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Sixto Rodríguez, chispa para los jóvenes afrikaners

El cantante americano Sixto Rodríguez. (Foto: the_june)

Marta Rodríguez

Johannesburgo —

Mucho antes de que el mundo alucina con un tal Sixto Rodríguez, Sudáfrica ya llevaba 40 años emocionándose con las canciones de este norteamericano de Detroit de raíces mexicanas, a quien el documental “Searching for SugarMan”, ganador del Oscar y el Bafta inglés, ha elevado a posiciones reservadas para los artistas malditos o clásicos. Rodríguez actúa este lunes en Barcelona, ​​el Poble Espanyol, después de que su actuación en el Primavera Sound se cancelara.

El documental sobre el cantante es cierto que deja de lado que Rodríguez compaginaba su trabajo en la construcción con alguna que otra gira en Nueva Zelanda, pero el público y buena parte de la crítica perdona este olvido en pro de la historia de una especie de cenicienta o ave fénix que tuvo en Sudáfrica una enorme difusión y reconocimiento, sin que él se enterara.

El romance sudafricano con Rodríguez comienza a principios de los 70. Paradojas de la vida, es entre la comunidad afrikaner, los descendientes de los holandeses, franceses y alemanes principalmente llegados a Ciudad del Cabo a mediados del siglo XVII que construyen el racista apartheid, los que se enamoran de él y lo idolatran.

Pero Rodríguez triunfa especialmente entre jóvenes que empiezan a descubrir que el régimen supremacista blanco es criminal y se pasan sus casetes grabados o compran a miles los dos únicos discos que Rodríguez registra en Estados Unidos como si fueran de un artista consagrado. Hoy, como durante el apartheid, negros, blancos, indios y mestizos comparten poca simbología, gustos o hábitos, y la música no está dentro de esta corta lista que conecta una sociedad multicultural y multirracial acostumbrada y obligada durante siglos a vivir en mundos paralelos. Rodríguez tiene seguidores negros que se pueden contar con los dedos de una mano, aunque podría presumir de haber entusiasmado el activista Steve Biko, asesinado por el régimen de Pretoria.

Era tanta la distancia entre las razas que entre blancos de cultura afrikaans e inglesa tampoco solían mezclarse, porque estos últimos miraban con cierto desprecio a los primeros debido al apartheid, un régimen que aislaba Sudáfrica del mundo. “No era fácil ser afrikaner en los años 90”, recuerda Martin Kruse, de 45 años, que descubrió a Rodríguez en la universidad afrikaner donde estudió Ingeniería. En todos estos años ha mantenido el cantante como uno de sus preferidos, no se cansa de recomendar el documental y los trabajos y no se perdió el último de los conciertos que el autor de “Sugarman” hizo en Sudáfrica, el pasado mes de febrero.

Kruse quizás es una pequeña excepción entre los fans porque admite que si bien de Rodríguez le interesaban las letras nunca vio en él un símbolo de la lucha antiapartheid.

En cambio, hay quien opina que Rodríguez “tocó” a los jóvenes afrikaners, que desde mediados de los 70 empezarona hacer tímidos gestos de rebeldía contra las generaciones mayores. El apartheid fue brutal con los negros pero, sin que se puedan comparar las condiciones de unos y otros, se comportó con los suyos con mano de hierro por lo que afecta a la moralidad. El régimen, por ejemplo, no permitió la televisión hasta 1976, porque lo consideraba un invento maligno.

Pero las letras de Rodriguez, de perdedores y tristezas, engancharon a los jóvenes afrikaners, que en palabras de Barbara Nussbaum, tenían “algo enferma el alma”. Nussbaum es una escritora y periodista que al ver “Searching for Sugarman” hizo un trabajo de investigación de por qué el cantante de Detroit había “tocado” a los hijos del apartheid que, en cambio, no siguieron masivamente la moda y estética hippy.

No hay unos 70 con largas melenas ni pantalones de campana en Sudáfrica. “Los afrikaners iban bien rapados”, recuerda MartheMüller, para quien el éxito de Rodríguez radica en que estos jóvenes bastante conformistas y dóciles con el sistema represor vieron un “modelo revolucionario” con sus letras tristes llenas de perdedores y de penas. Müller, que hoy dirige una organización en defensa del derecho de las mujeres, explica que el cantante de Detroit ayudó esta generación a decir “no a la autoridad” y así lograron no sólo sentirse “más humanos sino a curar el sentimiento de culpabilidad” que les ocasionaba el apartheid. “Rodríguez y los jóvenes afrikaners vivían al margen” y por eso conectan, según Muller.

Paul Organ tenía 20 años al principio de los 80 y aún se emociona cuando explica que Rodríguez fue la banda sonora de su servicio militar sólo para blancos, que cumplió en la frontera de Angola, cuando todavía Namibia era territorio sudafricano, en el que se sintió totalmente abandonado por la autoridad.

Con los años, y tras el éxito mundial de “Searching for Sugarman”, los afrikaners sacan pecho. Ellos, estigmatizados por racistas, se sienten orgullosos de haber hecho posible que Rodríguez se corone como artista de culto, después de haber sido su escudo contra el racismo.

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