La irritación empezaba por los ojos pero se extendía rápidamente por todo el cuerpo, todas las terminaciones nerviosas del sistema se encogían, todos los receptores sensoriales estaban ya al acecho, y de repente, el cerebro hizo tres vueltas de campana.
Ya no había fuga posible.
Como si el humo de los botes lanzados por los carabinieri se hubiera apoderado de mi entorno. Como si fueran los gases lacrimógenos los que me obligaban a cerrar los ojos. La lectura me había colocado en una situación en la que sólo podía ir adelante. Y continué leyendo.
Leyendo y releyendo. Adelante y atrás. Para no perder ni una palabra ni una sílaba, pues todos los puntos y todas las comas las había perdido antes de empezar. Adelante y atrás para intentar evaluar los muchos diversos significados escondidos.
Esto es 'La violencia ilustrada': Tensión.
La tensión provocada por la posibilización del cambio. La tensión que hace que la cuerda de la guitarra suene. La tensión que empuja la piedra a salir lanzada a gran velocidad por la honda. La tensión muscular que hace volar el cóctel molotov.
Y así estaban todos mis músculos mientras leía. En tensión. Y el cerebro. En tensión. Y el cuerpo ebrio por la voluntad popular de cambiar las cosas. Y mientras continuaba leyendo todo el ambiente que me rodeaba se contagiaba de la borrachera colectiva e insurreccional.
Entonces recordé que cuando tenía quince o dieciséis años un supuesto maestro me preguntó: ¿Podrías vivir en un mundo sin normas? Y yo ahora le respondería: Y tú, ¿serías capaz de escribir un libro sin puntos y sin comas?
'La violencia ilustrada'. Todo es posible.
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