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La iglesia de Santa Anna, un refugio para los sintecho en la jungla turística de Barcelona

El claustro de Santa Anna, donde se reparten a diario más de 400 desayunos, comidas y cenas para sintecho

Pau Rodríguez

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Una larga cola de 180 personas aguarda como cada mañana frente a una verja de la calle Santa Anna de Barcelona. Cuando José Alfredo Juárez vio esa hilera por primera vez, hace meses, pensó que esperaban a que abriera alguno de los comercios de la zona. Entre tiendas de souvenirs y hoteles, encajonada entre la Rambla y el Portal de l’Àngel, no advirtió que era una iglesia. Y que aquellos que aguardaban en fila eran, como él mismo, hombres y mujeres que pasan las noches al raso en el centro de Barcelona. 

“Una mujer se me acercó y me dijo si quería un bocadillo. Y me vine aquí. Hace un año y medio. Ahora vengo cada día”, dice José Alfredo, mexicano de origen, que hoy aprovecha que están los sanitarios voluntarios para hacerse un control del azúcar. Quien recaló en Santa Anna hace poco fue Yassin el Yakoubi, enfermo de cáncer de colon y desesperado por encontrar un lugar caliente en el que vivir. Su caso, relatado en este diario, activó los servicios sociales del Ayuntamiento, que hasta la fecha le han encontrado un piso social compartido.

Santa Anna es desde 2017 un refugio para las personas sinhogar del centro de Barcelona. Con un ejército de cerca de 300 voluntarios, la mayoría jubilados, reparte a diario más de 400 comidas –entre desayuno, comida y cena– y gestiona tres pisos de acogida en los que viven temporalmente catorce personas que antes no tenían techo. Además, presta servicios sanitarios gratuitos dos veces a la semana y cuenta incluso con una ambulancia para asistir a quienes no llegan hasta allí. 

Desde que abren la puerta a las 8:30, hay trasiego en la parroquia. Las comidas se reparten siempre en el claustro del monasterio, donde suelen comer entre 120 y 180 personas. En medio del movimiento, entre voluntarios con peto naranja y usuarios, suele distinguirse siempre la figura de Peio Sánchez, rector de la iglesia y artífice de su apertura a los más necesitados. Con su inconfundible chapela y su poncho, resulta difícil moverse con él por las instalaciones sin que le paren una y otra vez. 

La iglesia como ‘hospital de campaña’, según el Papa

“Estamos en un lugar de contradicción de la gran ciudad; en medio del negocio es donde está la gente más pobre”, expone Sánchez. La mitad de las cerca de 1.000 personas que duermen en la calle en Barcelona lo hacen en los distritos céntricos de Ciutat Vella y el Eixample. “Los cruceristas y la propaganda turística no lo quieren ver. Hace unos años un hotel nos ofreció alquilar nuestro claustro para hacer un restaurante, pero les dijimos que no. Nosotros no formamos parte del parque temático”, cuenta. 

La iglesia de Santa Anna no siempre fue este centro de emergencia social. Todo comenzó con la ola de frío de 2017, cuando Peio Sánchez concluyó que había que llevar a práctica las palabras del Papa Francisco, que pidió a las iglesias convertirse en “hospitales de campaña” de los más desvalidos. “La gente dormía en la calle y la iglesia estaba vacía. Era el momento de abrirla y ser espacio de acogida”, rememora. 

Sus inicios fueron improvisados. Abrieron las puertas de la capilla para que la gente durmiera en los bancos, pero pronto tuvieron que dejarlo porque no tenían licencia de albergue. Aun así, todavía hoy si les llega alguien en situación límite, le dejan pasar la noche en el interior. Ocurrió con algunos menores migrantes extutelados durante el verano de 2019 y se repite puntualmente. La última vez fue el fin de semana pasado, cuando a las 23.00 horas llamó a su puerta una mujer brasileña con su hijo pequeño, sin techo y pendientes ambos de repatriación. 

La actividad en el Hospital de Campaña de Santa Anna vivió un antes y un después con la pandemia. Pasaron de atender unas 60 o 70 personas a más del doble. Y la cifra sigue creciendo. “Estamos saturados y las necesidades no paran de aumentar. Crece la pobreza y las situaciones límite, pero nosotros solo podemos hacer una ayuda de primera línea”, asegura Rosario Uriarte, coordinadora de la acción social de la iglesia con una decena de trabajadores a cargo. En Santa Anna advierten de una “quiebra” de los servicios sociales, pero a la vez reconocen que el aumento de usuarios se debe también al boca oreja. 

Mayoría de musulmanes, entre ellos el sacristán

Entre el perfil de usuarios de la parroquia, la mayoría son hombres –como ocurre entre el colectivo de personas sinhogar– y sin papeles. “Ellos son los excluidos de los excluidos”, dice Uriarte. 

Al comedor acuden a diario marroquíes, senegaleses, españoles, argelinos, ecuatorianos… Una auténtica mezcla no solo de nacionalidades, también de confesiones. La religión mayoritaria es la musulmana y por ello en ese mismo claustro se han celebrado fiestas del Ramadán. “Es curioso porque el otro día teníamos un diálogo sobre el atentado ocurrido en Algeciras. Y nos dimos cuenta de que si aquí alguien mata a nuestro sacristán, estará matando a un musulmán”, advierte Peio Sánchez. El sacristán es un joven senegalés que era antes usuario. 

Por todo el recinto, una auténtica joya del románico –su origen se remonta al siglo XII–, es habitual encontrarse también con jóvenes de origen inmigrante que colaboran con los voluntarios. Son los que han entrado en el programa Hogar Acoge, al que acceden cada año catorce personas que están en la calle para iniciar un periplo de integración social. A cambio de tener techo, colaboran con la parroquia, se forman, se emplean en empresas que tienen convenio con Santa Anna y así regularizan también su situación administrativa en España. 

Uno de esos chicos es Lahcen Achrak, de 29 años. “Para mí Santa Anna es muy importante”, afirma. Mientras supervisa la actividad del comedor y recoge algunas bandejas, explica que vino hace más de un año a España. Recaló primero en Málaga y luego en Barcelona, pero al no encontrar trabajo no se podía pagar una habitación. “Dormía en una casa ocupada en l’Hospitalet y venía cada mañana a desayunar”, explica. Ahora básicamente se encarga en Santa Anna de la seguridad en las entradas y salidas. 

Al lado del claustro, en la sala capitular, la enfermera jubilada Esther Martí coordina el grupo de sanitarios. Visitan especialistas en medicina de familia, podología y optometría. “La mayoría padece problemas osteoarticulares de dormir en la calle y en invierno atendemos patologías respiratorias”, asegura. Aunque no tengan papeles, los inmigrantes pueden tramitarse una tarjeta sanitaria. Pero sin ella, solo les atienden en Urgencias. “Aquí les podemos hacer un buen seguimiento si tienen patologías crónicas, y muchos a veces lo que necesitan es charlar y compañía que les haga sentirse mejor”, cuenta.

Santa Anna es una rara avis entre las iglesias de Barcelona. Peio Sánchez insiste en que no hacen nada “extraordinario”, sino seguir con “coherencia” la “misión de Jesús”. “Piensa que en esta parroquia ya no había feligreses porque en el barrio ya no quedan habitantes. Han huido todos”, razona. Los que no se han ido todavía son los que duermen en la calle.  

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