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ANÁLISIS

En casa del obispo que sembraba odio

Novell, en una firma de libros en Madrid
7 de septiembre de 2021 22:27 h

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Para algunos era el obispo guapo. Para otros el obispo independentista, pese a que inicialmente no se significó políticamente. Xavier Novell era afable en las entrevistas, una amabilidad que le permitía encubrir una ideología reaccionaria. Se le presentaba como “joven, guapo, mediático y con fama de conservador y muy doctrinal”. Pasado por la traductora, conservador y muy doctrinal en realidad significaba homófobo, contrario al divorcio y al aborto, alguien al que no le gustaban las minifaldas en sus misas.

En septiembre del 2013 protagonizó uno de los capítulos del programa 'El convidat' [El invitado] de TV3. El periodista Albert Om estuvo dos días en el Palacio Episcopal de Solsona para entrevistar al que era el obispo más joven de España. Los catalanes vimos su habitación, austera, con una cama pequeña y la foto en la mesilla en la que aparecía saludando al Papa Benedicto XVI. Aseguraba que le preocupaba “poco” lo que se dijese sobre él y repreguntado por el periodista si eso era bueno o malo, contestaba que pensaba que era bueno en el caso de un obispo porque es alguien que debe actuar en conciencia. Argumentaba que su propósito no debía ser buscar “el aplauso de la gente” sino “cumplir con el evangelio”. Se definía como “auténtico”. Hacía poco que llevaba el anillo y todavía no se había acostumbrado. Eso se nota, explicaba, porque no paraba de tocárselo mientras hablaba.

Reconocía que algunos de sus colegas le habían aconsejado que no saliese tanto en los medios pero él enmarcaba las entrevistas y reportajes como el de TV3 en la necesidad de ser transparente. Iglesia y transparencia nunca han rimado, tampoco en la vida de Novell, por más que entonces la reivindicase. Decidió que sería cura a los 20 años. Aseguraba que no había llegado a salir con ninguna chica, lo que no significa que no tuviese “pulsiones humanas”. Lo comparaba con el marido que tiene tentaciones fuera del matrimonio.

Desde su llegada al obispado, el más pequeño de Catalunya, feligreses y párrocos se dividieron entre los proNovell y los contrarios, entre los que compartían su línea dura y los que consideraban demasiado reaccionaria su concepción de lo que debe ser “el corazón del cristianismo”. Un cristianismo en el que la homosexualidad no tenía cabida. Llegó a atribuirla a la falta de una figura paterna. Defendía que cuanto más “radical” fuese la Iglesia en su rechazo al matrimonio gay más fácil sería atraer a nuevos feligreses. Rechazaba el preservativo y no admitía excepción alguna. No concebía placer si no iba asociado a paternidad. Nada de sexo solo para disfrutar. Igual ahora ha cambiado de opinión.

Acababa la entrevista asegurando que no quería dejar de hacer nada que pudiese ser un obstáculo en la carrera eclesiástica. Entre las cosas que se le atribuyen en esa carrera es la participación en cursos de las llamadas terapias de conversión destinadas a personas homosexuales. Al final, el “obstáculo” se apareció en su camino en forma de mujer. No es ni el primero ni será el último en colgar el hábito por este motivo. Nada que decir. Su problema no es el amor sino el odio que fomentó durante años. Es eso lo que no es aceptable, lo que debería haber rechazado una parte de la Iglesia que mira hacia otro lado cuando se informa sobre las terapias que tratan a las personas gays como si padeciesen una enfermedad.

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