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Marta Segarra reflexiona sobre las aperturas de la ciudad y la mujer en el espacio público, el privado y el íntimo

Marta Segarra

Rosa Molinero Trias

“Los espacios en los que habitamos están hechos de sombras y de luz”. Así introducía la tarde del lunes Fina Birulés, profesora titular de Filosofía en la Universidad de Barcelona, la conferencia La habitación, la casa, la calle a cargo de la catedrática de Literatura Francesa y Estudios de Género, Marta Segarra dentro del ciclo Ciudad Abierta del CCCB. Mediante la idea de base de la apertura de la ciudad, el debate ha tratado de explorar la relación que tienen esos tres espacios —habitación, casa y calle— con los conceptos de espacio íntimo, privado y público.

Para Segarra, la apertura en la ciudad, aquello que la configura como una ciudad abierta, es el hecho de que permanece disponible para todos, incluso para los que son diferentes. Sin embargo, ha dicho que, “desde un plano más abstracto, podemos problematizar la idea de apertura si pensamos la ciudad abierta como un cuerpo, un cuerpo herido”. Estas aperturas de la ciudad, esta especie de agujeros invisibles son heridas en un sentido negativo, ya que invisibilizan a las personas de nuestra sociedad que se acercan a los márgenes de la misma. Tal como la ciudad de los gatos que Italo Calvino describía como invisible dentro de la ciudad humana, “nosotros ignoramos a los sintecho como si fueran gatos, como si fueran de otra especie en la que nunca nos pudiéramos convertir”. Es así como, afirma Segarra —que ha recomendado ver el documental de Claus Drexel Au bord du monde—, podemos entender que la definición de interior y exterior es ambigua cuando nos acercamos a dichos agujeros de la ciudad.

“Vulnus”, recordaba la catedrática, es la palabra latina para “herida”. “Estas heridas que tiene la ciudad, la cual repienso en la metáfora de un cuerpo para problematizarla, estos agujeros que se dan en su seno, precisamente por su carácter abierto, hacen vulnerable la ciudad”. Paradójicamente, los ciudadanos queremos una ciudad invulnerable, en palabras de Derrida, una ciudad segura y controlada, tal como recordó Evgeny Morozov hace dos semanas en el mismo ciclo del CCCB. La vulnerabilidad, un concepto empleado por la filósofa Judit Butler y por la filosofía que ahonda en cuestiones de género, tiene un doble rasero. Efectivamente, es la susceptibilidad a ser herido. Pero, a su vez, es la capacidad de herir. Segarra articula ambos significados de “vulnerabilidad” como rasgos de una ciudad que por un lado se mantiene abierta al cambio y por el otro contiene hondas heridas en las que habita el sufrimiento de las personas que a su vez ocultan. Tradicionalmente y por estas marcas de apertura y vulnerabilidad, la ciudad se ha asociado a lo femenino, puesto que el cuerpo de la mujer siempre ha sido visto como agujereado y abierto al otro.

Por lo que respecta a las distinciones entre público, privado e íntimo, Segarra ha apuntado que fue con la creación de los los burgos y por los burgueses que se dio un nacimiento real de la vida privada, ya que sus habitantes constituyeron una barrera más densa entre lo privado —“privus”, “lo particular y propio de uno”— y lo público. Es en esta época cuando se empieza a desarrollar con más intensidad la noción de intimidad. Etimológicamente, la raíz del sustantivo “intimidad” proviene del latín “intimus”, y es un superlativo, por lo que literalmente significa “aquello que está más profundo, en lo más interior, lo más recóndito y secreto”, nos contaba Segarra. Es, por lo tanto, un paso más allá en lo privado y un lugar en el que no queremos la intromisión de la ley del Estado , a pesar de que la sexualidad sea una manifestación pública y política de lo íntimo. Gracias a esto, rememora Segarra, el feminismo de los 70 nos hizo reconocer que lo punible que ocurre dentro de la esfera privada, como es la violencia doméstica, debe ser castigado por el largo brazo del Estado. Con alguna diferencia, en el otro polo de la intimidad encontramos la extimidad, conceptualizada por el psiquiatra Serge Tisseron, que es la exposición voluntaria de la propia intimidad al público. Sin embargo, no es el antónimo absoluto de intimidad, puesto que, como bien explica el psicoanálisis, a veces lo más íntimo pertenece a lo más exterior por nuestra inconciencia sobre ello y nuestra imposibilidad de aprehenderlo y controlarlo.

La catedrática ha puesto sobre la mesa la reivindicación de la escritora británica Virgina Woolf en su texto “A room of one’s own” (1929) (“Una habitación propia”). Con un claro eco en el título de la conferencia, la habitación de la cual hablan Woolf y Segarra es un espacio íntimo, un lugar donde su habitante puede encerrarse y en el que no se adentra la esfera privada, que correspondería a la casa, ni la pública, o sea, la calle. Ese lugar, la habitación, el espacio íntimo, es el objeto que esgrime la reivindicación de ambas. “Las mujeres han escrito poco o han escrito textos breves por la falta de un espacio donde poder encerrarse a escribir”, dice Segarra parafraseando a Woolf. Y ambas lo entienden latu sensu, como uno espacio físico y también como un espacio mental, moral, de pensamiento y expresión propios, donde poder ser una misma y para manifestar lo propiamente tuyo en el espacio público, acción principal para la democracia, como dijo Hannah Arendt. La gran vulnerabilidad por la que ha sido tachada la mujer, la ha tachado literalmente del mapa del espacio público. Su pretendida vulnerabilidad hacía a las mujeres susceptibles de ser recluídas en la esfera de lo privado, que nunca ha sido un espacio tranquilo para la mujer, sino un lugar donde se le requiere la entrega al otro como hijas, hermanas o esposas. En el mismo sentido, Segarra ha recitado el poema de la catalana Maria-Mercè Marçal “El meu amor sense casa”, que reclama un espacio propio para un amor entre dos mujeres, que caía fuera de la normalidad social establecida. Por último y siguiendo con el tono poético, Segarra termina la conferencia en la calle con Hélène Cixous en su “A Barcelona, somiant Barcelona”.

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