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El baile continuo de la comunidad filipina

Grupo de jóvenes filipinos bailan en el CCCB

Yeray S. Iborra

Tres turistas alemanes —uno de ellos porta un mapa desplegado— se detienen, desenfundan sus cámaras. Segundos después, se suma una pareja de japoneses que se hospeda en el Born esta Semana Santa. También una mujer, que arrastra a un niño que luce un abrigo desproporcionado. El peque, malhumorado, le estira del brazo para irse. Pero la coreografía ha empezado.

Giro. Golpe de hombro, golpe de hombro, y… Giro. Flexión de piernas. Mirada a la izquierda. Giro. Y se repite la secuencia, y otras series más intrincadas. Así hasta que deja de sonar Snoop Dogg, que se cuela como puede por unos altavoces del tamaño de una pelota de tenis que le apitufan la voz. Más de una treintena de adolescentes, divididos en dos grupos, se miran ante el espejo del patio (Pati de les Dones, desde donde se puede contemplar la ciudad y el mar reflejados en la vidriera del edificio) del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) mientras ensayan sus coreografías, como si de un videoclip de la MTV se tratara.

—¿Pero dónde vas? —pregunta Emil, de veintiún años, a uno de los chicos que se descuelga del grupo de baile de la derecha.

—Tengo otra practice —responde, haciendo una mueca burlona, mientras se acomoda la sudadera.

“Le llamamos practice al ensayo, creo que hoy ellos han alquilado una sala”, añade Emil. Él ya no baila en el CCCB, pero estuvo años viniendo con sus amigos al salir de clase. “Bua, ni lo sé, pero muchos muchos”, responde cuando se le pregunta por cuánto hace que viene gente a bailar a esta sala de ensayo improvisada.

El grupo de baile del que ha salido pitando el amigo de Emil —el de la derecha— está compuesto por una decena de parejas, que se intercambian y se mezclan; ensayan para una puesta de largo de una de las chicas participantes. Una Fiesta de los Dieciocho que tendrá lugar en mayo. Un evento especial, para celebrar la mayoría de edad en este caso, pero con liturgia parecida a la Fiesta de los Quince tan extendida en países como México. También en Filipinas, comunidad de ascendencia de los bailarines, se estilan este tipo de celebraciones. Los jóvenes han nacido —en su mayoría— en Barcelona y viven en el Raval, pero conservan el gusto por estas fiestas.

En la capital catalana viven unos 18.000 filipinos (según datos del Centro Filipino Tuluyan San Benito), en su gran mayoría residentes en el antiguo Chino aunque también los hay en Gràcia, Barceloneta y Zona Franca. “Nos gusta bailar, lo hacemos en las celebraciones”, me confirma desde el otro lado del teléfono del Centro Tuluyan un hombre que pese a tener mucha prisa —“¡clases de castellano en cinco minutos!”— habla bien calmo. También Fragancia, familiar de uno de los chicos que bailan, apoya la teoría: “En cualquier evento, quedamos para bailar. Antes eran el vals y músicas más tradicionales… Ahora los jóvenes han querido reivindicar sus músicas”. Fragancia, que nunca fue muy de bailar, asegura que incluso los mayores les piden que se preparen “córeos” para las celebraciones.

“En casa no hay espacio, y aquí no hay que pagar. Aunque a veces se alquilan discotecas, o otros espacios”, dice la joven, estudiante de auxiliar de enfermería, sobre el hecho que la actividad se desarrolle en el patio del CCCB (con permiso del propio centro). “Ah, y lo hacen aquí... ¡Porque les encantan los espejos!”.

El grupo de la derecha, el de la puesta de largo, hace un rato que descansa. Los turistas alemanes han dejado de mirar y se entretienen más adelante, en el escaparate de la librería del CCCB. Unos familiares de los jóvenes han llegado; se sientan en el bordillo que sobresale junto a los espejos mientras beben un líquido isotónico de color amarillo fluor. Por el contrario, el grupo de la izquierda, donde el más mayor tiene doce años (sólo se cuenta un chico, el resto chicas) no para. Coordinados al milímetro, no descuidan ni un movimiento; controlan el espacio y siguen la música con gracejo. Tejanos, chaquetas de cuero, sudaderas, deportivas. No desentonarían en un clip de Justin Bieber. Aunque los encuentros en el CCCB acostumbran a ser espontáneos, el grupo de la izquierda vive estos días de Semana Santa ensayos intensivos: todos pertenecen al coro de la Parroquia de San Agustín (Parroquia Personal pels Fidels de Nacionalitat Filipina) y el domingo sobre las 19:30h actuarán en la plaza, celebrando la Pascua. Y lo harán al ritmo de Snoop Dogg y el R&B internacional más pegón.

—Formamos parte del coro de la Parroquia. Y nos pidieron cantar, o bailar… —dice Mariz, la más mayor del grupo, de diecisiete y residente en Barcelona desde 2004. Mariz ayuda a los más pequeños con sus coreografías.

—¿Quién escoge las músicas?

—Ellos. Es lo que escuchan y lo que ven.

—¿Y los pasos?

—Todo de Youtube, se lo tienen estudiadísimo.

—Y el hecho que se haga para la comunidad, en una parroquia... ¡Con Snoop Dogg!

—Ah, no... ¡Ningún problema! —ríe Mariz, justo cuando empieza a sonar Worth it de Fifth Harmony, que de repente, con una mezcla algo salvaje, se funde con Trap queen, del también rapero estadounidense Fetty Wap. Mariz no sólo se encarga de apoyar en las córeos, también baja, recorta y pega las pistas.

—¿Y música filipina, no habrá?

—Bien, hay una canción filipina: Wag Kang Pabebe de Vice Gang, aunque no tiene mucho de filipino tampoco… —ríe de nuevo, antes de despedirse y volver con el grupo.

Mariz asegura que cuando no se trata de algún evento tan concreto como la celebración del Domingo Santo, que les ha tenido estos días festivos ensayando de 14h a 17h (el grupo de la parroquia queda normalmente los fines de semana), no sólo vienen a bailar filipinos: “Se suma más gente, aquí o en la Plaça de Caramelles, donde también quedamos”. Los jóvenes —añade— no sólo se conocen de la Parroquia de Sant Agustí, también comparten escuelas en el barrio (como la Escola Pia Sant Antoni o Anna Ravell), sin olvidar los encuentros fortuitos. El sitio está fijado: el CCCB, las tardes, y los espejos.

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