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La ropa que estuvo 80 años en un pozo y ahora es memoria y prueba para las familias de los fusilados en el franquismo

Limpieza mecánica del abrigo recuperado en el pozo de Medina del Campo

Alba Camazón

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A más de 30 metros de profundidad en un pozo tapado durante 80 años, sin oxígeno y con humedad. Así se ha conservado la ropa de casi 40 personas asesinadas durante la guerra civil en Medina del Campo (Valladolid), cuyos cuerpos se tiraron al pozo de Los Alfredos, que tiene un diámetro de 1,10 metros. Las condiciones del pozo han permitido conservar ropa, el pelo de las víctimas e incluso las semillas de las uvas que habían ingerido antes de ser fusilados. Ahora, la Escuela Superior de Artes Plásticas y Diseño Mariano Timón, en Palencia, está restaurando algunas de esas prendas deslavazadas hasta estructurar un abrigo tipo ulster, un chaleco y un fajín. Pero podrían conservarse más piezas.

“La mayoría de los cuerpos conservaban las vestiduras, pero en un estado lamentable”, explica Iván Mateo, profesor de Conservación y Restauración en la escuela palentina. Todo empezó por una alumna de la Escuela de Arte que colabora en la ARMH y preguntó si estarían dispuestos a restaurar alguna prenda. Así que se pusieron manos a la obra al enmarcar esta restauración en la asignatura 'Conservación y restauración de indumentaria'.

Tenían cientos trozos, que han colocado en una plancha, intentando unir y consolidar los textiles. “Había tantos fragmentos que era imposible ver qué prenda era”, explica Mateo. Finalmente, confirmaron que estaban ante un abrigo y un chaleco. Son prendas que podrían ayudar incluso a identificar a algunas de las víctimas. El abrigo, largo y con un bolso, fue probablemente confeccionado por un sastre.

Prendas que sirven para identificar a las víctimas

“Era muy moderno, no un abrigo normal que tendría un campesino o alguien llano del pueblo. Podría ser de un cargo público o alguien importante”, valora este restaurador. Mateo asegura que si se conservaran imágenes, podrían ayudar en la identificación exacta de las personas. El presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid, Julio del Olmo, asegura que los restos de tres personas no tienen señales que indiquen trabajos físicos. “Tres de los hombres encontrados no eran obreros ni agricultores: el farmacéutico, el abogado y un representante nacional de una empresa de maquinaria. La vestimenta parece propia de un trabajo más de oficina o de comercio”, agrega.

Aunque todavía les falten unos remates, el abrigo está colocado sobre un soporte de conservación plano, “sobre el que se han reubicado todos los fragmentos en el lugar que correspondía, atendiendo a distintas marcas y pliegues que nos han servido de 'pista'”. Según explica el profesor de la Escuela Mariano Timón de Palencia, todo irá en una caja de conservación que está preparada para que los restos textiles puedan preservarse durante muchos años en buenas condiciones. En cuanto terminen, devolverán las prendas a la ARMH para que los custodie “de una forma digna”.

Pero el trabajo hasta aquí no ha sido sencillo. Lo primero de todo porque se ha realizado desde una escuela como parte de la enseñanza, por lo que estas no han sido las únicas prendas sobre las que han trabajado durante el curso anterior. La directora de la Escuela de Arte, Aránzazu Rebollo, insiste en que no se trata de “intrusismo laboral”. “Los alumnos aprenden con piezas auténticas. El centro no quita trabajo a los restauradores”, subraya.

Fragmentos muy mal conservados

La escuela colabora con instituciones como las iglesias y la Catedral de Palencia, los museos regionales o el Museo Provincial del Traje Popular en Morón de Almazán. “Todos los cursos nos vienen obras de museos, pero nunca de un contexto tan especial”, afirma Iván Mateo, que califica el aprendizaje de estos meses de “tremendo, constante y diario”. El trabajo se ha dilatado durante más de siete meses, con unas piezas tan mal conservadas como nunca antes habían trabajado. “Se conservaba tan mal que los trozos eran como piedras, pero a la vez se descomponían cuando los tocabas. Había que pensar en un tratamiento diferente al de otras prendas y prestar mucha atención”, asegura.

Lo primero fue eliminar poco a poco tierra y cal, lo que fue una labor “lentísima”. “Tuvimos que hacer una limpieza acuosa para hidratar los textiles. Estaban apilados, con tierra, cal, restos de animales, vello, sangre... olía a putrefacción”, explica Mateo, que todavía recuerda el silencio aflicto de la clase: “el silencio era enorme algunos días, ha sido duro. El contexto ha determinado todo y es lo que nos ha impactado”.

Hasta el cuarto o quinto mes de intervención no pudieron confirmar que se trataba de un abrigo y de un chaleco. Si del abrigo había un centenar de fragmentos, del chaleco la cifra ascendía a 400. Solo se ha podido recuperar medio chaleco con sus ojales y la impronta de algunos botones. “El chaleco estaba muy mal conservado por la cercanía con el cuerpo, que sí se descompuso. Nos impactó la cantidad de sangres que había en el chaleco, en los bolsillos y en la zona del cuello”, detalla.

Del abrigo se ha consolidado la parte izquierda, la parte superior izquierda del hombro. Ha sido como un trabajo arqueológico, descubriendo do poco a poco la pieza, relata Mateo. “Hemos buscado fotos de entonces para ver el tipo de abrigo que era, y también hemos elaborado un mapa de confección. Al ser tan largo, aunque solo se conservara la mitad y media manga, había mucho material”, añade el restaurador.

Cajas y cajas llenas de tela

El abrigo, el chaleco y el fajín son solo tres de las muchas prendas que conserva la ARMH. “Apareció tantísima tela... de repente lo único que veías era tela y ya, al sacarlo, ves que se trataba de un traje, como un traje de rayas que encontramos. Pero que se conserve no quiere decir que salga completo”, advierte Julio del Olmo.

Los objetos que sí pudieron sacar más o menos de una pieza eran más pequeños, como una gorra o un sombrero. Pero cree que si la escuela quisiera, se podría recomponer el traje de rayas. “Es posible continuar con más piezas. Es algo muy emotivo para todos los alumnos también por todo lo que significa y es una forma de darle visibilidad”, afirma la directora del centro.

Siguiendo las instrucciones de los restauradores, las telas están envueltas en un papel que no tiene acidez y permite conservar mejor los tejidos, guardados en cajas. “Todo eso podría ir al museo provincial si lo admitieran, según la normativa, pero sus almacenes no son muy propicios para el textil”, lamenta Del Olmo.

“Lo ideal sería ir recuperando las prendas poco a poco. La historia que encierran detrás es muy dura y permite estudiar el contexto histórico y social de las personas a las que pertenecieron estas prendas”, plantea Iván Mateo. Todavía queda mucha ropa sin identificar y puede servir también para recordar los últimos momentos que vivieron esas personas frente a un fusil.

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