Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Alba Camazón

0

Cuando una persona se va de casa o fallece, deja un vacío que llena su silla. Su asiento, su sillón, su sitio -ya sea en la cocina, en el salón o incluso la silla de su habitación- son difíciles de ocupar. Al mirar a esa silla vacía, no solo evocas a la persona que ya no está. Temes borrar los recuerdos que asocias a esa silla si la vuelves a usar, si se rompe.

Castejón del Campo (Soria) lidera una campaña para reclamar respeto y atención para el medio rural: lo hace a través de las 'sillas solidarias'. Sillas viejas y nuevas a las que han revitalizado los vecinos de casi 500 pueblos de todo el país para reivindicar su orgullo e identidad rural.

Colegios, asociaciones, tenderos y artistas han vestido las sillas, tumbonas y sillones con hilos, óleos, botones, espigas y ropa, incluso. Ana Sánchez, agricultora, está detrás de esta iniciativa: en Castejón ya tienen más de 300 sillas -y continúan llegando-. Según relata, este pequeño municipio de Soria atesora sillas de Málaga, Zaragoza, Teruel, Granada, Sevilla, Bilbao, Vitoria, Barcelona... Calcula que hay más de 4.000 sillas artísticas y reivindicativas en muchos otros pueblos de España, que no han sido trasladadas a Castejón.

Algunas sillas unen generaciones: hay nietos que conservan las sillas de sus abuelos, o que las restauran para darles una nueva vida. Hay otros que prefieren conservarlas, casi impasibles ante el paso del tiempo. Y otras que terminan en un contenedor, lleno de recuerdos desechados.

Ana paseaba por Castejón cuando se encontró con una casa semiderruida. Fruto del paso del tiempo y del abandono que asola a miles de pequeñas localidades, las casas derruidas muchas veces ni siquiera permiten imaginar qué historias vivieron allí. La casa que vio Ana dejaba al descubierto un comedor y dos sillas. Y entonces se le ocurrió utilizar las sillas como “embajadoras de los pueblos” y llevarlas al Congreso de los Diputados, donde se representa a todos los ciudadanos, aunque el medio rural muchas veces no se sienta representado.

El primer objetivo era reunir 243 sillas, una por cada kilómetro que separa Castejón del Campo de Madrid. El 28 de agosto consiguieron reunir en este pueblo soriano ese número exacto de sillas; ahora son incluso más. El siguiente paso será conseguir los permisos necesarios para trasladar todas esas sillas y ponerlas delante de los leones del Congreso para pedir a los representantes públicos que 'se sienten' a debatir sobre cómo combatir la despoblación.

Y después, Ana espera que las sillas se expongan en varias ciudades del país, como Soria, Zaragoza o Madrid. La plataforma Comarca km0, de Catalayud, ha sido una de las más activas, destaca esta soriana. “También queremos que los pueblos se vistan de sillas, que todo el mundo saque sus sillas a la calle en un día concreto”, afirma Ana, aunque todavía es pronto para saber cuándo.

Recuerdos e historias quedan vinculados a esas sillas: las buenas y las malas noticias; las bienvenidas y las despedidas; esos: 'siéntate, que tengo algo que decirte'. Las sillas dejan de ser productos comprados o fabricados para ser un punto de encuentro, donde reflexionar, leer, coser, trabajar, escribir o, por qué no, jugar a los videojuegos. “Cuando se quedan vacías, te das cuenta del valor que tenía esa persona, del hueco que deja en esa silla”, lamenta Ana. Exactamente igual que los pueblos, cada vez menos habitados.

“Casi todo el mundo tiene esa sensación de abandono. Si no hay trabajo, la gente migra. Y, con los pueblos vacíos, es más fácil recurrir a los recursos como nuestro suelo, agua y aire. Cuantos menos vecinos queden, más fácil será negociar”, protesta. Las sillas de Castejón simbolizan ese vacío que quieren ocupar con historias nuevas, risas y tristezas.

Mientras muchos abandonan los pueblos y -solo- unos pocos retornan, hay quien sigue sacando las sillas a la calle, a la puerta de casa, para hablar con los vecinos sobre no importa qué: ora la nieta de Facun, ora el hijo de Maritere. Porque lo que importa de verdad es disfrutar del tiempo que pasas con las personas a las que quieres. “Es una forma diferente de ver la vida. Los pueblos tienen un valor incalculable”, apunta Ana.

Esta iniciativa que enarbola el orgullo rural como bandera y también como protesta ante la pérdida de la identidad asociada a la globalización. “No se puede engrandecer a las ciudades en detrimento de los pueblos. Si no permites que se desarrollen, si no hay cobertura o internet, ¿quién va a venir a vivir en un pueblo?”, se pregunta.

Ante todo, prima un enfoque positivo: “al hablar de despoblación, de abandono.. son palabras negativas que evocan sentimientos negativos. Nosotros queremos hacer que sea bonito y sentir que los pueblos tienen vida”, reclama.

Con la pandemia, Ana cree que ha cambiado “el sentido de vivir” y hay mucha gente que se replantea comprar un terreno o rehabilitar una vivienda en el pueblo. “La gente está pensando en para qué quiere endeudarse. Durante el confinamiento, yo salía al jardín, veía las estrellas... El que vive en un apartamento de 40 metros cuadrados no podía planteárselo siquiera”, comenta.

Esa forma de vivir es lo que quieren transmitir las sillas solidarias de Castejón: la pasión por lo propio, por las raíces, por lo tradicional, pero también por la juventud y el porvenir del medio rural. Porque los pueblos serán futuro o no serán. No queda otra.

síguenos en Telegram

Etiquetas
Etiquetas
stats