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Jóvenes migrantes reagrupados: cuando la integración pasa por una buena bienvenida

Actividades de agua en la Ciutadella dentro del programa "A l'estiu, Barcelona t'acull"

Yeray S. Iborra

Fiiiiiut. Fiiiiiiut. Fiiiiiiut. Tres bicicletas alquiladas, cuadro de paseo y la marca de renting bien visible en uno de los lados, pasan a toda velocidad entre una decena de chicos, que hacen dos filas ante la fuente principal del Parc de la Ciutadella. Siete y siete, a ambos lados. Los de la parte izquierda tienen una jeringa en la mano, llena de agua: el objetivo es acertar la boca del compañero de delante. Si mojan al de delante, ganan punto.

“¡Eeeeep!”, grita uno de los chicos que, bien empapado de la prueba anterior, levanta el brazo tanto como la camiseta –agarrada a su cuerpo y pesada por el efecto esponja– le permite. La bicicleta le ha pasado rozando. Sólo el último de los ciclistas, un chico rubio, vestido con tirantes, con la punta de la nariz quemada y unas gafas negras de imitación, se gira, inclina la cabeza, y levanta la mano derecha. Perdón.“Demasiado rápido”, dice el joven, que desaprueba la velocidad del turista haciendo que no con la cabeza. Por su reacción, garante del civismo, nadie diría que hace nada que vive en Barcelona: ahora él es el local. Esta es su ciudad, y la cuida.

El joven, que no supera la quincena, es originario de Colombia. Como el resto de los compañeros con los que realiza actividades de agua esta mañana calurosa de agosto, forma parte del programa “A l'estiu, Barcelona t'acull” (en verano, Barcelona te acoge): 150 niños y niñas que pertenecen a familias que han ejercido el derecho al reagrupamiento. El programa tiene una lista de espera de entre dos y cinco niños, dependiendo del distrito.

Hondureños, filipinos, indios, chinos... Y así hasta una veintena de nacionalidades. Con un descenso de los paquistaníes y un aumento de chavales de Ucrania, primera nacionalidad en solicitudes de asilo en Barcelona 2016. Todos, sin excepción, empapados hasta la bandera.

Son jóvenes llegados a Barcelona en los últimos seis meses y, por tanto, que aún no han podido comenzar la escuela. Han llegado a medio curso. “La escuela es una buena vía de entrada a la ciudad, a los compañeros. A la nueva realidad. Pero si llegan con el curso a punto de terminar... Quedan colgados”, apuntan desde el área de Inmigración del Ayuntamiento de Barcelona. Este territorio comanche hizo, precisamente, que el consistorio barcelonés se planteara la opción de elaborar un programa que sirve a los jóvenes como primera toma de contacto con la ciudad.

La de este año es la 8ª edición de dicho programa: administración, educadores sociales y servicios sociales califican el programa de “modelo de éxito”. “Bienvenidos a Barcelona, casa, una ciudad de acogida, que está orgullosa de ser mestiza. Os queremos conocer”, les manifestaba a los jóvenes, en la clausura del programa del año pasado, en el Ayuntamiento, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

“Se trata de jóvenes que, en muchos casos, hace años que no ven su familia y que, cuando aterrizan, los suyos les son extraños. El programa les permite socializar, y aprender sobre la ciudad, adquirir el idioma, todo a partir de actividades de ocio”, destaca el Aleix Porta, miembro de la Fundació Progess, y director del programa “A l'estiu, Barcelona t'acull”.

Porta, con un presupuesto de 10.000 euros, coordina un equipo de una veintena de educadores, divididos en siete distritos (todos los de Barcelona menos Gràcia, Sant Gervasi y Les Corts; entre los tres no suman suficiente demanda como para abrir una nueva delegación) que trabajan de forma aislada y se encuentran una vez por semana. Cada día los alumnos hacen de 10 a 14h: catalán, juegos, dinámicas... Y los viernes, excursión: CaixaForum, Collserola... Y hoy, la Ciutadella.

El programa nació en colaboración con el Consorcio de Educación de

Barcelona y la Secretaría de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya. Además del Consorcio de Bibliotecas de Barcelona. De hecho, los jóvenes se reúnen en la biblioteca de cada barrio. Una oportunidad, destaca Porta, para que los jóvenes empiecen a familiarizarse con el espacio. No es el único servicio que les muestran: los Puntos de Encuentro, los sábados, serán también sus aliados a partir de septiembre.

Un vaso lleno, a rebosar, se apoya en equilibrio perfecto sobre el cabello recogido –como una montaña llena de pendientes– de una joven, de origen indio. Se agacha, poco a poco. Poco a poco... “¡Más abajo, más abajo!”, le dice en catalán (se busca que el catalán vertebre el entorno, multilingüe), a su lado, el monitor. El objetivo es pasarle el agua del vaso que descansa sobre su cabeza el del chico de delante. Cristian, de Cali (Colombia). A su alrededor, un par de chicos de Pakistán se alborotan. Un poco. Un poco más. Dos hondureños ponen cara de infarto. Poco a poco... ¡Chof!

Aunque en ciertos momentos se generan grupos. Por nacionalidad, por género. Los jóvenes cooperan. “Aquí no hay diferencias. Si se distraen es más porque son adolescentes que por las diferencias culturales”, comenta Aleix Porta. Sea como sea, los jóvenes se ven forzados a forjar unas alianzas que en la calle no tendrían; los educadores acompañan en el camino. El objetivo es encontrar dinámicas que ayuden a acercar la visión del mundo de cada cultura. Hace unos días Billy Elliot sirvió para deconstruir los roles de género, por ejemplo. “En dos meses los chavales evolucionan un montón”, comenta Porta.

Al principio, cuesta. Cuesta que los chicos colaboren en las consignas. Los educadores reciben informes, hablan con su entorno. Pero con el paso de los días, poco a poco se genera un clima de confianza, dicen los educadores. En 2015, la asistencia al programa –uno de los puntos más perseguidos desde la organización– fue de un 85%. Los jóvenes estaban contentos, y los educadores pudieron desarrollar su programa.“Esto no es un divertimento”, destaca Porta. “Tenemos en nuestras manos la ciudadanía que creamos: les transmitimos a los jóvenes un concepto de espacio público, de convivencia”.

Los semáforos. El ruido. La seguridad. Son, comentan los profesionales que llevan cerca de dos meses trabajando en el proyecto –mientras la mañana se acaba y el sol aprieta con fuerza– algunos de los aspectos que más les llaman la atención a los jóvenes recién llegados. No existen los milagros, y estos chicos apenas han comenzado a dar pasos en la ciudad pero, gracias a esta bienvenida, ya son ellos los que miran por el municipio. “Esto es un parque, ¡no pueden ir tan rápido con la bici!”, insiste uno de los jóvenes, poco antes de devorar un polo flash. La dulce recompensa a una mañana de yincana (y aprendizaje).

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