¿Cuántas veces nos cruzamos por la calle con gente de otro mundo indigentes, decimos, a menudo, no sé si con respeto, diplomacia o qué cojones... ) y miramos hacia otro lado? Por las calles que rodean el teatro Romea, en el corazón del Raval, en Barcelona, de noche, nos podemos encontrar con uno del que no escaparemos. Y nos dará una lección de vida y de lucha. Nos mirará a la cara, nos dirá “¡compañero!”, así , con voz grave y potente, y nos explicará lo que le está pasando. Lo que nos está pasando a todos. Después, iremos a casa, tal vez veremos la tele, o nos prepararemos una leche caliente antes de acostarnos. Como siempre.
Como siempre. Aquí está, quizás, el origen de la situación. Koltès escribió este texto brutal, violento, cruel y realista en 1976 y ...¿qué ha pasado desde entonces? ¿Qué había pasado antes? Nada. ¿Qué pasará a partir de ahora? Nuestro irreverente personaje lo ve claro: “Vendrán los bosques, la confusión, la perdición”. Antes, esta noche, intentará hacernos ver “lo que nos hace ser iguales”. No será fácil, porque los otros, los gatos que se comen las ratas como él (como nosotros) lo tienen todo bien estudiado, manejan los hilos, y de repente se nos presentan como rubias y guapas y nos enamoran . Y nos controlan.
Oscar Muñoz nos llama desde detrás unos contenedores, en la calle. “Compañeros!” Ya no tiene trabajo, no quiere saber nada de los que dan trabajo. Viste como cualquier otro: pantalones rotos, gorro de lana, barba poblada, sudadera con capucha y, claro, su piel oscura, su pelo y sus ojos negros, muy negros (“¡la pinta esta que me deja hecho una mierda cuando me veo en un espejo!”).
Ha venido a defendernos del sistema... “De los que te joden, los que lo tienen todo”: los bancos, las casas, los metros, el trabajo... “Tienen incluso el viento, pueden barrernos cuando quieran”. Quizás las herramientas para soltar esta ventolera que nos puede borrar del mapa son una especie de cantos de sirena, un discurso que nos hace amar a la persona equivocada. Entonces tenemos que ser fuertes y agresivos para no dejarnos engañar, para no estar indefensos. Y si se nos aparece la rubia de ojos azules, ¡resistamos! “Está prohibido trempar!”, grita. No podemos disfrutar de lo que nos ofrecen porque es una trampa, la trampa que siempre ha funcionado. “Estos cabrones quieren hacernos trempar” para utilizarnos... El personaje de Koltès se desahoga a gusto: “¡Son unos hijos de puta! ¡Esto está lleno de cabrones!”
La propuesta del director Roberto Romei es atrevida y valiente. Asistir al monólogo en plena calle es hacerlo en el lugar de los hechos. No hay decorados. La escenografía es el contenedor de basuras, es el portal de la casa de enfrente, es el guiri que pasa por ahí sin entender nada y levanta el dedo: fuck you! Y, ya dentro del edificio del teatro, Òscar nos conduce por las tripas del Romea, muy lejos de la platea o del escenario (que están detrás de una pared), hasta el lugar donde tumbarse y disfrutar, por fin. Estamos en los camerinos, hemos recorrido la calle, el balcón, los interiores y acabamos los camerinos. Un lujo visitar estos espacios. Un lujo haberlo hecho de la mano de Òscar Muñoz y de Koltès.
Nos vamos a casa . Jodidos, como dice él, porque los que todo lo controlan ya han cerrado el metro y tocará vagar por la ciudad en busca de un bus nocturno o a pie, con el riesgo de encontrarnos, de nuevo, al amigo indigente. Como siempre.