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Senderismo

Imagen cedida por Miguel Ángel Curiel

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De nuevo me echo al camino, ahora con mayor esfuerzo que hace años. El recuerdo de las largas caminatas de juventud por la sierra de Tormantos de la mano de Ernest Jünger.

Entonces es como ahora. Después de pasar el Puerto de las Yeguas, antes de alcanzar las alturas de la Cuerda de los Infiernillos, ya de cara al valle, sentado en una piedra me fumo el que creo va a ser mi último cigarrillo. Toda profecía tiene un valor, aunque esté errada. Comenzado ya el descenso hacia Cuacos de Yuste, siguiendo un cordel de cabras me adentro en los bosques de robles, al poco en un claro, reaparece en el suelo reseco de esquistos y gneis, el Angelus Novus que pintó Klee e inspiró a Benjamín en la redacción de sus diez tesis de la filosofía de la historia. Siempre este Ángel a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado.

Sus ojos miran fijamente clavados, tiene la boca abierta y las alas extendidas. Es Ángel de la Historia con el rostro vuelto hacia el pasado. Este Angelus novus vuelve a alejarse de la historia. Ahí está el mundo, me giro y ahí sigue, me giro sucesivamente e inamovible vuelve a manifestarse tal como era hace un momento. Con un trapo negro me vendo los ojos y termino oliendo la tierra después de una breve tormenta, el suelo vibra, lo oigo, no deja de manifestase, incluso más intensamente que antes.

Aturde el sonido negro de la violenta luz del sol después de la breve tormenta a finales de septiembre. En una carta tuya de hace dos meses, escribes que te ocurre lo mismo. No podemos salirnos de este mundo, incluso al escribir lo inimaginable conseguimos olvidar este mundo, cegarnos de él para dejar de verlo. Todos somos ya ese Angelus novus de Klee. Sigo en el camino.

Lo primero cada día era caminar, caminar mucho hasta quedar muy cansado, ese cansancio llegaba de no cambiar de camino. ¿Eso que llamamos lo nunca? Es inhabitable, no es fácil de comunicar, es inexpresable. Caminar es como arrancarse de la tierra, pero mereces que cada paso pese menos que el anterior. El viaje hacia la levedad es en verdad pesado. Era así como se pudo escribir finalmente un libro titulado ‘Una experiencia verdadera’ y aunque se hacía del todo extraña e incomprensible, se trataba solo de desterrarse. Todos los años, el mismo día, y en el mismo lugar.

En parte, se vive de supersticiones, y no es una hazaña siempre que no se rememore algo. Se va a ese lugar por sí mismo contra uno mismo. Lo único que él dice allí, aproximadamente a la misma hora, todos los años, de manera inalterable era ese: Buenos días espíritus insanos, he aquí un hombre que se va emponzoñando a medida que va hablando.

Después estaba “la carta fraccionada, escrita a trozos durante meses, por fin inacabada” Me llenaba de pundonor escribir estos artículos, aunque ya no creyera en ellos. Ese no creer siempre fue la mejor manera de salvaguardarlos. No los arrasa el tiempo como si le ocurre a otros asuntos y documentos de barbarie expuestos por escrito. Los teclados de los ordenadores tomados por el hielo. Romper el hielo, ese silencio de los teclados me llevaba a una edad oscura habitada por los dioses mascotas de la New Age, la endiablada New Age. Después está esa ciudad a la que llegan aviones cada cinco minutos. Llueve mucho, y nadie de los que baja de los aviones quiere que llueva, yo deseo que siga lloviendo, que permanezca la lluvia el tiempo que ella quiera. Les prometieron el sol, un corto pero intenso viaje al centro del sol, que se alimentarían de sol, y que ante todo no arderían en ese mar en llamas. Endiablada New Age.

Rehúyo de esa ciudad, o huyo, huir, ese ausweichen, que es apartarse del sol por caminos polvorientos de tierra roja del Algarve, o de tal tierra que me lleve a la mía sin cambiar nunca de camino. Sobre todo, se trata de quedar muy cansado. Caminos de piedra rota o gravilla que hacen daño a los pies, pues te has propuesto caminar descalzo por culpa de la maldita New Age. Los doloridos pasos bajo el sol, aunque llueva, mientras el tiempo mengua, y lo que debería ser ya un tiempo lento y menguante, sin prisa hacia la muerte, se comporta con la rapidez y la vorágine del agua que se escapa por el sumidero del lavabo después de haberte afeitado la barba de una semana.

Dejen ahora de caminar, descansen, dejen a la historia descansar, pero usted siga haciendo el pan, le dije al panadero ¿ayer?, y él debería haberme contestado, haciendo pan sigo haciendo la historia, y yo hubiera creído ¿en qué? Una conversación eterna, hasta que se nos acabaran las palabras, pero las palabras nunca se acaban, son irredimibles, fatuas, necias, su fuerza es la autodestrucción, de una palabra nacen infinitas palabras, el niño juega con ellas. Haga usted buen pan, y no esa mierda que hace con trigo transgénico HB4, veneno para el alma. Y mis palabras crujían con su corteza de mentira. Haga buen pan y no haga la historia. No haga la guerra y no haga la historia. No haga más que buen pan y le prometo callar.

Después siempre estaba la carta fraccionada de Canetti, escrita a trozos durante meses, por fin inacabada. Había caminado tanto, estaba cansado. Descansen ustedes también, mis queridos lectores, descansen de mí, descasen de la historia, lean esta noche un poema de Emily y después apaguen las luces. Ayer la nadadora Margherita Lotti se fue al agua y ya no regresó. Quizás dejara grabada en una piedra, antes de hundirla en el mar estos versos de Emily: -De las almas creadas supe escoger la mía. Cuando parta el espíritu y se apague la vida, y sean Hoy y Ayer como fuego y ceniza, y acabe de la carne la tragedia mezquina, y hacia la altura vuelvan todos, la frente viva, y se rasgue la bruma yo diré: Ved la chispa y el luminoso átomo-. En las aguas no hay historia, solo almas bajando, y teniendo en cuenta que Canetti, sigue con sus frases cortantes, nos dirá que un mequetrefe sonriendo se ofrece para golpear y para saludar militarmente. Mientras caminaba por el mismo camino de todos los días, para cansarme de mí, de mi cuerpo, sin conseguir salirme del mundo, pensaba en haustier hechos en serie, sencillamente animales para casa.

Él mismo se ofrecía como animal de compañía mientras frotaba las palabras con el cuello de su camisa y tenía esa capacidad para hacer desaparecer las palabras que ya no servían. Pensaba en series de haustier hechos en cadena, como el corazón se aprieta firmemente al oído para exprimir todo el lenguaje en ello acumulado, y más allá de aquellos árboles, un conjunto de robles y fresnos, se insultaban con las palabras más gratificantes de la tierra dos hombres, dos contertulios. Y mientras se alargaba ese camino sin fin, y ya sin ánimo para darme la vuelta, ella se esfumaba cada vez más rápido.

Al llegar a Madrid después de muchos días a pie, me encuentro entre otros amigos, con la poeta polaca Marta Eloy Cichocka, recién llegada de Cracovia, y la poeta Josefine Adler, llegada del aire. El vino en la fiesta provoca la sed de las ¿almas? Suelo tachar la palabra alma, el vino nos la devuelve mientras ellas bailan agarradas al Angelus novus “en la encrucijada de cien caminos”

Allí, en la fiesta, llenos de sed escribimos poemas contra el mundo. Los más puros instantes saben solo a tiempos desgarrados. Los cirros en el cielo se desgarran como sedas viejas en un ligero golpe de aire. Es como desangrarse en cada palabra, las tapa con la mano, siente el hormiguero, pero también tapa el cielo, entonces la luz sale o viene de las otras palabras a la que llamaba cicatrices negras.

Después me echo al camino otra vez. No sé cuántos días caminé hacía el Oeste, y volví a esta carta fraccionada, escrita a trozos durante meses, por fin inacabada. En ella te hablaba del paso de los puentes. Dibujaba puentes imposibles de construir, aunque ella siempre mantuvo que todo puede construirse. Lo que se escribe no puede ser vivido más allá de la propia vida, apenas lo hemos vivido, apenas ha sido más que el reflejo de algo que se vislumbra, a pesar de que se escribe para ser de nuevo vivido. Crucé muchos puentes a su lado, con ella se hacía necesario llegar a la otra orilla y después volver. Este lo dibujé en otra vida, lo dibujé para ti, ahora debes cruzarlo tú sin mí al lado. La oigo hablar en muchos lugares a la vez, creo que me está dictando un libro. Tengo miedo de que un día deje de dictármelo, miedo a dejar de oírla. Poemas que se han degradado para ser meros poèmes. Pudo haber sido mi maestra en otra época, pero no encontraba tal tiempo abocado ya a la oscuridad. Rastreaba los tiempos y volvía cansado de ellos, eran desiertos oscuros, había desaparecido el sol, los cielos eran pastizales secos de un azul negruzco. En esa página te cabe el mundo, en esa página estoy yo. ¿Sabes cómo soy ahora? Mi cabellera encaneció, mis manos se arrugaron.

Me gusta el temblor de la mano al escribir, el pulso de tu escritura lo noto en estos signos, pero no hagamos de las palabras signos, dejemos que sigan siendo solo palabras, has entrado ya dentro de muchas, te has desperezado después de dormir dentro de muchas de ellas. Ella me decía, nunca escribas más de una página al día, tu caligrafía es bella, que sea tu mano la que te guie por mi oscuridad.

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