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La ANC prepara la Diada más difícil con el independentismo desmovilizado y dividido

La presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, durante la rueda de prensa de la Asamblea Nacional Catalana (ANC)

Arturo Puente

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Antes de la eternidad de la pandemia la ANC convocaba cada año la manifestación que marcaba el curso político mucho más que ningún debate parlamentario ni acto de partido. Entre 2012 y 2019, los 11 de septiembre se convirtieron en el día más importante del independentismo, una jornada que servía a la vez para exhibir músculo, presionar a las instituciones y fijar la consigna política anual. Pero en los últimos tiempos las cosas han cambiado de forma súbita y, tras la movilización más bien testimonial del año pasado, cuando todo quedo reducido a la mínima expresión por motivos sanitarios, en este 2021 la ANC tiene el reto de recuperar la fuerza en la calle en un momento de especial desmovilización y desunión de sus bases.

La organización es consciente del desafío y desde hace semanas se prepara para una manifestación que, de entrada, tendrá un formato más clásico y que se alejará de las 'performances' que las hicieron famosas en otro tiempo. Este año la protesta volverá a ser móvil, con una cabecera que recorrerá la distancia entre la plaza Urquinaona y el parque de la Ciutadella (donde se emplaza el Parlament) a través de las calles Via Laietana, Passeig Isabel II y Marquès de l'Argentera. Los parlamentos se celebrarán en frente de la Estació de França y correrán a cargo de los representantes de la propia ANC, Òmnium y la Associació de Municipis por la Independència (AMI). Una manifestación, en definitiva, que tiene intención de recordar a tiempos anteriores al procés.

“La Diada de 2021 debe ser la reanudación de la movilización. Será un termómetro de los sentimientos de la ciudadanía”, defendía este lunes la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, en los micrófonos de la Cadena Ser. La máxima responsable del evento reconocía que en la organización ya cuentan con que “el titular de buena parte de la prensa será el del retroceso del independentismo”, pese a lo cual se mostraba optimista respecto a la afluencia y reclamaba mirar “cuantas movilizaciones se hacen en tiempos de pandemia”.

Es notorio que la pandemia juega en contra de los organizadores, pero el independentismo reconoce abiertamente que, más allá de las cuestiones sanitarias, el movimiento llega a esta fecha habiendo sufrido un fuerte desgaste político. La situación actual tiene poco que ver con la primera etapa del procés, entre 2012 y 2015, ni tampoco con los momentos álgidos que se sucedieron en 2017. El escenario ha dado un vuelco incluso si se compara con la última Diada prepandemia: en septiembre de 2019 el president de la Generalitat era Quim Torra, Unidas Podemos no había entrado en el Gobierno central, Carles Puigdemont no había ocupado su escaño en el Parlamento Europeo, Vox era quinto partido en el Congreso y aún no se había hecho pública la sentencia del procés. La política ha corrido mucho desde entonces.

En los últimos años, tras el fracaso de la intentona de secesión de otoño de 2017, las movilizaciones ya habían perdido cierto vigor, aunque mantenían la llama encendida en buena parte por los dos grandes temas que cohesionaban al independentismo: los presos y encausados, por un lado, y la petición a los partidos de mantener la máxima unidad de acción. Pero esta será la primera vez que se hayan modificado ambas cosas. De entrada, los presos han sido indultados y, pese a que quedan numerosas causas judiciales, la pulsión antirrepresiva ha bajado. En segundo lugar, ahora es ERC quien lidera el Govern y su apuesta por la mesa de diálogo como vía preferente genera malestar en los sectores independentistas más duros.

La cercanía de la Diada con la nueva reunión entre el Gobierno central y la Generalitat, fijada para la siguiente semana, ha convertido la fecha en un campo de batalla por la posición del independentismo sobre este instrumento. Junts lleva todo el verano desmarcándose de la mesa de negociación, algo que la Assemblea comparte e incluso lleva más allá. Òmnium, en cambio, no se ha posicionado contra la mesa y su presidente, Jordi Cuixart, llegó a referirse a ella como un “éxito colectivo”. ERC por su parte es el máximo valedor de este foro y considera que el independentismo debería dejar de lado las diferencias y poner los máximos esfuerzos en que la cita con el Gobierno salga bien.

Este lunes la portavoz republicana Marta Vilalta deseaba una gran participación en la Diada para “canalizar esa fuerza” hacia la negociación con el Ejecutivo central. “La Diada debe ser el mejor de los preludios para la mesa”, ha asegurado Vilalta, quien con todo ha dejado ver que en su partido temen que la movilización del 11-S sirva, precisamente, para lanzar mensajes contrarios a la validez de la reunión entre gobiernos. “Sería un error aprovechar la Diada para criticar y atacar a los compañeros de viaje”, ha advertido la portavoz.

Vilalta no ha tenido que esperar al próximo sábado porque, casi de forma simultánea, la portavoz de Junts Elsa Artadi rebajaba las expectativas de su partido respecto a la mesa. Artadi ha subrayado que la semana previa al encuentro aún se desconocen todos los detalles, incluyendo la fecha final, los temas a tratar y quién asistirá en la delegación del Gobierno central. Una situación que la portavoz ha calificado de “preocupante”, pese a lo que ha recordado que su partido acudirá a la mesa con la intención de mantener la lealtad entre los socios del Govern.

Pero los problemas que esta Diada puede generar en el relato del Govern van más allá de la desunión interna. La desmovilización es una de las preocupaciones más presentes entre los independentistas de todos los colores, que consideran que el próximo sábado en las calles Barcelona tiene que volver a verse una imagen potente que demuestre que el movimiento no se ha desarticulado. Cada sensibilidad tiene sus razones. Mientras que para Junts e incluso la CUP una buena respuesta a la llamada de la ANC supondría no solo volver a demostrar el apoyo popular a la secesión sino también un contrapeso a las tesis moderadas de ERC, los republicanos no desean acudir a la mesa de negociación con una imagen que certifique que el movimiento ha perdido definitivamente el pulso que tuvo.

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