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La poesía de José Ángel García doblemente revalidada

Amador Palacios, izquierda, y José Ángel García en el Puente de la Academia de Venecia. Foto de Rosario Quevedo

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José Ángel García es poeta que posee una condición ciertamente inusual en la trayectoria general de los escritores: a medida que va cumpliendo años –y podemos decir que él ya va siendo algo mayor- su poesía crece en calidad, en posibilidades, no cayendo su poética en inanes repeticiones. Su estética, su estilo, sin cesar se renueva.

Hay que resaltar que José Ángel García es un intelectual muy versátil, aborda varios géneros literarios, y muy activo en sus correrías culturales. Aunque nacido en Madrid, está vinculado ya largamente a Cuenca. Realizó dos carreras universitarias, biología y periodismo, eligiendo trabajar en Radio Nacional de España, cuando Cuenca ostentaba la dirección regional de la emisora. Hoy está jubilado, pero en su actividad radiofónica se movió mucho. Llevó la información del Festival de Almagro, retransmitió conciertos en la Semana de Música Religiosa Conquense, participó en multitud de eventos para, dinámicamente, difundirlos por la radio. Fue director de la RACAL (Real Academia Conquense de Artes y Letras).  Literariamente, cultiva la poesía, el ensayo, la narrativa, el columnismo, el articulismo, la historia de la cultura conquense, realizando unas cuantas ediciones bibliográficas que resultan imprescindibles para ahondar con provecho en este ámbito.

Su último libro, publicado en las madrileñas Ediciones Vitruvio, contiene dos títulos, ‘Revelación del gesto’ y ‘Quince son diecisiete’, así como el penúltimo, asimismo acogido por Vitruvio, comprendía también dos colecciones: ‘No le busques cinco pies a un verso’ y ‘Ni un blues más’. El volumen más reciente muestra una selección original; en primer lugar, en ‘Revelación del gesto’, se recrea el ámbito de las artes plásticas, mientras que la entrega restante, 'Quince son diecisiete’, es una copiosasucesión de aforismos.

Por tanto, por un lado, José Ángel García, ha renunciado en esta entrega a escribir una poesía lírica, emocional, decantándose por lo representativo, aludiendo a las obras de unos cuantos selectos artistas, y, por otro, ha elegido la ciencia, tan rigurosa, definitoria, y tan sugestiva, que el aforismo pone en marcha. Como escribe en el primer poema, en prosa, de ‘Revelación del gesto’, al recrear poéticamente la producción de los artistas Bonifacio Alonso, Pilar Carpio, Antonio Saura, Miguel Ángel Moset y Alexander Calder, su empeño es fijar en el poema, “la fugaz realidad de cada imagen”. Él es amigo de muchos creadores plásticos. Su casa, compartida con su entrañable esposa, Lola, de algún modo es una casa-museo, muy prolífica en obras, que delata sus preferencias en este sentido. En más de una ocasión, José Ángel García ha analizado profusamente la obra de algunos artistas, mereciendo una mención especial el libro que dedicó monográficamente a Gustavo Torner. Pero en este poemario de ahora son unas piezas especialísimas los siete poemas que dedica a Miguel Ángel Moset, un gran amigo que falleció “incomprensiblemente” hace más de dos años en la Cuenca donde había nacido, estudiado y elaborado una rica obra.

Esta serie consagrada a Moset se titula, con un pleno carácter representacional, “Trazo, rasgo, línea, juego”, mostrando un asombroso primer poema: “Trazo, rasgo, línea, juego…, / Sueña el ojo su conciencia, / espejo de ¿lo real? / en la estela que ya deja / el embate del pincel / en la escarpa de la tela / fingiendo seguridades / a la vez que el tono indaga / el porqué de la pelea / -espacio, viaje, trecho- / de la sombra con la luz. / Es el área, es la región / -danza, zumbra, ceremonia- / en que esgrime la mirada / su pura razón de ser.” Su recorrido declara que en la pintura fulguran unos “destellos de luz y tiempo”, que se exige “mirar y otra vez mirar”, exhibiendo ese “beso del color / sobre la tela alumbrada”. Magnífica, en suma, revelación de la materia en el poema, una realidad que, en definitiva, “con el tiempo y la mirada / darán verdad a la obra.” Un milagro que reside en que, bajo una atrayente respiración de rítmicos versos octosílabos, la palabra, continua, completo emblema temporal, se encamina, triunfante, representando a la plástica, que posee una virtud estática.

Lo curioso en que en estos dos libros domina el tiempo. La primera alusión de “Quince son diecisiete” es precisamente el tiempo. Este libro de aforismos se divide en secciones perfectamente secuenciadas en un crecimiento juiciosamente paulatino. Así, se establece una primera parte que hace presentes tiempo, palabra, creación, poesía, poema, siendo elementos muy bien sujetos a una sucesión temporal. Luego: vida, amor, sueño, luz, sombra, recuerdo, olvido, también acaeciendo en el ensamblaje que el tiempo ordena. Los ejemplos poseen tal cadencia, tal incursión en la dicción maravillosa, que habría que citar en este texto todos los aforismos: “Poned coto a la nostalgia, esa artera madama disfrazada de amiga y consejera”, “El tiempo es mío: morirá conmigo”. Todo el conjunto, grandemente sorpresivo, ahonda en muchas cuestiones; una de ellas, la puesta en claro de la condición artística, como en este aforismo que muestra la indisoluble unión entra la tradición y la vanguardia, ya que en la vanguardia, aun repudiándola, la tradición es fundamento: “La mejor manera de reivindicar la tradición es revolverse –desde ella- contra ella.”.

 Las definiciones de los dinámicos elementos reales a que aluden estos aforismos consisten, a la vez, en ciencia precisa y en exacta filosofía (“Entre el decir y el no decir se mueve la elocuencia”, que recuerda al este otro magnífico aforismo de Ángel Crespo: “La poesía está hecha de lo que se dice, pero también de lo que se calla”), al tiempo que el componente estético, tan bien dispuesto en la dicción, es altamente poético: “La poesía es una forma de no explicarse el mundo”. La mente, la inventiva, la digamos educada imaginación del autor nos brinda unas lujosas cláusulas, engarzadas unas a otras con maestría, donde sus acertadas unidades no pueden estar mejor ordenadas para lograr una lectura tan amplia y provechosa. Y al cabo, todas estas sentencias, en su arte de combinar atildadamente las palabras, siempre remiten a la poesía, ya que la poesía debe su consistencia a un arte combinatorio.     

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