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Si hiciéramos una lista con aquellas experiencias que más nos han enseñado en la vida, estoy convencida de que todos y todas incluiríamos casi lo mismo: alegrías y penas, risas y lágrimas, amores y desengaños, rabia y esperanza, sueños y realidades… Y es que eso es la vida, y una de las artes que más reflejan la vida son las artes escénicas, especialmente el teatro. Por eso, quien pisa un teatro, vuelve. ¿Por qué nos gusta? Porque nos buscamos a nosotros mismos, buscamos esas experiencias que habríamos escrito en la lista y buscamos en él las historias de Shakespeare o Calderón, de Molière o Lorca, de Becket o Lope, de Chéjov o Nieva…
Hoy es el Día Mundial del Teatro, un día para celebrar tantas historias en la Historia. No es un día para reivindicar su importancia, porque sería como reivindicar el valor del oro, no hace falta. Su valor ya lo ha demostrado el tiempo. Este último año ha sido complicado para las artes escénicas y otros espectáculos, sin embargo, el teatro siempre ha sabido resurgir, ya fuera tras prohibiciones totales o censuras, guerras, crisis económicas o, como sucede actualmente, esta larga crisis sanitaria.
El teatro no va a morir, no lo hizo -y algunos lo auguraban- cuando se expandió el cine o cuando nació la televisión, y no lo hará ahora. El teatro nació con el ser humano y nos hizo humanos, nos ayudó a ser creativos y gracias a esa creatividad hemos superado tantos y tantos obstáculos. El teatro es nuestro espejo moral y social, es el reflejo de lo que somos y en lo que nos transformamos. Nadie que quisiera mejorar se desharía de los espejos en los que se refleja, y la sociedad no va a deshacerse de lo que nos hace engrandecernos.
El teatro vive, por suerte -y por desgracia, ahora-, de la reunión, del cuerpo a cuerpo, de la presencia y la voz y el grito, y de la catarsis colectiva en la que el espectador desea compartir la experiencia con quienes la han vivido. Paradójicamente, lo que lo convierte en especial es lo mismo que aquello que lo hace arriesgado.
Vendrán otros días más fructíferos y, quienes amamos el teatro, regresaremos, lo alentaremos y los festejaremos, volveremos a las alegrías y penas, risas y lágrimas, amores y desengaños, rabia y esperanza, sueños y realidades… Incluso viviremos obras sobre la pandemia, sobre el virus, sobre la crisis y sobre el resurgimiento del teatro, y será él quien nos enseñé qué hemos aprendido de toda esta situación. El teatro, estoy segura, lo heredarán las próximas generaciones, a nosotros y nosotras nos toca protegerlo y trasmitírselo.
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