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'Dones en Xarxa' promueve los derechos de las mujeres y apuesta por su empoderamiento usando las TIC. Cree en el potencial de internet para alcanzar la igualdad efectiva.

Mujeres, drogas y violencia

Gemma Altell Albajes

Cuando se habla de drogas se suele recurrir a varios tópicos: pensar sólo en drogas ilegales, referirse sólo a contextos muy desfavorecidos socialmente, imaginarse que las personas que venden drogas son grandes desconocidas sin rostro, etc... Afortunadamente algunos de estos tópicos han ido cambiado con los años pero lo que sigue igual en la opinión pública es que las mujeres no aparecen y, si lo hacen es sólo desde el ejercicio de la prostitución. Eso es todo.

Las mujeres estamos en todas partes, aunque no nos vean. Aquellas mujeres que de diversas maneras han participado del entorno de las drogas: en el consumo, en el tráfico, sufriendo una dependencia... se han encontrado con un mundo altamente masculinizado. Con sus acciones han roto muchos estereotipos de género asignados a las mujeres. Han transgredido los tres grandes roles que se nos asignan: hija, esposa y madre. Cada una, a su manera, ha roto el molde que le habían diseñado desde pequeña: sea porque han “osado” buscar el propio placer en el consumo de drogas, sea porque se han visto atrapadas y no han podido responder a la función de “cuidadoras” que se nos asigna a las mujeres, sea porque han ejercido la prostitución con el estigma social que representa, sea porque han participado del tráfico de drogas que es una actividad ilegal y arriesgada y, por tanto, mucho menos aceptada socialmente para las mujeres. Pagan un precio; la violencia en alguna de sus formas suele aparecer.

La violencia ejercida sobre las mujeres drogodependientes

Diferentes estudios desde el 2000 nos muestran que al menos un 60% de las mujeres que tienen problemas con el alcohol o de otras drogas sufren o han sufrido violencia machista. ¿Por qué como mínimo? Pues porque, en mi opinión, prácticamente el 100% de las mujeres drogodependientes la han sufrido de una forma u otra. Sin duda es una afirmación atrevida pero si analizamos los diferentes tipos de violencias machistas que emergen en los relatos habituales de las mujeres que sufren dependencia a sustancias, difícilmente podemos pensar que alguna de estas mujeres no haya pasado por alguna de estas situaciones. Entre las violencias más explícitas y frecuentes se encuentra la que se produce por parte de una pareja agresora (sea consumidora de drogas o no), la violencia recibida durante la infancia, los abusos sexuales recibidos durante la infancia o en la edad adulta −en entornos de consumo de drogas o en el ejercicio de la prostitución− entre las menos visibles encontramos la violencia institucional en los estamentos judiciales, la violencia social en forma de estigmatización, la mayor patologización de las mujeres, el mayor rechazo familiar, etc. La mayoría de estas violencias difícilmente son identificadas ni por los diversos profesionales con los que entran en contacto ni tampoco por ellas mismas.

Socialmente hemos avanzado en entender la violencia machista, en singular. Se ha avanzado sobre todo en visibilizar la violencia en la pareja pero también transmitiendo la imagen generalizada de que las mujeres que la padecen son víctimas que responden perfectamente al estereotipo de la feminidad: sumisas, cuidadoras, complacientes, sensibles... Pero no hemos avanzado en visibilizar y aportar una mirada crítica sobre aquellas violencias más simbólicas que no son ejercidas por un hombre en concreto, ni en reconocer como víctimas a las mujeres que rompen con los estereotipos femeninos. Hablamos de mujeres que tal vez han sido madres mientras tomaban drogas, que han sostenido su adicción ejerciendo la prostitución −a veces incluso manteniendo a sus parejas− otros que han silenciado años y años una relación violenta sólo sostenidas por el alcohol. Sabemos que todo esto no las hace más merecedoras de la violencia ni de un mayor estigma social pero seguimos juzgándolas doblemente porque se han atrevido a transgredir.

La cuestión es: ¿dónde decidimos poner el límite de lo tolerable como sociedad? ¿Hay víctimas de primera y de segunda? Nos es más fácil invisibilizar estas otras caras de la violencia machista y de las drogas porque asumirlo nos obliga a revisar nuestros prejuicios más profundos y a veces innombrables.

Esta mirada sobre las mujeres y las drogas es una carrera de fondo que algunas profesionales e instituciones empezamos hace más de una década y que esperamos que contribuya a la comprensión más global sobre el hecho de que la pluralidad de realidades de las mujeres no debe estar reñida con la igualdad de Derechos.

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