puesto que la alarma social generada crearía en la opinión pública y la ciudadanía un miedo y una ansiedad difíciles de encauzar.
Ahora cambiemos “asesinados” por “asesinadas”, y oficios y profesiones por mujeres, ya sean trabajadoras, sean estudiantes, paradas…; todas ellas, víctimas de una brutal violencia por alguien que es o ha sido de su confianza, que valiéndose de esta relación utiliza su conocimiento e influencia sobre la víctima para acabar con ella.
Pero sorprendentemente en estas ocasiones en las que la víctima es una mujer, no se genera en la opinión pública y en la ciudadanía ninguna alarma, ni miedo, ni ansiedad, o si en algún momento lo hiciera ya han desaparecido.
¿Cuántas mujeres asesinadas llevamos en este recién estrenado 2017? ¿Una?, ¿tres? ¿acaso cinco? Nos suenan las palabras asesinato, mujeres, pareja, como una cantinela a la que empezamos a acostumbrarnos, como una noticia que ya no es noticia por lo que tiene de habitual.
Los cambios de vida y de ciudad no resultan, las medidas de protección no funcionan. Los asesinos se saltan o sortean órdenes de alejamiento y para colmo se sospecha y criminaliza a las víctimas. Las últimas mujeres asesinadas en el primer mes de 2017 dan la medida de la escasa alarma social que genera el tema, permanecemos adormecidos e inactivos cerrando los ojos a lo que pasa en el portal de nuestro edificio, en la puerta contigua a nuestra casa, y mientras esta situación se sucede las bajas irán mermando para siempre a la misma parte de la sociedad.
Nos están matando y no hay como defenderse, no podemos escapar, no hay como ponerle fin, no sabemos o no queremos como sociedad tomar las medidas necesarias para que los feminicidios no resulten ser otra muesca en el revólver del patriarcado.
Porque los asesinatos de mujeres resultan ser consecuencia de un sistema patriarcal que devalúa y cosifica a las mujeres, a las que mantiene en un estatus a la medida de sus necesidades y que cuando siente amenazados sus privilegios reacciona con violencia homicida.
Los institutos, los programas, las campañas resultan ineficaces hasta que no seamos capaces de poner en marcha actuaciones integrales que modifiquen hábitos y remueva mentalidades, que genere un gran rechazo social hacia los agresores y asesinos, en suma cuando el patriarcado sea reducido y anulado.