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De encender la llama en Barcelona 92 a ebanista: “Nadie se acordó de mí después de aquel día”

Se cumplen 30 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona

Sandra Vicente

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El 25 de julio de 1992 fue el día en que Barcelona se vistió de gala y saludó al mundo. Literalmente. Pasaban pocos minutos de las ocho de la noche cuando ochocientas personas saltaron al centro del Estadi Olímpic para formar con sus cuerpos la palabra 'HOLA'. Así dio inicio la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona, un evento que marcó la historia de la capital catalana.

Las Olimpiadas cambiaron el urbanismo de la ciudad y supusieron la modernización de su infraestructura. Pero, sobre todo, generaron marcos comunes que han trascendido generaciones y que son compartidos, incluso, por aquellos que todavía no habían nacido. Ahora que se cumplen 30 años de aquellos juegos, muchos echan la vista atrás y recuerdan dónde estaban y qué hacían la noche en que Antonio Rebollo tiró la flecha que encendió el pebetero olímpico, convirtiéndose en el hombre que daría inicio a los Juegos.

Rebollo se convirtió en todo un icono, como también lo fueron Marián Aguilar, la adolescente que transportó en barca la llama olímpica, o los 102.000 voluntarios que hicieron posibles los Juegos. Sus rostros quedaron para el recuerdo, congelados en aquel verano del 92, pero sus vidas siguieron, trayendo éxitos en algunos casos, desengaños en otros y, en casi todos, nostalgia. ¿Qué ha sido de ellos 30 años después? Aquí van algunas de sus historias.

Antonio Rebollo, el arquero que aparcó el arco

A las 10 de la noche del 25 de julio, las luces del Estadi Olímpic se apagaron para dejar brillar la llama olímpica, prendida en la punta de la flecha del arquero Antonio Rebollo. Él fue el responsable de encender el pebetero gracias a un tiro que dibujó una parábola perfecta. Esta es la historia que todo el mundo conoce y que se retransmitió por televisión para seis millones de personas. Pero lo que ya no sabe tanta gente es que aquel número supuso el final de la carrera deportiva de Rebollo.

Para poder realizar el tiro perfecto, tuvo que entrenar meses con un arco distinto al suyo, capaz de proyectar una flecha más pesada y en llamas. Eso le hizo perder la técnica que tenía y, con ella, la posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos que él mismo inauguró. Aun así, Rebollo, quien sufrió afectaciones en las piernas a causa de una poliomielitis que padeció de niño, sí participó en los juegos paralímpicos de aquel año, ganando una medalla de bronce. Fue la última.

“Mis posibilidades mermaron cuando me escogieron para la inauguración. Pasé de ser un deportista a ser 'el arquero' y todos mis esfuerzos y logros anteriores dejaron de existir”, se lamenta Rebollo. Ya no volvió a competir y su relación con el deporte se limitó tareas de promoción del tiro con arco. “Excepto en efemérides, mi vida es como la de cualquiera: trabajo, familia y algún que otro vinito”, dice, entre risas.

Ahora, a sus 67 años, se sigue dedicando a la ebanistería, oficio que le acompaña desde los 14. “No sé hacer nada más”, dice este arquero, que jamás se llegó a ganar la vida con el deporte. Pasados 30 años, no le cuesta reconocer que se sintió abandonado por la comunidad deportiva y por su federación. “Nadie se acordó de mí después de aquel día”, se lamenta. A pesar de todo, asegura no arrepentirse “para nada” de haber participado en los Juegos Olímpicos.

Marián Aguilera, una barca rumbo a Los Ángeles

Para que Antonio Rebollo disparara la flecha impregnada con el fuego olímpico, la llama tuvo que viajar largos kilómetros hasta llegar a Barcelona. Una de las encargadas de acortar ese camino fue Marián Aguilera, una adolescente de 15 años que cautivó a toda una generación. Vestida de blanco y con su melena roja recortando el atardecer, se encontró en el mar con la fragata que había transportado el fuego desde Grecia. Y, en manos de Aguilera, la llama llegó a la Costa Brava.

“Estuve un buen rato flotando en alta mar. Y cuando llegué a la orilla, ahí estaba toda esa gente... Para eso no había ensayo”, recuerda. A pesar de los nervios y “la tremenda presión”, aquella adolescente logró llevar el fuego a su destino y dio inicio a uno de los veranos más especiales de su vida. Ella era una de esas niñas actrices que había hecho anuncios, teatro y algún pinito en televisión, “pero lo de las Olimpiadas fue otra cosa. Fue más imponente y tuve que hacer muchos esfuerzos para mantener los pies en el suelo”, reconoce.

Los helicópteros, las cámaras, la gente expectante...Todo eso la emocionó tanto que aquella tarde decidió que sí, que quería dedicar su vida a la actuación. Marián Aguilera cumplió con ese deseo y, pocos años después de esa tarde de julio, fue una habitual de las pantallas españolas con papeles en 'Al salir de clase' o 'Los hombres de Paco'.

Pero hace algunos años a Marián Aguilera empezó a faltarle el trabajo, así que decidió trasladarse a Los Ángeles. “Aquí se vive la profesión con una pasión tremenda y quiero estar con gente que sienta lo mismo que yo por la actuación”, explica por teléfono. Llegó hace cinco años y asegura que no tiene planes de regresar. “Volveré, pero no sé si de manera definitiva. De todas formas, no tengo claro que haya lugares definitivos”, dice la catalana, con voz risueña.

100.000 voluntarios, el músculo de los Juegos

Rebeca Guillén se emociona muchísimo cuando recuerda los Juegos Olímpicos. Ella tenía 12 años en 1992 y era consciente de que estaba viviendo un evento histórico. Pero, a diferencia de la mayoría de la gente, no lo vivió a través de la televisión, sino en sus propias carnes. Fue una de las 102.000 personas voluntarias que hicieron que las Olimpiadas fueran posibles. Su cometido fue lanzarse al mar de cuerpos que la compañía teatral la Fura dels Baus coordinó en el Estadi Olímpic para recrear el viaje de Jasón y los argonautas por el Mediterráneo.

Rebeca, que interpretaba a una remera, se hizo voluntaria gracias a un cartel que vio en el gimnasio en el cual patinaba. Una llamada de su madre respondiendo al anuncio fue el inicio de tres años de ensayos, durante los cuales cada fin de semana se desplazó a las afueras de Barcelona a practicar su número. “Era duro: muchas horas, con gente muy exigente. En aquella época lo veía como un juego, pero de adulta entiendo que coordinar a tanta gente es muy difícil y tenía que ser todo perfecto”, apunta.

A pesar de la presión, Rebeca asegura que los ensayos fueron una época muy especial, en la que hizo grandes amigos. Pero tres décadas después, no conserva ninguno de aquellos contactos. “No había móviles ni redes sociales. Por eso, no me pierdo ninguno de los encuentros de voluntarios”, dice, en referencia a las jornadas que organiza Voluntarios 2000, una fundación creada por Joan Sonet. Su labor es reunir a los voluntarios de aquellas Olimpiadas y facilitar que sigan participando en otros eventos deportivos. “Se dice mucho, pero sin nosotros, sin los voluntarios, que pusimos nuestra alma y voluntad, los Juegos no hubieran sido lo mismo”, remacha Rebeca.

Las Olimpiadas, una puerta a la política

El medallero español se zanjó en 1992 con 22 medallas. Aquellos juegos fueron trampolín para muchos deportistas, pero no sólo en lo que a las pistas se refiere. Algunos de ellos salieron de los estadios para entrar en los parlamentos. Un ejemplo es el de Theresa Zabell, quien ganó un oro en vela para, siete años después, convertirse en eurodiputada para el Partido Popular.

Otro que cambió de tercio fue Fermín Cacho, protagonista de una mítica fotografía. Él fue el primer medallista español de aquellos juegos, cruzando la meta de los 1.500 metros con una expresión de sorpresa que se ha convertido en icónica. Su carrera deportiva siguió hasta que, en 2003, se sumó al PSOE para entrar en el ayuntamiento de Andújar.

Volviendo al PP, destaca el caso de la judoka Míriam Blasco, primera mujer española en ganar una medalla de oro, que se convirtió en senadora de la formación en el año 2000. Pero Blasco fue pionera en otros aspectos de su vida. Tenía una relación con el también judoka Alfredo Aracil, aunque para 1992 ya estaba deteriorada. Un año después de las Olimpiadas, empezó a salir con Nicola Fairbrother, la mujer con quien disputó la final de Judo en Barcelona. Blasco hizo pública esa relación en 2017, cosa que le conllevó una cierta polémica porque, doce años antes, votó en contra de la ley del matrimonio igualitario. Ella aseguró que lo hizo por seguir la disciplina de partido. 

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