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Mariah Oliver, la primera Latin Queen de España: “Si te para la policía cada día, acumulas rabia y la sueltas en la calle”

Mariah Oliver, exlíder de la banda Latin Queen, fotografiada en la zona de Moncloa (Madrid)

Sandra Vicente

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Mariah Oliver (Madrid, 1982) es una mujer de mirada dura. Esa que tienen las personas que no han tenido una vida fácil. El relato de la suya incluye un paso por la cárcel y un periplo judicial que duró más de una década por acusaciones de amenazas, coacciones y asociación ilícita. Porque Mariah es La Madrina. Una de las fundadoras de la banda Latin King en España y la primera mujer en integrarse en sus filas.

Ya han pasado más de 15 años desde que esta mujer pasó por prisión –preventiva– y se alejó de la banda. Ha cambiado los collares con los que los Latin King se distinguen por unas medallas al cuello y unos pendientes con el símbolo feminista. El pañuelo negro y amarillo recogiendo la melena se ha transformado en unas largas trenzas de boxeadora. Lo que sí conserva es el mismo aplomo con el que posa en las fotos. Pero la pose ruda se deshace cuando empieza hablar.

La Madrina cuenta con voz dulce y serena su historia y la realidad tras una de las bandas más conocidas y más reportadas por los medios. Lo hace desde el conocimiento que le ha aportado, primero, su experiencia y, luego, su trabajo como investigadora en el proyecto TRANSGANG de la Universitat Pompeu Fabra (UPF). Todo ello recogido en el libro 'Latin Queen. Ascenso, caída y renacer desde el corazón de una banda' (Ediciones B, 2023).

Antes de integrarse en la banda, Mariah era hija de una familia española de clase media que sacaba buenas notas y le encantaba leer. ¿Cómo se convirtió en una 'reina latina'? No hay una única respuesta, pero la adolescencia -como etapa de inseguridades y cambios- tuvo mucho que ver. “Mis padres se separan, me cambio de pueblo y de instituto y la vida se vuelve un poco rara”, recuerda. Era una chica cohibida, cuya madre empezó a encadenar hasta tres trabajos para poder darles de comer a ella y a su hermana. A todo esto, empezó a refugiarse en la música, en su caso, el rap, el R&B y el funk.

Por eso, los primeros jóvenes migrantes latinoamericanos llamaron mucho la atención de Mariah. Muchos de ellos venían de países donde ya existían bandas como los Latin Kings, los Dominican Don't Play o los Barrio 18 y decidieron repetir la experiencia. “Son organizaciones que, en origen, se crean como unión contra el racismo o discriminación y es algo que se replica aquí”, explica Mariah, que reconoce que se unió al grupo para “conocer la realidad de la gente migrante” y porque es “una defensora de los pleitos pobres, de toda la vida”.

De repente, esta muchacha se encontró inmersa en una realidad casi salida de la película 'Mentes peligrosas' (de la que se declaraba “fan absoluta” en aquella época). “Pertenecía a algo que sólo pasaba en el cine”, destaca. Además, ser la única mujer hizo que todos los chicos la trataran como a una hermana pequeña. “Me tenían entre algodones, se aseguraban de que todo el mundo me cuidara y respetara”, explica. Algo que, en ese momento, esa niña cuyos padres estaban algo más ausentes de lo que quería, necesitaba mucho.

La caída hacia la violencia

Esa realidad de película pronto se fue oscureciendo. Al principio, la banda estaba formada por apenas 15 personas, pero poco después se convirtieron en centenares. A medida que crecían, los periodos de prueba que pasaban los aspirantes a Reyes y Reinas [como se conoce a los miembros de la banda] se redujo y se volvieron más laxos. De la mano de esta falta de control, se empezaron a dar los primeros enfrentamientos con otras bandas como la de los Ñetas y, con ellas, el foco mediático se cernió sobre las pandillas latinas. Eso provocó que se acercaran jóvenes seducidos por la imagen que daban de los Latin Kings los medios de comunicación. No llegaban en busca de una familia fuera de casa, sino de un grupo que era temido y que se hacía respetar a golpes en las calles.

“Tu objetivo inicial puede ser luchar contra el colonialismo, el sistema, el capitalismo, pero ¿qué es el sistema? Es difícil pelear contra algo abstracto y estos grupos se acaban centrando en defender lo concreto, que es el barrio”, explica Mariah. De esta manera, los colores de los Latin King comenzaron a ser exhibidos como una muestra para guardar el territorio. “La gente te mira, las chicas se te acercan...Que te teman y te respeten es algo que gusta y hace que los objetivos iniciales se desvirtúen muy rápido”, añade.

Darles a adolescentes -y, en muchos casos niños- este nivel de fama es “muy peligroso y da pie a la masculinidad más tóxica”, la de los golpes en el pecho. “Son chavales que no tienen la cabeza amueblada”, explica Mariah. Y de ahí nace la violencia: “La mayoría de conflictos entre bandas no son por otra cosa que no sea la chica de turno, que si me has mirado mal o que si este sitio en la discoteca es mío”. Y, una vez ahí, la cosa no hizo sino empeorar.

La Madrina vivió esta espiral de violencia en primera persona. Su mejor amigo murió asesinado a la salida de una sala de fiesta. Eso derrumbó el mundo de Mariah, que debido al aumento de la violencia, había decidido alejarse de la banda y recuperar sus estudios. Pero lo que realmente marcó un antes y un después fue descubrir que uno de los líderes, que la acogió en su casa cuando ella se independizó, uno de los que la había tenido entre algodones, había sido detenido y acusado de violación. “Me deshizo por dentro”, recuerda.

La mayoría de conflictos entre bandas no son por otra cosa que no sea la chica de turno, que si me has mirado mal o que si este sitio en la discoteca es mío

Sus vínculos con la banda se rompieron cuando fue consciente de lo que sus hermanos eran capaces de hacer. Pero ese no fue el final. Mariah volvió a las andadas cuando cuatro chicas la vinieron a ver a su casa. Buscaban el abrigo de La Madrina en una organización que había aumentado su hostilidad hacia las mujeres a medida que iba aumentando la violencia. “Las veían como eslabones débiles e inestables”, explica Mariah.

Así que las acogió y las apadrinó. “Iban a estar en la banda igual y pensé que, por lo menos, tendrían alguien que las cuidara”. Y ese fue su rol. Estaba encima de las Reinas para que siguieran estudiando, no se quedaran embarazadas antes de tiempo y no se metieran en líos. También las protegió de las dinámicas machistas del grupo, haciendo frente a quienes les imponían un código de vestimenta u horarios para salir de fiesta. Tal era el respeto del que gozaba, que incluso logró eliminar los castigos físicos.

Del aislamiento a los juzgados

El grupo que se creó bajo el ala de La Madrina buscaba la cooperación y solidaridad entre sus miembros y rehuía la violencia, una deriva totalmente contraria a la que estaba tomando el grupo masculino. Esa época coincidió con los primeros asesinatos, tanto en Madrid como en Barcelona, ligados a los enfrentamientos entre bandas. “Fueron demasiadas cosas, así que iniciamos un proceso para escindirnos. Hasta lo hicimos público con un comunicado de prensa”. Pero ese cisma no se llegó a dar porque, pocas semanas después de aquellas reuniones, se produjeron diversas detenciones en la cúpula de los Latin King. Entre ellos estaba Mariah.

El libro empieza, de hecho, con su paso por la cárcel de Soto del Real en 2006, donde estuvo seis meses en prisión preventiva. No fue mucho tiempo, tal como ella misma reconoce, pero fue el momento en que más cerca ha estado de una depresión. Le decretaron prisión en primer grado -el más restrictivo del régimen penitenciario- y, como esta cárcel no tiene módulo de mujeres, la única manera de cumplirlo era enviarlas a aislamiento.

“Aislamiento es un módulo de castigo, no de vida. Pero las personas presas no importan a nadie, son lo peor de la sociedad y merecen, no sólo estar en prisión, sino que les echen alacranes encima”, ironiza Mariah. No relacionarse con nadie, apenas salir al exterior, las estrictas rutinas que se imponía para no perder la cabeza... Esos son recuerdos que conserva de su etapa en Soto del Real. Ahora, cuando los recupera, lo hace aderezándolos de una crítica al sistema penitenciario y judicial. “Nada de todo esto está pensado para reinsertar a nadie”, cuenta. “Son castigos ejemplares para calmar a la población”.

De hecho, su detención se dio en el marco de una “alarma social” en la que los medios no dejaban de hablar de los Latin King, de su violencia y de los asesinatos que se les atribuían. Imágenes de machetes, drogas incautadas y bolsas para cadáveres acompañaban las noticias que hablaban de ellos. Y eso justificó que Mariah cumpliera parte de su cautiverio en aislamiento, acompañada de otras mujeres -y algún hombre- que sí habían cometido crímenes de sangre.

Pero la pena de La Madrina siguió una vez salió de la cárcel. El juicio llegó meses después y, aunque no se pudieron probar ni las amenazas ni las coacciones, sí se la condenó por asociación ilícita, ya que los Latin King habían sido ilegalizados meses antes de su detención. Le cayeron dos años de cárcel, que no llegó a cumplir por no tener antecedentes. Pero Mariah no compartía el castigo impuesto: “No había hecho nada malo ni había incitado a nadie a hacerlo”. Así que decidió recurrir, iniciando así un viaje legal que no se cerraría hasta 15 años más tarde.

Cuando te para la policía cada día, vas acumulando rabia contra el sistema y, en lugar de luchar contra quien te oprime, la sueltas en la calle

Los recursos fueron escalando hasta el Tribunal Supremo, lo que supuso diversos juicios, sentencias y gestiones. No fue hasta 2022 que Mariah Oliver superó los cinco años sin meterse en problemas necesarios para solicitar el borrado de los antecedentes. 15 años durante los cuales Mariah, que se sacó una carrera y estuvo ejerciendo como docente, perdió trabajos y amistades.

“Fueron épocas de arrastrar miedo a que la gente supiera quién era, a que en cualquier momento me volvieran a llamar a juicio, a que me rechazaran por quién era”, dice Mariah, que pone en duda la capacidad de reinserción de la cárcel. Lo sabe por experiencia y porque ahora trabaja, además de como investigadora en el proyecto TRANSGANG, como educadora. “He conocido a chavales que entran en la cárcel con 18 y salen con 22. No digo que no tengan que cumplir condena, pero ¿cómo reinsertas a alguien que en la cárcel ha conocido a gente mayor y con peores ideas que las que hubiera conocido en la calle?”, se pregunta.

La mano dura tiene mucho que ver en la expansión de las bandas y grupos violentos, según esta ex Latin Queen. Recuerda meses difíciles de 2007, después de que se dieran dos asesinatos en el mismo fin de semana en Madrid. La policía se jactó de haber hecho 45.500 identificaciones, a la vez que aseguraba que en la ciudad había 1.500 pandilleros. “Quiénes eran las otras 44.000 personas?”, se pregunta Mariah. “Cuando te para la policía cada día, vas acumulando rabia contra el sistema y, en lugar de luchar contra quien te oprime, la sueltas en la calle”, reflexiona.

Pero hay otras maneras de actuar. Mientras se daban estas identificaciones masivas en Madrid, en Barcelona se estrenaba la Asociación Cultural Reyes y Reinas Latinos de Cataluña, una entidad legal formada por expandilleros que habían dejado atrás la violencia gracias a la intermediación de 'casals' (centros comunitarios), universidades y administración pública. “Cuando no te sientes excluido, no hay tanto lugar para la rabia ni para la violencia”, asegura.

Mariah ya no se considera una Latin Queen, pero es consciente de que el título de Madrina la acompañará hasta el fin de sus días. Así se refieren a ella todavía quienes la conocieron en esa época. No se avergüenza de su paso por la banda, porque sabe que a eso le debe quién es hoy: una madre de tres hijos y una investigadora que, con respeto en lugar de paternalismo, se dedica a intentar evitar que otros jóvenes pasen por lo que pasó ella.  

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