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La “normalidad institucional”, la “estabilidad” (eufemismos intercambiables por “control”), son proclives a la máscara. Por eso, cuando la historia se agita el poder se retrata.
De parecida manera, durante las pesadillas y los sueños turbios (según Freud) borbotea y explota la verdad reprimida.
Las palabras que dicta y promueve el poder durante su vigilia vigilante, corresponden a la gramática oculta de sus intereses como ente autónomo, sin ninguna relación verdadera con el interés general, si no es como máscara (o Marca) de superficie. Hay que traducir su verdadero significado.
El poder estancado, lo mismo que el agua que no fluye, produce un alga contaminante y opaca que todo lo oculta y todo lo vela. Y además, enreda y ensucia las palabras.
Quizás por eso, el poder político en España, anclado durante muchas décadas en un binomio con forma de bucle verdinoso, ha producido un poso y sedimento corrupto de espesa capa y pegajoso idioma.
Jugando a la “estabilidad” de las catástrofes, esperan a que la última se digiera. Pero la catástrofe que se digiere, no desaparece. Se hace tejido.
Y ha bastado que una piedra caiga en este estanque, para que los dueños del cotarro, aclimatados anfibios de los piélagos y las opacidades, se hayan puesto de los nervios.
La historia se hace histeria y se acelera en una ristra de episodios significantes dignos del fotomatón: sucesiones monárquicas de restringido voto y generoso lavado de cerebro, aforamientos supersónicos, violaciones inviolables, jueces triturados y hechos picadillo, fiscales de película de terror y campañas mediáticas dignas del museo de los horrores, retratan una nueva edición de la “España negra”, que ahora se llama “marca España”, y que dará que hablar a los historiadores del futuro, para mayor escándalo de los herederos del presente.
“Marca” que hace huir de nuestro país y en muy poco tiempo a medio millón de personas (según recientísimos datos), y que sitúa a uno de cada cinco españoles por debajo del umbral de la pobreza (prosperidad monárquica debe ser), es mejor no patentarla ni reeditarla.
“Arrepentíos, el fin del cotarro está cerca”, decía en una de sus últimas e hilarantes viñetas el maestro Forges, cuyas antenas son de las más límpidas y sensibles de este país.
Pero en vez de arrepentirse, se han rebotado, se han sucedido monárquicamente, se han aforado después de forrarse, se han defendido fiscalmente y con fiscales, y se han puesto agresivos y atacados de los nervios.
Una piedra en el zapato, una piedra en el estanque corrupto es el aldabonazo propinado por PODEMOS, cifra y última cristalización de varios intentos ciudadanos para remover, de una vez por todas y contra la “normalidad institucional”, la putrefacción oficial que encubre. Y esto no sale gratis.
Como en los peores tiempos de la caza de brujas del senador McCarthy, todas las furias mediáticas del poder corrupto se han desencadenado contra los “rebeldes”, todos los instrumentos comecocos del doctor Goebbels se han reactivado y puesto en marcha.
La consideración que tienen de los ciudadanos como sujetos indignos de consideración o prudencia, les ha hecho perder el rubor y la máscara, y sin saberlo se retratan. A diario.
Un día dicen que se recibe dinero de Chávez (aunque no de la mafia bancaria) los mismos que intercambiaban favores y dinero (según ABC) con el expresidente corrupto de Venezuela (CAP), y frecuentan puertas giratorias en vez de salidas honestas.
Otro día acusan de filo etarras los mismos que negociaban una y otra vez con ETA y mientras mareaban la perdiz se enriquecían con fondos reservados.
Pero incluso rebotados, reciben el viento de costado y ya les cuesta sostener la tramoya sin escorarse. Ya les cuesta no hundirse sin soltar lastre.
Y “Podemos” junto a los apestados ciudadanos que le han dado votos, donaciones, cuerpo e impulso, comienzan a marcar el rumbo.
Dudan sí sabremos. Dudan si sabremos percibir. Dudan sí sabremos interpretar. Dudan sí sabremos descubrir. Dudan si podremos decidir.
10.000 aforados en España y ninguno en Alemania. Entre otras muchas marcas de la Marca. Y dudan si dudaremos.
Dudan sí nuestro voto se convertirá, finalmente, en antibiótico contra su gangrena.