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En esta liga infantil de fútbol los árbitros son 'tutores de juego': “Contribuye a un ambiente más respetuoso”

Dani Fernández, tutor de juego de la liga infantil de fútbol sala del Consell de l'Esport Escolar (CEEB)

Pau Rodríguez

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El jugador número 5 se dispone a sacar de banda. Su equipo, los locales, pierden 0-2. Hay ambiente en las gradas. Justo antes de jugar el balón, el árbitro para el partido y se dirige hacia él. 

– Un momento. Fíjate que la pelota no está bien colocada sobre la línea de banda. ¿Ves? Hay que ir con cuidado con eso, venga. 

Con el silbido, el árbitro, Daniel Rodríguez, reanuda el encuentro entre estos dos equipos infantiles de Barcelona, el Club Fútbol Sala Montsant y el Artós Sports Club. Durante los 40 minutos que dura el partido, Rodríguez no se limita a arbitrar, sino que da instrucciones, para el juego para explicar el reglamento y atiende a los chavales si se hacen daño. Por eso, desde hace años a su figura no se le llama en realidad árbitro, sino tutor de juego.

La idea surgió en Barcelona hace más de diez años, en el Consejo del Deporte Escolar de la ciudad (CEEB), y ahora la han adoptado todos los consejos deportivos de Catalunya. “Nos dimos cuenta de que el árbitro era una figura demasiado punitiva para según qué edades, y que solo se dedicaba a pitar y gestionar conflictos. No se adecuaba a las necesidades de niños y niñas de seis o siete años”, relata Víctor Garcia, director de proyectos de este organismo. 

En deporte como el fútbol, y en categorías inferiores donde a menudo trascienden episodios de conflictos entre jugadores o con las familias, fruto de de un exceso de competitividad y agresividad, sorprenden también aquellos árbitros que trasladan valores (es el caso Ángel Andrés Jiménez, cuyos vídeos dando charlas sobre convivencia se han hecho virales). En el caso de los tutores de juego, su rol también ayuda a ello. “Son iniciativas que contribuyen a que el ambiente sea más respetuoso”, valora Enric Maria Sebastiani Obrador, profesor de la Universitat Blanquerna-URL especializado en deporte. 

En la grada de Centre d’Esports Municipal Turó de la Peira de Barcelona, una cincuentena de familiares aplauden las jugadas de sus hijos, que tienen entre 9 y 10 años. Los locales no remontan, pero tampoco bajan los brazos. De vez en cuando, se escucha alguna protesta por una acción señalada por el tutor de juego, pero la queja no suele llegar a la pista. “El papel que tiene el árbitro se nota mucho: les corrige, les controla, les rectifica. Mi hijo me dice que le gusta cuando lo hace con él”, expresa Eva Sáez, madre del equipo local, el Montsant. “Son pequeños y están aprendiendo, así se sienten acogidos”, añade.

La mayoría de familiares celebran la existencia de esta figura. “Cuando se acaba el partido nadie se suele acordar del árbitro y esto es una buena señal”, bromea Manel. “Son chicos y chicas que todavía necesitan un tutor, y esta vertiente más pedagógica se nota sobre todo si lo comparas con los que tenemos también hijos que están en futbol sala federado, donde ya es diferente”, comentan Eduard Lluc y Xavi Vilallonga, también del conjunto local.

En Barcelona, el tutor de juego no es exclusivo del fútbol. Y tampoco de las categorías más inferiores. Su figura se implantó para todos los deportes, que practican 45.000 niños y niñas, y también jóvenes hasta la mayoría de edad. En total, 1.000 partidos cada fin de semana en el que se ven involucrados unos 400 tutores de juego que cada cierto tiempo reciben formación sobre su papel en el campo. El nivel de incidencias, destacan desde el CEEB, es muy minoritario: en 17.000 partidos el año pasado registraron 50 episodios con sanción a equipos. 

“Los tutores debemos tener claro que en las categorías inferiores se está educando en la práctica deportiva”, defiende Daniel Fernández, que a sus 36 años es de largo uno de los más veteranos tutores de juego de la ciudad (la mayoría suelen tener entre 16 y 23 años). “Que sepan qué es una falta, sacar bien de banda, tratar con respeto al rival… Todo esto se lo vamos enseñando nosotros también”, explica. Si hay alguna falta que acaba con algún jugador doliéndose en el suelo, también suelen pedirle al autor que se acerque a disculparse. “En estos casos el jugador ya sabe qué ha hecho falta y no hay que explicárselo, y además cada vez más los entrenadores también les dicen que se acerquen a pedir perdón”, añade.

Pese a su papel en el campo, todas las voces coinciden en que la influencia del tutor de juego para favorecer la convivencia es limitada en comparación con la de los entrenadores y de los padres y madres. “Si hacemos un análisis científico, lo que vemos es que a lo largo de los últimos años en realidad el comportamiento de los niños y niñas mejora, y al margen de escándalos o peleas que se puedan hacer virales, las generaciones de acompañantes de los jugadores comprenden cada vez más que lo importante es que sus hijos e hijas tengan buenas experiencias”, contextualiza Sebastianini. 

Al final del encuentro entre el Montsant y el Artós, con un marcador de 0-8, es el momento de redactar el acta. Fernández apunta el resultado y, al final, les otorga también un color. Es el semáforo de valores: rojo si ha habido conflictos y mal comportamiento incluso de los entrenadores; amarillo, si ha habido lío pero no ha ido más allá; azul, si la actitud ha sido correcta, y verde si han destacado por su fair play. “Les pongo un azul”, cierra el tutor. La calificación no es baladí, porque hay otra clasificación para ello y quien sabe si el Montsant o el Artós pueden ganar –¿también?– esa liga. 

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