Desde hace muchos años, la contención militar de Alemania ha sido considerada por muchos como una política caduca e irresponsable, teniendo en cuenta el poder político y económico del país. A pesar de la novedad, es bastante improbable que se deriven resultados reales de este anuncio dado el anti-militarismo de la sociedad alemana. Los resultados de una encuesta reciente sobre la participación militar de Alemania en el mundo confirman que la llamada “cultura de la moderación” no es sólo una estrategia de política exterior del último gobierno, sino que forma parte de una arraigada cultura anti-militarista instalada en la sociedad alemana en los últimos setenta años. La élite política alemana podría tener una percepción diferente de la política de seguridad internacional, pero no parece factible que pueda llevarse a cabo teniendo en cuenta lo que se deriva de las encuestas, lo que opinan los expertos y las reglas de las elecciones regionales.
Si se consideran, además, las estrategias de Francia y el Reino Unido -los otros actores decisivos en la política de seguridad europea- es evidente que “la cultura de la moderación” de Alemania no es el único elemento que explica el fracaso en la creación de un ejército europeo o el hecho que los llamados “grupos de combate de la UE” sólo existan sobre el papel. Además del conflicto de intereses, Francia se percibe más como un actor global independiente y prioriza un marco de seguridad europea dirigido por Francia, mientras que el Reino Unido tiende a fomentar sus antiguos lazos transatlánticos con los EE.UU. y la OTAN . Como consecuencia, la integración europea en términos de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) ha quedado estancada y parece haber llegado a sus límites naturales.
Son muchos los europeos que lamentan de esta situación, puesto que se pierde la oportunidad de involucrarse militarmente en conflictos internacionales de manera independiente de los EEUU y basándose en un sistema multilateral de valores, en detrimento de los intereses nacionales. Aún así, esto no debe considerarse una oportunidad perdida puesto que el papel de la UE al mundo no depende de su capacidad de hacer la guerra de manera autónoma. La experiencia de los últimos quince años indica claramente que las intervenciones militares son extremadamente arriesgadas, difíciles de controlar y más bien tienden a aumentar la violencia en lugar de pararla. A pesar de que es cierto que cualquier debate sobre la participación militar en nombre de Europa debilita su supuesta competencia clave: el ejercicio de influencia a nivel económico y político.
Este déficit de influencia se ha hecho visible en distintas situaciones de crisis y conflictos internacionales de gran complejidad. Ni la UE ni sus Estados miembro más importantes han conseguido jugar un papel decisivo en la reconstrucción política de los inestables países vecinos del mediterráneo. En el conflicto de Oriente Medio, así como en la disputa nuclear internacional con Irán, los estados de la UE difieren en los puntos de vista y estrategias. Y todavía más evidente es que la UE y sus Estados miembro son incapaces de defender sus valores y puntos de vista y convencer a otros actores globales importantes, como los EEUU, China y Rusia.
Tanto si se trata del escándalo de la Agencia de Seguridad Nacional como de las claras muestras de vulneración de los derechos humanos en Asia y Europa del Este, la UE a menudo evita el enfrentamiento real, y contradice, de este modo, no sólo sus propias políticas, sino también sus compromisos con los socios internacionales. La credibilidad y el impacto de la diplomacia europea están sufriendo en gran medida como consecuencia de esta actitud, y no es de extrañar que el estilo pragmático de China y Rusia, a pesar de su clara naturaleza de política al servicio de los intereses nacionales, acabe teniendo más aceptación que la ambigüedad de las posiciones europeas.
En algunos ámbitos de la política exterior, esta ambigüedad europea se percibe como una realpolitik incómoda y que no ofrece alternativas. En este sentido, debe recordarse que la UE es el único actor internacional que cuenta con importantes constricciones legales y de legitimidad pública y que, a diferencia de los estados-nación, tiene que combinar las tradiciones políticas e intereses a veces contradictorios de sus Estados miembro. Sin embargo, la UE tiene una trayectoria privilegiada de relaciones históricas con todas las partes del mundo; junto con los EEUU es responsable de regular prácticamente todo el comercio internacional; y está muy representada en los principales organismos internacionales e instituciones financieras internacionales. No explotar este potencial europeo en la gestión de crisis humanitarias y situaciones de emergencia puede tener consecuencias graves, como se demostró en Siria, como el peor de los escenarios.El miedo a enfrentarse a Rusia -gran proveedor de recursos y un socio comercial importante- ha desencadenado una de las peores catástrofes humanitarias del siglo XXI . Una vez más, el fracaso de la UE no ha consistido en no haber intervenido militarmente. Siria se convirtió rápidamente en un caso paradigmático de participación con implicaciones dolorosas y difíciles de resolver en las que la intervención militar es, de lejos, la peor de todas las soluciones posibles. El fracaso ha sido la incapacidad de proponer un compromiso convincente y la poca disposición a ejercer una presión real sobre la posición de Rusia, que habría sido esencial para una solución política. La UE no tiene, ni ha tenido nunca, una estrategia política clara ni para Siria ni para la región en general, permanentemente atravesada por el conflicto.
¿Por qué entonces, el debate sobre el compromiso y la responsabilidad internacional está dominado por la discusión alrededor de los pros y los contras de una intervención militar? La razón podría ser que la ausencia de un intervención militar se puede defender a menudo con sólidos argumentos históricos y morales, a la vez que supone una oportunidad más para poner de relieve la naturaleza alternativa de la política exterior europea. No obstante, debe advertirse que la gestión internacional de las crisis es el equivalente geopolítico al liderazgo moral en la vida cotidiana. Para cualquier persona que es capaz de actuar, cerrar los ojos ante la injusticia y la violencia no es una opción, ni que estén en juego la seguridad del suministro de gas o lucrativos acuerdos de libre comercio. La verdadera responsabilidad internacional de la UE es llevar a cabo políticas y acciones diplomáticas que representen su corpus de valores, sea quién sea el beneficiario, puesto que su credibilidad como socio confiable y negociador asertivo va ligada a la credibilidad de su retórica y la integridad de sus acciones. En la realidad de los conflictos internacionales esto significa hacer frente no sólo a los regímenes criminales que son responsables de estos conflictos, sino también a aquellos que entorpecen las soluciones políticas y contribuyen a prolongar la violencia y el sufrimiento. En caso contrario, Europa corre el riesgo de convertirse en el competidor más débil en la cínica lucha por el poder global y su identidad y sus valores estarán condenados a permanecer invisibles.