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Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

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Palomas

Palomas

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En un pasaje de “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”, Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás visitan Cabañeros, y el primero le explica al segundo que para mantener el equilibrio natural del parque es necesario eliminar todos los años unos 1.500 venados. Si no se eliminaran artificialmente estos animales, en muy poco tiempo acabarían transformando el parque en un desierto, porque al carecer de depredadores se reproducirían sin límite hasta comerse la última brizna verde para después morir de inanición.

Digo esto para recordar que, al menos en un país como el nuestro, es prácticamente imposible encontrar ecosistemas completamente naturales. Para bien o para mal, el hombre ha transformado tanto su entorno que lo que ahora llamamos naturaleza ya no puede vivir sin nosotros. Una vez alterados los equilibrios naturales en nuestro provecho, ya sea como consecuencia de la urbanización, la agricultura, la ganadería, la caza o cualquier otro uso, la nueva “naturaleza” artificial es incapaz de reequilibrarse por si misma, así que estamos obligados a ejercer nuestra responsabilidad en la cúspide de la pirámide e intervenir en los ecosistemas hasta alcanzar un nuevo equilibrio. Solo nosotros podemos hacerlo, y si renunciamos a ejercer esta responsabilidad los ecosistemas colapsan.

Uno de los desequilibrios más evidentes de la intervención humana es la proliferación desordenada –o inducida artificialmente en nuestro beneficio- de algunas especies. Es lo que pasa en Cabañeros con los venados y en las ciudades con algunos animales que están encontrando los mejores refugios y fuentes inagotables de alimento en nuestros basureros, alcantarillas, tejados, parques o patios.

Nuestra respuesta debería ser similar en todos los casos, pero por algún motivo, lo que resulta admisible en el caso de las ratas, las cucarachas, o los venados de Cabañeros, no parece “ético” en el caso otros animales como las palomas.

El objetivo de las campañas de desratización no es acabar con todas las ratas, sino mantener su población dentro de unos márgenes tolerables. Con las palomas deberíamos intervenir de forma similar, pero nos limitamos a ahuyentarlas con repelentes, espejos, púas, cables u otros artilugios más o menos sofisticados para que molesten a nuestro vecino en lugar de molestarnos a nosotros. ¿Que tienen de especial las palomas?

Las ratas acompañan al hombre desde hace milenios, pero las poblaciones urbanas de palomas comenzaron a proliferar en la segunda mitad del siglo XX. Cuando yo era niño todavía se consideraban una fuente saludable de proteínas y algunos se esforzaban para atraerlas con palomares o palomos “ladrones” que atraían a unas hembras que acababan después en la cazuela. También las hemos asociado tradicionalmente con algunos conceptos positivos como la paz, y hasta con la religión, y es posible que nuestro imaginario no haya tenido tiempo de adaptarse a la nueva situación.

Las palomas se han convertido en una plaga en nuestras ciudades porque encuentran refugios perfectos para anidar, alimento de sobra entre nuestros desperdicios, fuentes seguras de agua, ausencia total de depredadores naturales y, sobre todo, una imagen candorosa entre algunos humanos que las sobreprotegen.

El problema no es que algunas personas (cada vez menos) den de comer a las palomas, porque desgraciadamente hay comida de sobra para ellas, o que los “ecologistas” impidan gestionar la sobrepoblación (yo no conozco a ninguno que diga eso), sino que estas actitudes marginales se utilicen como pretexto para no intervenir.

En una región en la que abundan los cazadores, algunos ayuntamientos parece que han encontrado una solución milagrosa. Proponen capturarlas para liberarlas posteriormente en un “núcleo zoológico”. Una solución perfecta, porque por lo visto a los urbanitas candorosos no les interesa lo que les pase a las palomas una vez liberadas fuera de su vista, y los cazadores se frotan las manos con tanta pieza en sus “núcleos zoológicos”.

No tengo nada contra la caza, pero mis amigos cazadores comprenderán que no quiero que mi barrio se convierta en un criadero de palomas para su uso y disfrute. ¿No sería más sencillo eliminar directamente las que sobren, o mejor aún, evitar que lleguen a nacer?

En las últimas décadas han sido las palomas, pero no serán las últimas, así que cuanto antes aprendamos a equilibrar los ecosistemas urbanos sin complejos mucho mejor. La ciudad no es algo natural, sino más bien un jardín que tenemos que cuidar cortando flores de vez en cuando.

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